Drug addiction and mental function with the use of alcohol prescription drugs as a psychiatric or psychiatry concept of the effects on the brain with recreational or medication with 3D illustration elements.

Pareciera ser que tenemos dificultad para caer en la cuenta de lo contradictorias que pueden ser nuestras conductas y no advertimos que nos comportamos, frecuentemente, como un perro que se muerde la cola. Nuestras sociedades denostan públicamente las adicciones a drogas pero parecen ignorar que la adicción, más allá de lo fáctico, es un conducta abarcativa que no se agota en el consumo de una sustancia sino que impregna todas nuestras actividades porque su imprimación está registrada en la conducta social, es parte de la la cultura imperante.
En un escrito previo decíamos que la adicción es la consecuencia de una carencia afectiva que intenta ser cubierta por un sucedáneo que nos da una satisfacción temporal estimulando químicamente nuestro centro de recompensa cerebral.
Nos hemos concentrado desde hace años en el “remedio” y no en la enfermedad; entendiendo que la enfermedad es la carencia y la sustancia de adicción es el remedio o en todo caso el mal remedio.
Posiblemente el origen de la carencia que nos impulsa sustituir, a llenar un hueco afectivo del que frecuentemente no somos conscientes, radique en nuestras inseguridades con respecto a la pertenencia a nuestras comunidades, a la sensación de aceptación o no por parte de nuestros semejantes, lo que conocemos en general como sentimiento de autoestima; una autoestima que no se refiere exactamente a nosotros sino a nosotros con respecto a los otros, los espejos en los que pretendemos reflejarnos.
Si entendemos que la adicción es una conducta, esto nos permitirá rastrear sus causas, sus porqués, sus para qués y sus cómo; de acuerdo a la particularidad y circunstancias de estas preguntas podremos establecer contextos y consecuencias.
Cuando hablamos de conductas posibles, lo hacemos en referencia a modos que tenemos los humanos de enfrentarnos a diversas circunstancias adversas, así como ante el peligro o la agresión podemos optar entre la huida o la lucha; ante una carencia afectiva, que puede ser social, o sea referida a la sociedad en la que vivimos, o familiar, hablando de un núcleo de pertenencia más pequeño y personal, tendremos posibilidades de respuestas individuales o comunitarias. Aparentemente la adicción es, fundamentalmente, una respuesta individual ante una conflictiva familiar o lo social que son ámbitos comunitarios.
En lo dicho hasta ahora hemos mencionado el porqué como una situación de carencia afectiva necesariamente vinculada a la pertenencia social y/o familiar. También mencionamos el para qué al caracterizar a las conductas adictivas como la búsqueda de sucedáneos que provoquen una satisfacción, que al ser transitoria obliga a la repetición frecuente configurando la adicción.
Cabe detenernos en el cómo, ya que esto tiene que ver con una conducta y no con la cosa consumida, hay un amplio menú de posibilidades que hacen a la adicción una conducta única ante objetos variables y variados. En general se asocia la adicción al consumo de sustancias que en este momento son consideradas ilícitas como la cocaína, heroína, crack, pasta base, paco, opiáceos, algunas drogas de síntesis y también algunas sustancias legales como el alcohol, el tabaco, la comida, el juego y los tranquilizantes. Hace relativamente poco tiempo que también se habla de adicción al trabajo o al sexo, pero indudablemente la adicción más frecuente, de magnitud pandémica, radica en el consumo de bienes, lo que hace que seamos descriptos como la sociedad de consumo.
El modo de producción capitalista basado, no en la satisfacción de las necesidades reales de la comunidad, sino en la obtención de la máxima ganancia, estimula no solo la sobreproducción, con el riesgo de agotamiento de recursos no renovables, sino que arbitra los medios para generar necesidades inexistentes a ser satisfechas. Sus herramientas fundamentales son la publicidad y la propaganda, que propalan como condición de pertenencia la posesión y el consumo de objetos o servicios, que además deben ser de tal o cual marca. Se exhiben las marcas de prendas y objetos como signo de prestigio y pertenencia a determinado estrato social. De la misma manera la carencia de esos bienes o servicios implica exclusión social, lo que resulta totalmente parecido a una condena. La mayor o menor posibilidad del consumo certifican la pertenencia a una clase y establecen la estamentación social.
Por supuesto las conductas adictivas no son propias de la modernidad; no solo porque hay registros históricos que describen conductas que podemos considerar como tales, sino porque hay una conducta adictiva humana que ha sido históricamente generadora de genocidios y masacres, me refiero a la adicción al poder. No podemos obviar las masacres perpetradas por los personajes que pasaron a la historia como grandes líderes de culturas de la antigüedad. Son incontables los muertos provocados por Alejandro Magno, Julio César y los mandamases de todos los imperios, en general grandes genocidas, y todo esto atrás de la conquista del poder o de más poder del que estos personajes ya tenían, logrando arrastrar u obligar a los pueblos a la guerra. Es además notable como en nuestra cultura eurocéntrica, en la construcción de la historia, solo se reconocen como perpetradores de masacres los imperios orientales y no los europeos.
Cuando comenzamos a desarrollar el pensamiento con respecto a las adicciones y sus consecuencias, inevitablemente funestas, vemos que no solo que dependen de la estructura social de las comunidades sino también que en la base del análisis aparece el poder ejercido por las élites como núcleo de la conducta adictiva y como gran motivador de las causas que generarán otras adicciones.
Así observamos que las élites dominantes, además tener su propia adicción al poder y a todo lo que lo simbolice, lujo, lujuria, soberbia, etc., casualmente todo lo que se conoce como pecados capitales; también han utilizado las adicciones como herramientas de dominio. Es conocido como el imperio británico favoreció la producción y el consumo de opio para debilitar la voluntad de resistencia de los chinos. En América, tanto del norte como del sur se administró alcohol a las tribus de pueblos originarios para doblegar su voluntad y sabotear su resistencia al avance europeo.
Fundamentalmente para el capitalismo, las adicciones son un negocio altamente productivo, tanto para el latrocinio como para estimular el consumo. El capitalismo ha manipulado y manipula la subjetividad comunitaria a través de la publicidad fabricando adictos al consumo. El mecanismo de manipulación está centrado en la construcción subjetiva de falsas pertenencias que contengan emocionalmente a los individuos, y que supuestamente los haría ser parte de la minoría que está por encima del resto de los miembros de la comunidad, una fantasmagórica y absurda ilusión de poder y pertenencia. Para la sociedad de consumo el valor de la persona humana no reside en el ser sino en el tener.
La conclusión obligada es que las sociedades desiguales producirán, inevitablemente, profundas carencias afectivas en sus integrantes. Las dos alternativas que aparecen como posibles serían: continuar con la sociedad de las adicciones que tenemos, profunda fuente de infelicidad para demasiados integrantes de la comunidad o luchar contra la desigualdad; y no habrá posibilidad de eliminar las clases sociales sin hacerse cargo primero de la lucha de clases.