CONVERSACIONES DE HUGO GARNERO CON CARLOS ABALO

Hugo Garnero: Está claro que Trump perdió. Pero ¿también perdió su intento de proteccionismo?

Carlos Ábalo: Trump perdió y  su intento de proteccionismo en la economía mundial le resultó imposible a Estados Unidos. Como lo fue en su momento para la URSS porque todo hay que pensarlo en su desenvolvimiento dentro del sistema mundial.

HG: ¿Y China?

CA: La contraparte es la globalización china, que consiguió formalizar la región del sudeste asiático con Japón, pese a que no está Estados Unidos, pero no está claro todavía como es la integración de la India allí y hasta ahora es poca la  información que tenemos a mano.

HG: Entonces Estados Unidos ¿qué puede hacer?

CA: La alternativa de Estados Unidos es consolidar a América Latina como su región, lo que ya consiguió con Canadá y México, aunque este último país mantiene su tradicional independencia respecto a las políticas de EE.UU., como se ve en Venezuela. Lo próximo para EE.UU. es meter en esta bolsa a Brasil.

HG: Y ¿Argentina qué?

CA: La Argentina queda afuera de esto y por eso mismo aparece el camino de reforzar su integración con China, porque va a ser su gran proveedor agroalimentario, algo así como reeditando el papel que cumplió en su origen, como proveedor de Gran Bretaña. Lo nuevo ahora es que ese papel solo se puede cumplir con una gran infraestructura para todo el territorio nacional y no solo para la pampa húmeda y que por eso mismo significa que es imposible hacerlo sin una gran industria, empezando por la siderurgia, la metalmecánica y las pymes, con gran desarrollo de la digitalización, que va a despertar otras actividades y tecnologías y potenciar la energía y la minería.

HG: ¿Solos en América Latina?

CA: No. El que inició ese camino fue Uruguay, al entrar en la Nueva Ruta de la Seda, y ese fue el eje de la visita de Alberto Fernández a Lacalle Pou. En eso, pese al origen político distinto de los dos presidentes, los dos países van a estar juntos, porque Uruguay solo como productor agropecuario, era muy difícil que lo pudiera concretar y, a la vez, como Uruguay pudo hacerlo antes que lo pueda impedir Bolsonaro, se convirtió en el eslabón del que se agarra la Argentina para desplegar en un futuro próximo su ingreso a la Ruta de la Seda, que para China ya es una cuestión de hecho.

HG: ¿Y los otros países de la Región?

CA: En esta relación es clave lo que suceda en Chile, indispensable para completar el eje con China a través del Pacífico y los corredores andinos, lo que en gran medida depende de cómo se conforme el Chile político que salga del período de convulsión social que va a reorganizar todo. Son nueve los países latinoamericanos que están en la Ruta de la Seda, pero ninguno de los tres más grandes. A Chile lo incluyó Sebastián Piñera pese al conservadorismo, porque China es el país con el que tiene mayor intercambio, que fue de 42.791 millones de dólares como suma de exportaciones e importaciones en 2018, la misma razón por la que Macri no frenó la relación comercial, pero –a diferencia de Chile- se cuidó de ingresar en la Ruta de la Seda

HG: ¿Cómo se desarrolla ese camino para nosotros?

CA: Para la Argentina, esto también será posible, sobre todo si se concreta el acuerdo con eje en el agro y la industria, que descarte para siempre la política anti industrial que caracterizó al anti peronismo y se estructure una nueva política económica en función del mutuo apoyo agro industria para lograr el gran aumento en la producción agropecuaria, extenderla fuera de la pampa húmeda, tener un gran desarrollo minero y energético y centrar la otra parte del esfuerzo en la industrialización, que es la gran oportunidad  histórica que se abre.

La otra cuestión, decisiva, es si en el sur del continente, la Argentina –gran productor agropecuario y agroindustrial- se vincula a la Ruta de la Seda sin Brasil o con Brasil, en cuyo caso es el Mercosur el que renace en la integración  y lo potencia como región, ya que en la época de la integración mundial la integración fuera de las superpotencias se da a través de las regiones y, en ese caso, la posibilidad de una revolución industrial en el Mercosur sería incomparablemente mayor, pero esto requeriría un análisis aparte, más específico.

HG: No parece sencillo…

CA: En gran medida depende de cómo sigue la crisis mundial y cómo evoluciona el balance entre China y EE.UU., que es la mayor incógnita y también la más decisiva. Ahora está claro que es imposible cambiar una economía nacional fuera del capitalismo cuando éste se ha convertido en un sistema mundial, y también que no se puede cambiar al capitalismo desde afuera, y esto es lo que explica el peculiar capitalismo de China, planificado por el PC. Esto también, unido al crecimiento de la deuda, fruto de la crisis, es lo que explica al peronismo acordando con el FMI y que Alberto lleve a cabo una política económica que no es igual a la que llevó a cabo Cristina y por qué Cristina recurrió a Alberto para vencer electoralmente a Macri uniendo al peronismo.

En primer lugar veamos cómo puede seguir la situación mundial. Aquí se abren dos posibilidades: la evolución de una economía mundial completamente integrada, como estaba siendo en los últimos años. Esa perspectiva, en no más de 10 a 15 años,  pareciera que desemboca en el predominio chino, salvo que -mediante una furiosa competencia de empresas y tecnologías- la burguesía china consiguiera independizarse del PC, aunque igual daría lugar a un capitalismo con eje en el Estado, en cuyo caso la preeminencia de uno u otro país va a estar más discutido, para lo que va a ser decisivo lo que ocurra en la India, que puede ser una segunda China, pero con una política nacionalista más próxima a buscar acuerdos con EE-UU. y condición, a la vez, para que EE.UU. no pase a segundo plano, aunque es más difícil que lo anterior.

HG: Es un cambio de la geopolítica demasiado fuerte…

CA: En esta guerra fría generalizada y mayúscula que se desenvolverá a través de las empresas y de la economía, una definición próxima es el grado de integración. Por lo que parece, tanto EE.UU. como sobre todo China se largan a una globalización con tecnología fracturada, diversa, como consecuencia del proteccionismo con que Trump trató de defender a EE.UU. de China, y esto será esencial para determinar el triunfo de una o de otra.

Si cada una desarrolla su propia tecnología en una economía mundial única, la ventaja de China es la conducción política del PC sobre el capitalismo en una sociedad más equitativa, que a la vez le permite mantener un crecimiento más rápido, ahora fundamental para definir esa cuestión. La elección de Xi Jinping de la tecnología propia es para no estar sujeto a los bloqueos estadounidenses, como la restricción al acceso de Huawei a EE.UU. o a las importaciones de chips por parte de China. La secuencia de diseño y fabricación de los chips es una cadena universal compleja y diversificada y es un gran desafío resolverla en un solo país, pero mientras EE.UU. pueda impedir esas ventas a China (Taiwán es uno de los grandes productores más diversificados) no tiene más remedio que encararlo.

Del otro lado, EE.UU. tiene a su favor la ventaja en la punta tecnológica, y su capitalismo auto dirigido por los capitalistas más lento que el chino se podría llegar a compensar con: a) un plan Marshall similar al que levantó a Europa en la posguerra, que se enfoque en la India y la desarrolle con sus pautas privadas de capitalismo, 2) que ese desarrollo sustraiga de la influencia china al resto del sudeste asiático y que termine aislándola y a la vez promoviendo su capitalismo con independencia del PC. Lo decisivo de la punta tecnológica y el fraccionamiento chino es que si se llega a una nueva fase ascendente, el protagonismo corresponderá a la industria 4.0 o a la revolución tecnológica de digitalización industrial. China lo combinará con lo que llama la doble circulación, que elevará el consumo interno para compensar el menor crecimiento externo que pudiera tener sin afectar a la suma de la oferta y su productividad con el mayor énfasis tecnológico, cada vez más decisivo en la competencia.

En ese panorama quedan cuatro incógnitas: a) Israel, posible polo tecnológico de un capitalismo privado que someta a todo el Medio Oriente, empezando por los palestinos y siguiendo con Irán; b) Rusia, en principio destinada a asociarse con China, pero que pareciera concretarlo a medida que logre reconquistar el antiguo espacio soviético de Georgia y Ucrania para no quedar demasiado subordinada a China; c) cómo se terminan de integrar los árabes, ya que el acercamiento a Israel es para financiar su expansión tecnológica en el Medio Oriente, y d) dónde se ubica África, hasta ahora encaminada a China a través de la Ruta de la Seda.

HG: ¿Eso es todo o hay más?…

CA: Esto incluye dos temas más:

1) Si por un tiempo ninguna de las dos mayores economías va a ser la decisiva y va a crecer la acumulación de capital más que la economía, las divisas se van a volver más inseguras y van a aparecer otros tipos de monedas, más compatibles con la economía digital, y

2) La larga crisis actual es porque al no estar definida cuál es la economía mayor, no hay seguridad y se demoran las inversiones concretas, y por eso la acumulación difiere de la inversión e implica mayor inversión en forma financiera o de acciones.

El oro va aumentar de precio por resguardo concreto o porque la mayor asistencia financiera de los Estados mediante emisión va a dinamizar de alguna manera la economía y, a la vez, si hay períodos de una cierta dinamización de la economía en medio de la crisis, en esos períodos también se va a incentivar la inversión en las economías emergentes y a aumentar la deuda.

Al mismo tiempo, la sobrevaluación de las acciones por encima del valor del PBI está indicando la posibilidad de contar ahora con activos que aseguren una mayor rentabilidad futura cuando finalmente se lance toda la inversión posible en la nueva industria y aumente considerablemente la productividad. Estas variaciones la vemos hoy en la trayectoria bursátil con burbujas y pinchaduras de burbujas y en crisis que no terminan y que requieren auxilio del Estado. Pero el auxilio del Estado es propio del capitalismo tradicional en crisis porque no puede pasar sin ese auxilio al nuevo rumbo tecnológico: por eso precisamente el nuevo capitalismo es un capitalismo estatal o con más peso del Estado.

HG: Volvamos al panorama que planteaste la semana pasada para Argentina…

CA: Esas reflexiones mostraban una tendencia, un principio para saber que terreno estamos pisando para después convertirlas en política. Lo nuevo de este momento es que el agro de la Mesa de Enlace era un agro divorciado de la industria, en el que el agro estaba en el centro con una política anti industrial que dejó a la Argentina atrás de Brasil y de México en PBI, aunque el peronismo consiguiera dar vuelta esa tendencia mientras estaba en el gobierno. En cambio, el agro del CAA es un agro industrial que puede volver a exportar en gran magnitud, como en la época dorada de antes de los años ´30, y que para hacerlo en esa magnitud necesita de una industria, no como cuando se conformaba como un agro nacional dentro de una división internacional del trabajo en que la industria correspondía a otros países.

HG: Hay muchos compañeros que dudan de esos acuerdos…

CA: Esto no invalida que la propuesta del CAA va a seguir tratando de perjudicar al salario y el mercado interno, pero en las nuevas condiciones tiene de favorable que aún quien estuviera tan cerca de Macri como Paolo Rocca, reconoce que se abre la perspectiva de la industrialización para América Latina: no es poco, ni quiere decir que tanto la propuesta del CAA como la de Techint sean las que hay que apoyar.

HG: hay procesos de transición en todos los modelos económicos…

CA: Creo que esto solo se puede entender si nos damos cuenta que no se pasa automáticamente de un modelo a otro modelo, sino a través de una transición.

Yo lo tuve que terminar de entender porque también cuando era muy joven creía que del capitalismo se podía pasar al socialismo, aunque valoraba las situaciones intermedias, en que un capitalismo distribuía el ingreso, y por eso lo concilié con mi apoyo al peronismo, que después se transformó en identificación a medida que fui comprendiendo que el paso de una sociedad a otra puede tener muchas transiciones.

Ahora me parece entender que esa transición es la que explica el capitalismo en China, no es que el PCCh se volvió capitalista, como el de Vietnam, como dicen los trotskistas, sino que la transición tiene lugar dentro de un sistema mundial, el tránsito no es sólo el de China sino el de toda la economía mundial, sobre todo cuando quien encabeza el tránsito lo hace para salir del sistema anterior y esto es lo difícil de comprender.

Lo es también para nosotros: las propuestas de cambio son dentro de la transición: no vamos a terminar de liquidar también al CAA o a Techint, sino a ubicarlos de otra manera en una economía que evoluciona en función de ese tránsito, pero hay que empezar por tener una idea de la posible trayectoria para entenderla y después para tener una política, pero tampoco para el paso de un modelo a otro, sino para una política que marche al ritmo de esa transición. Por eso Cristina no es Alberto, Cristina es la apuesta por otro modelo y Alberto es la transición y por eso también su política es más capitalista de lo que imaginamos y eso también hay que entenderlo.

HG: ¿Hay que repensar al peronismo?

CA: Es una cuestión también teórica y decisiva para entender lo que estamos viviendo: el peronismo no fue solo una política de distribución del ingreso sino la forma que tuvo el único intento de revolución industrial que hubo en la Argentina, que al haber sido resistida por la propia burguesía argentina, que quería seguir siendo una oligarquía agraria, no pudo desenvolverse como tal y dio origen a la industria sustitutiva, propia de un capitalismo sin burguesía industrial, que marcó una vía de salida del subdesarrollo para los países subdesarrollados. Como en la Argentina la transformación en burguesía industrial o la transformación de ésta en burguesía dominante siguió siendo resistida por la oligarquía agraria en el poder con aliados en las finanzas, quedó atrás de esos dos países latinoamericanos e inauguró una decadencia continuada, inexplicable de otra manera, que ni siquiera el peronismo pudo terminar de recomponer, y una parte del peronismo se sumó indirectamente a la concepción anti industrial a través del monetarismo para hacer frente a la política antiinflacionaria con la que se buscó enfrentar la hiperinflación de final de los años ochenta.

Por eso, entre nosotros, la ideología monetarista encubrió el anti industrialismo elevando a la máxima categoría al déficit fiscal y a la emisión monetaria como explicaciones decisivas de la evolución económica, relegando la del contenido material de la producción y de la centralidad que adquiere la industria en el desarrollo capitalista, y se vuelve más necesario ahora, porque la revolución digital tiene por centro a la industria: sin una industria fuerte, no hay desarrollo posible de la revolución industrial.

HG: Entonces…

CA: Bueno, hay algunas otras consecuencias de estas reflexiones, pero siguen siendo reflexiones conceptuales originadas en tratar de entender el sistema mundial, que en nuestra época es esencial para entender la evolución nacional y por eso también hay que entender estos conceptos dentro de esos límites y buscar la forma en que se desenvuelvan al país a través de una política.