En un artículo anterior hablamos de la perversión del lenguaje. Este fenómeno, para nada nuevo por cierto, que trastoca el significado de las palabras y las convierte en un objeto dirigible según los intereses del que habla. Sabemos que un cuchillo puede ser un utensilio de cocina con el que cortemos el pan compartido pero también puede transformarse en arma de agresión. Recordemos que pervertere (del latín), significa originalmente, volcar, invertir, dar vuelta. Así, a diferencia de la polisemia que como consecuencia del uso del lenguaje genera diferentes significados para algunos términos, se lee aquí una intencionalidad dirigida, el uso de palabras a las que se les trastoca el significado.

 

Cada palabra es un símbolo que encierra muchas cosas tras ella. Posiblemente la palabra más pervertida en los últimos tiempos sea la palabra libertad. Libertad es la posibilidad de hacer según el deseo, pero este concepto se restringe a una voluntad individual, y el tema es que los seres humanos vivimos en comunidad por lo que nuestro deseo será ejercido siempre y cuando no afecte a otros miembros de la comunidad, de no cumplirse esta condición se generará una necesaria situación de conflicto. Para esto las comunidades humanas han construido, a través de los tiempos, herramientas que limitan la ejecución del deseo de sus integrantes a través del reconocimiento de derechos de estos que no deben ser conculcados por otros. Estas herramientas, que nacieron como acuerdos tácitos, se convirtieron en códigos y estos progresivamente fueron generando la estructura formal a la que llamamos Estado. En el Estado los códigos se transformaron en leyes y, si bien los estados han sido los garantes del poder de las élites dominantes, también a través de la historia y como consecuencia de la lucha de las mayorías dominadas, estas han logrado el establecimiento de leyes que limitan el poder de las élites y otorgan niveles de protección a las mayorías.

Todo conflicto entre individuos de una misma especie surge necesariamente por una cuestión de competencia de poder, sea por el poder de un territorio, por alimento, o por la potestad genética. En nuestro caso, siendo la especie teóricamente más evolucionada, y encumbrada sobre todas las demás, hemos tenido la posibilidad de formar sociedades complejas a partir de construcciones de herramientas concretas y simbólicas y la creación constante, a través de la historia, de recursos tecnológicos crecientes. Pero algo ha persistido entre nosotros que frena el decurso civilizatorio de la conducta humana, la lucha por el poder. Aquí es preciso discriminar a que le atribuimos la condición de civilizatorio, ya que indudablemente las guerras han sido impulsoras del desarrollo tecnológico para prevalecer sobre el enemigo de turno, pero siempre, ineluctablemente, se han llevado por delante todo valor humanitario, han destruido la vida, la solidaridad,  el arte y la cultura.

Demás está decir que es la propiedad privada lo que establece la diferencia entre los sectores dominantes y los dominados, originalmente esta propiedad se concentraba en los medios de producción, en la actualidad se ha ampliado a los recursos financieros.

Cuando las clases dominantes hablan de libertad, el uso de esta palabra en sus bocas ya habla de perversión. Ellas ya tienen libertad en base a su poder económico que les permite discrecionalmente ejercer sus deseos. Lo que subyace en su discurso se refiere a la libertad de aplastar los derechos adquiridos de las clases dominadas y aplastar sus libertades duramente conquistadas. La enunciada libertad por parte de las clases dominantes no es otra cosa que esclavitud para las mayorías dominadas.

La palabra libertad en boca de las clases dominantes es simplemente acumulación de poder para ellas y aumento de las desigualdades sociales, lo más parecido a una ley de la selva en la que el más fuerte se come al más débil, un monstruoso retroceso en el proceso civilizatorio de la humanidad.

Incluso desde lo simbólico, como una farsa o una mala comedia, el mascarón de proa de la clase dominante en nuestro país pretende asumir la imagen de un león como rey de la selva.

Nos preguntamos ahora cómo es posible que esto ocurra, que parte de las víctimas de este discurso, pretendidamente libertario, que no haría otra cosa que garantizar la libertad de oprimir y esclavizar a la mayoría de los trabajadores de nuestro país, llevando a los pobres a la indigencia y destruyendo la clase media, empujándola irremisiblemente a la pobreza, hayan votado y legitimado esta situación.

Se puede entender como casi natural que el abusador intente abusar y muchas veces lo logre, es más difícil entender que el potencial abusado no intente impedirlo, que no luche por defenderse sino que se entregue mansamente a su martirio, hasta agradeciendo a su verdugo.

Nos puede ser útil para analizar este fenómeno hacer un retroceso en el tiempo. Vivimos durante el siglo XX numerosos golpes de Estado en nuestro país, el primero en 1930, el segundo en 1943, el tercero en 1955, luego en 1962, en 1966 y el último, el más criminal, el más sangriento en 1976, en ningún caso hubo Guerra Civil. En todos los casos el grupo que tomó el poder lo hizo sin resistencia, o casi sin resistencia, esto implica la observación pasiva por parte del grueso de la comunidad, algo que les gustó denominar a Martínez de Hoz, líder civil del golpe de Estado del ’76, y a su socio, el general Albano Harguindeguy como “la mayoría silenciosa”.

Queda claro por un lado que en todos los casos los gobiernos depuestos, por algún motivo, fuera por sus propias conductas o por la prédica de los intereses que los depusieron a través de los medios de comunicación, habían perdido representatividad. Y ese pueblo que en ese momento no se sentía representado no hizo nada por defenderlos. Hubo sí un intento de resistencia por parte del peronismo que fue frenado por Perón, y acciones de resistencia por parte también del peronismo después del golpe del ’55, inclusive un intento de levantamiento en 1956, que en realidad fue una trampa; ya que la dictadura generó información falsa sobre la existencia de descontento en el ejército para alentar a  que los militares peronistas se sublevaran, identificarlos y asesinarlos. De todos modos lo que hubo en todos los casos fue la no defensa popular de los gobiernos depuestos, no hubo guerra civil.

Pero en esta oportunidad estamos viviendo una conducta civil inaugurada en 1995 con el segundo gobierno de Menem, en donde al igual que en la etapa del “deme dos” de la dictadura que fue financiada con deuda externa, se generó en la ilusión popular la posibilidad de consumo sin sustento a partir de vender las joyas de la abuela, las privatizaciones. El menemismo vino a completar la tarea económica que la dictadura no pudo cumplir por la creciente oposición gremial en su última etapa después del delirio militar de la guerra de Malvinas con la que pretendían eternizarse en el poder. Hay aquí una enseñanza importante, una cucharada de realidad que nos muestra el poder de la subjetividad por encima inclusive de los aspectos económicos. Endulzar la vida de las personas con posibilidades económicas falsas, ocultas detrás de un gran empobrecimiento del patrimonio nacional a partir de las privatizaciones a precio vil y la destrucción del aparato productivo, fundamentalmente de las pymes, por la libre importación, generó mayor aceptación del menemismo que el acatamiento logrado por la dictadura; como decíamos con igual planteo económico, no hubo diferencias entre Martinez de Hoz y Cavallo. Obviamente, cuando como en una fotografía el negativo se hace positivo, la desocupación cercana al 20 % y el cierre masivo de fábricas, la mentira se hizo clara. Así llegó la Alianza que prometió mucho pero no tuvo nada nuevo para mostrar y ante el cuello de botella generado por la crisis de arrastre y aumentada por ellos, solo ofrecieron más Cavallo, más neoliberalismo, y ante el reclamo popular solo supo responder con represión.

Ha habido un trabajo incesante e inteligente de la derecha, el poder económico, poder real, no solo desde los medios de comunicación, desde donde indican lo que hay que pensar, lo macro, por sus periodistas mercenarios, publicistas en realidad, no hay que olvidar que en general la publicidad es una mentira atractiva, mentir con elegancia; y desde lo micro, sembrando una construcción ideológica de individualismo y mezquindad a través de programas de chimentos, gran hermano, competencias por baile y otros elementos de la televisión basura. No se debe excluir del análisis de cómo la derecha ha impactado sobre la conciencia social desde la violencia encubierta. Tragedias como Cromagnon tienen elementos de sospecha para pensar que fueron intencionales, el beneficiario fue quien logró un golpe de palacio para derrocar la jefatura de gobierno de Ibarra con la indudable colaboración del vicejefe traidor. Sabemos quién fue el siguiente jefe de gobierno beneficiado por este hecho luctuoso. De la misma manera la siguiente tragedia, el choque del tren en once está rodeada de suspicacias, el motorman ileso, las pericias que demostraron frenos de correcto funcionamiento y sistema hombre muerto apagado, que aparentemente había tomado el control del tren pocas estaciones antes negándose a continuar el que estaba originalmente a cargo de la formación, y que misteriosamente fue asesinado días después en ocasión de supuesto robo pero sin robarle nada. Nisman, alguien que abandonó a su hija en el aeropuerto de Madrid para venir a presentar una denuncia en medio de una feria judicial que solo tendría impacto mediático y no jurídico, para después suicidarse en lo que puede haber sido un suicidio inducido por los mismos que le ordenaron hacer la denuncia, ya que el beneficiario de esa crisis, fue el que repitió la misma técnica de Menem en su primera elección mintiendo sobre sus propuestas y haciendo luego todo lo contrario.

Así la sumatoria de las operaciones de desacreditación de los gobiernos de base popular sumados a sus errores; no puede entenderse a nivel popular un gobierno peronista en el que el pueblo pase hambre y el trabajo registrado quede por debajo de la línea de pobreza, ha sido el terreno fértil para que el peor discurso, el de que hay que sufrir para que después nos vaya bien, mintiendo que nuestro país fue a principios del siglo XIX la primera economía del mundo, en realidad fue la décimo tercera, como producto bruto interno, pero en absoluta desigualdad con un 80 % de pobres y un 20 % de ricos. Para el que no lo sabe, las clases medias fueron la consecuencia del sufragio universal en el que los ciudadanos pudieron votar a opciones no oligárquicas como Hipólito Yrigoyen.

Hoy, en el summum de la paradoja en el discurso, por llamar de manera elegante a la perversión, somos victimizados con un DNU y un proyecto de ley ómnibus que representan la suma del poder público para el presidente, todo esto en nombre de la libertad, para transformar a Milei en un Fujimori vernáculo.

La perversión del lenguaje 2 / por: Daniel Pina