Alicia: “Podías decirme que camino

                                                                                                        debo seguir para salir de aquí?        

                                                                                                    El Gato: “Eso depende al sitio al que

                                                                                                                         quieras llegar”

                                                                                                       Alicia: “No me importa mucho el sitio”

                                                                                                        El gato: “Entonces tampoco importa

                                                                                                                           mucho el camino”

La sensación es que la forzada renuncia de Cristina a ocupar cargos públicos en 2023, puede marcar un momento trascendente y novedoso en las evoluciones de la lucha por el poder político en Argentina, dependiendo de ello hacia a dónde marchará el futuro del Movimiento Popular.

Su justificado paso al costado -promovido por el brutal persecución de medios periodísticos concentrados, Jueces y  vulgares homicidas– quizás esté planteando hoy una dinámica diferente en la definición de los liderazgos donde, hasta ahora, la necesaria conservación del poder formal había sido  siempre condición para su vigencia.

No existen dudas que estas decisiones no significan en absoluto la pérdida de su centralidad, de su condición de ser la política más influyente del peronismo con proyección aún más allá de su experiencia histórica, pero resulta importante analizar qué tipo de transformaciones en el ejercicio de la conducción política, ella misma está impulsando.

Este acto aparente de redefinición de los instrumentos de la acumulación del poder político (de dudosa utilidad inmediata,  en este tiempo preelectoral), pone en discusión una nueva forma de convivencia en el movimiento popular, toda vez que probablemente nos enfrentemos con una nueva forma de distribución de roles, nuevas reglas  (no se sabe con qué acatamientos) nuevos armados, postergadas  propuestas, necesaria selección de candidatos y en fin, la puja actual por la toma de decisiones en el armado electoral.

Como la historia nunca se repite de la misma manera, es útil recordar que cuando el General Perón decidió concluir con la etapa del Presidente Cámpora, lo hizo poniendo literalmente el cuerpo y asumió su tercera presidencia con un enfisema pulmonar que sabía que le llevaría la vida. Esos tiempos han terminado. Este es otro país y quizás también otro pueblo.

Cuando en 1983 se recuperó la democracia perdida, lo más importante e indispensable fue que el pueblo pudiera votar de una vez por todas a sus gobernantes en paz y libertad.  Pero eso no significó necesariamente la democratización de la dociedad toda, profundamente lesionada por años de autoritarismo irracional.

Esos cambios culturales mas profundos tenían caminos más duros y complejos. Hubiera sido precisamente en la democratización de la vida diaria, en la de los Partidos Políticos, los Sindicatos, las Cooperativas, las Organizaciones sociales, de los medios de comunicación, donde efectivamente se hubiera jugado el pulso compartido de los intereses económicos y sociales, hubieran sido los lugares en los que el pueblo debiera haber asumido como propio la defensa de sus logros y sus intereses.

La política al menos no ayudó en esa construcción colectiva, por el contrario se valió de antiguos reflejos de relaciones de poder que de la mano de las referencias, las territorialidades, los usos de la función pública, aislaron de manera constante al protagonismo directo del pueblo todo, cada vez mas limitado en sus acciones, sus sistemas de informaciones y su consecuente pérdida  de influencia directa en la toma de decisiones. Fue  esa confortable  ilusión óptica de que votando cada dos años, se acomodarían las cargas de la distribución y la justicia social.

Y el resultado ya es sabido, el ejercicio abusador del poder político resultó ser la proteína de la antipolítica. Y así estamos hoy.

Durante el siglo XXI los claros liderazgos de Néstor y Cristina disimularon estos anquilosados sistemas de representación social intermedia, quizás porque las grandes mayorías se sintieron interpretadas y a veces satisfechas por los resultados obtenidos con esas conducciones personalizadas.

Pero esos tiempos se están acabando, el embate cultural del neoliberalismo elitista y reaccionario ha determinado que el pueblo argentino deberá cruzar literalmente un largo desierto, asediado por los insaciables buitres de la  usura internacional que además, nos pretenden como cautivos proveedores de sus corporaciones, que se debaten para prevalecer en el control del poder mundial.

Queda por responder si la proscripción abyecta de Cristina y su consecuente decisión, marcan o no un nuevo rumbo en la realidad interna del movimiento popular y si sus pretendidas referencias son capaces de advertir el inmenso peligro de la paulatina pérdida de legitimidad, de los abusos de prácticas aislacionistas y de los elitismos tribales que se conforman con un pedacito del poder del que se sirven,  que operan con la comodidad online, amparados por la repetición de viejos apotegmas que no solo no se cumplen sino que además ya nadie entiende.

Intentar cambios de abajo hacia arriba -si es en verdad lo que queremos- necesita claramente revisar las cadenas de valor de las prácticas políticas por traumático  y doloroso que sean.

El desafío de quienes se sientan comprometidos con una patria más justa, es enorme.

Que no haya entonces nuevos repartos de bastones y  que cada cual se procure el suyo.

El Gato de Alicia en el País de las maravillas nos sigue interrogando sobre a qué sitio queremos ir.