La primera noción acerca de estas cuestiones -la más obvia- es aquella que nos recuerda que hablamos de las formas de construir el poder necesario para lograr los grados de autonomía necesarios que permitan tomar decisiones que afectaran intereses de todo tipo. En esto consiste la función del sistema político: “lograr decisiones colectivas vinculantes”; cualquier decisión en cualquier tema.
Una primera decisión conceptual para el análisis consiste en asumir que esta cuestión es un fenómeno social y que la primera conclusión derivada implica admitir que no depende exclusivamente de decisiones individuales o de grupos de actividad intensa.
Como todo fenómeno social, supone un grado de complejidad que a los individuos nos plantea un excedente de posibilidades de decisión imposible de manejar en su totalidad, de modo que se trata de tomar decisiones con altos grados de incertidumbre, lo cual no debería asombrarnos a los que desarrollamos nuestra vida en el ámbito de la política.
Antaño sintetizábamos esto diciendo que en política se necesita cierto grado de audacia (Perón, Néstor y CFK los mejores ejemplos). Asimismo, desde las teorías clásicas de lo que llamamos izquierdas, se invocaba la “voluntad política” –aún se hace-, condiciones subjetivas decía Ernesto Guevara.
Como la sociedad no es estática, de poco nos sirve aquí, la lectura de la historia para encontrar las respuestas actuales, a pesar de ser referencias de sentido inmanentes a toda construcción de imaginarios. En criollo, no hay recetas de efectividad probada.
Nuestro manual de cabecera en este tema: “Conducción Política” (J.D. Perón -1952) nos muestra que el esfuerzo puesto por Perón en esta materia no era una cuestión menor, de allí su insistencia en el poder de la organización, en la Comunidad Organizada, en la estructuración del Movimiento, en la formación de Cuadros, etc., etc. Es que la organización –cualquier organización- aún la no establecida por escrito, asigna roles, reparte excedentes, administra expectativas, direcciona el esfuerzo colectivo y, -perdón por la insistencia- permite la toma de decisiones en forma autónoma.
Ya hemos tematizado –en otro texto- distintos aspectos de lo que llamamos construcción política. Pero en la cotidianeidad la dinámica electoral ha reducido esta complejidad a la “rosca” partidaria, en cuyo manual de acción figuran todas las tropelías que puedan ser
disculpadas adjudicándoselas al pobre Maquiavelo que no podía ni imaginarlas en el SXVI.
Entonces, de las variadas formas de encarar este tema me atrae una que pareciera ser el médium en el que se desarrollan las otras ya que se configura como el movilizador del sentido final de toda acción consciente sin necesidad de recurrir a una exacerbada razón instrumental.
Me refiero al rol que cumple “la confianza” en la construcción política.
Confianza es una apuesta, hecha en el presente, hacia el futuro, que se fundamenta en el pasado. Dicho de otro modo: una persona puede confiar en que otra cumplirá en el futuro una promesa hecha en el presente, basándose en la experiencia que ha tenido en el pasado con esa misma persona.
Más allá de esta definición y dejando de lado el origen ético del concepto, hay que observar que la confianza es inmanente a la vida misma. No podríamos dormirnos si no tuviéramos la confianza en un despertar después, pero además no deja de ser una moneda girando en el aire, el resultado siempre puede ser distinto al esperado. Contingencia que le dicen.
Es decir, en la decisión de otorgar o no confianza, se juega nuestro destino posterior. De modo que los argumentos de dicha decisión deben ser de una importancia superlativa. Tales argumentos no son otra cosa que sentido social acumulado y, si hablamos de acumulación, estamos hablando de tiempo, recurso no renovable y escaso biológicamente hablando y más aún en el escenario político.
En términos sociales este sentido, imposible de asir o manipular por más focus group que se realicen, implica historia viva –de los que aún la pueden contar- (“los mejores días siempre fueron peronistas” dice el saber popular) y a la vez concepción de la “buena vida” y acceso al consumo que la posibilite como impone el sistema capitalista.
Hay, en consecuencia, en la formación de la confianza aspectos que tienen que ver con el sentido social de las cosas de la vida, con el tiempo y otros estrictamente materiales. En esto el peronismo juega con alguna ventaja si es que podemos hablar de una memoria social. Al mismo tiempo lo pone frente al despilfarro que hoy se hace de esa memoria. El saber popular también dice que “es muy fácil perder la confianza y muy difícil recuperarla”.
Por todo lo dicho, es importante mencionar que la pérdida de confianza tiene altísimos costos de toda índole y que tal vez los más difíciles de restañar sean los anímicos ya que implica romper un horizonte futuro que ya actualizábamos en el presente y en el que ya estábamos realizando nuestra vida. Hoy nos dicen que esto es “derechización de la sociedad”
Al fin y al cabo, la confianza es un adelantar el futuro. Muy distinto a las expectativas que sólo expresan posibilidades estadísticas.
No es lo mismo hablar y comprender las cuestiones acerca de cuántas vacas tenemos y del precio de la carne en Liniers o, de que cosa sea la “vaca china”, que el sentimiento de frustración que se siente al no poder llevar un churrasco a la mesa familiar o tener que eliminar el rito comunitario alrededor de la parrilla.
¿Y…entonces…? Verán que es fácil hablar de la confianza cuando denotamos porque no la tenemos.
COMO NOS ENSEÑO EL GRAL.
LA CAUSA
Si bien el espíritu, la esencia y los principios del peronismo no han variado, la concreción de su función social “Ofrecer a la sociedad un modelo alternativo” (a la oligarquía vernácula en su momento, al capitalismo concentrado y sus formas hoy) debe necesariamente modificarse en sus formas dado que la evolución de lo social nos presenta escenarios que nos eran ajenos antaño.
El Bien Común, la Felicidad del Pueblo, son etiquetas que han ido perdiendo capacidad de diferenciar, no por su significado sino por su expresión significante, por la pérdida de capacidad simbólica de su literalidad. Tal vez porque la aparición de los llamados derechos de tercera generación no encontraron allí expresión satisfactoria y obviamente por la contraposición agresiva de la terminología liberal carente de humanismo en cualquiera de sus vertientes: gente, público, mérito, individuo, etc. nominalismos en los cuales no existe la persona humana. De modo que es imposible generar confianza -hoy- desde estos llamados o imperativos en la construcción del mundo de la vida de los de a pie.
No ha sido otra cosa que esta adecuación a nuestro presente del S. XXI y sus nuevas necesidades y simbolismos lo que significó el Kirchnerismo, tan difícil de comprender en la vorágine de lo cotidiano, al punto de generar un sin número de definiciones: “Anomalía de la Historia” (Ricardo Forster), “Controversia Cultural” (Horacio González), “Orden y Progresismo” (Martín Rodriguez) por mencionar algunos, o su negación lisa y llana como peronismo.
Las nuevas constituciones de Ecuador primero y la de Bolivia luego, trajeron al habla cotidiana un significante nuevo: “La Buena Vida”; Sumak Kawsay (en quichua) o Suma Qamaña (en Aymara), esta idea que por estos lares no tiene las raíces originarias que la fundamentan para aquellos pueblos hermanos, ha comenzado se ha popularizado como una
forma de expresar un horizonte futuro en cuya realización vale la pena tener confianza. “Vivir Mejor” en los discursos de CFK.
A diferencia de las invocaciones que antaño utilizábamos, ésta hoy incluye en su sentido social, no sólo aquellas, sino también los derechos de tercera generación: género, medio ambiente, derechos de las minorías, soberanía alimentaria, derechos del consumidor, utilización de la ciencia y la tecnología, etc. etc. todo aquello de lo que no hablábamos antiguamente. La Revolución –pensábamos- arreglaría todos los males, inclusive aquellos de los que todavía no teníamos conciencia.
Esta consigna, “La Buena Vida” no ha sido, todavía, elevada a condición de Causa Política por el sistema político y, extrañamente, tampoco por el Peronismo Oficial. Digo extrañamente porque el imaginario peronista es el único capaz de representarla legítimamente en la Argentina y así se demostró después de la crisis del 2001.
Concluyendo:
En esta coyuntura dónde los derechos –casi todos- a pesar de estar instituidos no se efectivizan en los hechos, el Buen Vivir como Causa no debería ser otro que su “realidad efectiva”
LA ORGANIZACIÓN
Siendo “la política” el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de la política y dado la visibilidad que estas prácticas tienen hoy a través de los medios masivos de comunicación y redes de relaciones, sean éstas electrónicas o personales, tenemos aquí una dificultad para generar confianza.
Es de perogrullo decir que la lógica con la que se disputa la representatividad partidaria, diríamos que “da asco” y por lo antes dicho queda expuesta a cielo abierto, lo que da sustento a las argumentaciones “anti política” que no son nuevas; desde hace tiempo son hábilmente utilizadas por la propaganda reaccionaria que penetra profundamente en la urbanidad de los principales conglomerados del país.
Es una constante tanto en el sistema político como en el sistema judicial (que forma parte de la totalidad de lo político) que el nepotismo y las relaciones económicas o sexo-económicas sean el nexo aglutinante. Un paseo por medios internacionales muestra el descrédito global y generalizado de ambos sistemas –una de cuyas causas son estas prácticas- No hay un juicio moral en esto, sólo que no puede ser la regla por ineficiente y generadora de costos y conflictos innecesarios.
Se abre acá un capítulo sobre las distintas formas de organización del quehacer político: formas de elección, democracia interna, estructura, financiamiento, principios fundacionales, objetivos específicos, formas de control interno, formación de cuadros, etc., etc., etc.
Ninguna confianza se puede generar en el estado de cosas en este aspecto.
Las ciencias sociales tienen toda una biblioteca de análisis de la construcción política mediante redes clientelares que, en general, se atribuyen exclusivamente al populismo -aunque este concepto no quede nunca bien definido- y por excelencia a Latinoamérica –lo cual se puede demostrar objetivamente que es una falacia mayúscula-
La élite política –léase la política profesionalizada- confunde “la política” con “lo político” y de ello deriva la ineficacia o corruptela de las formas organizativas y fundamentalmente de la gestión del Estado.
En una humilde y pedestre interpretación de Chantal Mouffe de esta dupla: la política/lo político, lo primero constituye el ámbito de la disputa y antagonismos constitutivos de las sociedades humanas y la segunda las prácticas e instituciones que organizan la coexistencia.
En consecuencia, cuando desde la función de gestión del Estado se pretende hacer “política” comienza la deriva por no decir la debacle. El Estado tiene sólo tres medios para hacer política: Dinero, Normas y Represión, y si a esto le agregamos que “lo político” se expresa, desde el sistema político en términos morales en vez de tener en cuenta niveles de inclusión o exclusión social derivados de la gestión, se termina juzgando en término del “Bien” y del “Mal”, una especie de religiosidad esperando milagros.
Diría yo que conceptualmente se transgrede la máxima que nos enseñó Perón acerca de que la “organización vence al tiempo” porque “esa” organización que nos postulaba tenía como sustento atemporal un objetivo social que se ha ido perdiendo para transformarse en efímeros objetivos materiales muchas veces individuales.
LA COMUNICACIÓN
Este fenómeno tiene tres componentes: La información, la forma de comunicarla y el entendimiento del que la recibe que siempre es parcial e incompleto (no hay posibilidad de conexión punto a punto entre dos conciencias)
Si tenemos en cuenta que la forma de comunicar también es información al igual que el “no comunicar” podemos aseverar que no existe la “no comunicación”. Sin comunicación no habría posibilidad de construcción de sociedad.
Mal podría construirse confianza en forma colectiva cuando no hay claridad en esto, mucho
ruido diría Joaquín Sabina, en este caso, ruido de intereses extraños a nuestras necesidades de buena vida.
De este complejo fenómeno me interesa poner el acento en un par de características que constituyen el comunicar.
Sobre lo primero que hay que llamar la atención es que la información no sólo se expresa en el lenguaje o en sus simbolismos –la escritura, el texto- La economía comunica con el código tener/no tener, el derecho comunica con el código legal/ilegal, la ciencia comunica con el código verdadero/falso, y así siguiendo y, por fin, la política con el código poder/no poder.
Si con Vicentin se dio marcha atrás de una decisión por decreto con poder de ley (DNU), si le pagamos ATP a Clarín, La Nación, Techint y otros oligopolios, si Clarín/Telecom y Telefónica, ignoran con ayuda de los jueces una decisión legítima y legalmente adoptada por el Ejecutivo, ni hablemos del sistema judicial, etc., etc., etc., es de perogrullo decir que se está comunicando que el gobierno nacional no tiene o no quiere ejercer el poder que la constitución y las leyes vigentes le otorgan y entonces qué confianza se puede tener en que el gobierno me ayudará a encontrar la buena vida, a vivir mejor.
Tendría que hacer una profesión de fe y en política eso se llama dogmatismo y en el barrio burrada o boludez.
Dijimos más arriba que no sólo los simbolismos comunican. Los que hemos andado por la capacitación y sus características sabemos que en una conversación prácticamente el 50% son silencios. Lo que no se dice es también comunicación y a veces esa parte es la más importante y además sólo queda un 25% de todo lo dicho.
Un señalamiento implica una distinción con lo que no es y en consecuencia constituye una elección. Aunque lo no señalado permanezca en cierta oscuridad, se intuye -que es una forma de percibir- no permanece ignorado. Ergo juega en la construcción de la confianza.
Y si hablamos de formas, el decir y el hacer no pueden no ser congruentes, esto ya es una obviedad. Entonces, y luego de todo el texto anterior, no hace falta ya describir lo que comunica el Sistema Político.
Conclusión (provisoria mañana no sabemos)
La construcción política, las decisiones de política, la organización política, los actores del sistema político, se constituyen en el médium de los sentidos socialmente construidos que se expresan y se materializan en los sistemas de conciencia como CONFIANZA que es la que permite acumular el poder necesario para hacerlos posible.
Seguido aparece la pregunta obvia, Confianza en qué y para qué y aquí aparece Milei que pone arriba de la mesa lo que también era una obviedad: Confianza en que sacará del camino lo que aparece como obstáculo para obtener un Buen Vivir, dígase el Sistema Político.
Este anarquismo extremo digno de Proudhon y Bakunin que hoy aparece como novedad –como siempre ocurre- no es para nada nuevo; todavía resuena el grito del que se vayan todos.
Ergo si queremos cambiar este estado de las cosas tenemos que cambiar la lógica de lo que se entiende por hacer política que ha sido reducido a la rosca partidaria y al funcionariado, ambas cosas exacerbadas en coyunturas electorales.
En general “la rosca” suple la falta de representatividad, de inserción en las formas organizativas territoriales, bastardeando el concepto de militancia; con su consecuencia inmediata: el abandono del territorio que fue un elemento fundacional del peronismo.
A pesar de todo el panegírico que se ensaya alrededor de lo virtual y de lo novedoso y sorprendente que puedan resultar estas novedades tecno-alienantes, nada puede reemplazar el semblante con sus 43 músculos faciales en su mayoría de funcionamiento involuntario; ergo nada reemplaza una mateada o una choriciada si se trata de establecer relaciones duraderas. Cualquier otra cosa es un ejercicio de solipsismo extremo y por ende efímero y vacuo.