Hay un dicho de Edgard Allan Poe, en El sistema del Dr. Tar y Prof. Feather , publicado en 1845, aplicado a menudo en la Italia sur, que advierte la necesidad de ser escépticos respecto de nuestros propios sentidos: “de quello [che] vedi a metá credi, de quello [che] senti non credi niente”, traducido como “De lo que ve, crea la mitad; de lo que escucha, no crea nada”.
Sin embargo, la percepción sensorial forma parte de la condición humana, es constitutiva y digna como factor existencial, ayuda a vivir y a entender a nivel de piel, pero no es la manera integral ni más eficiente de acceder al conocimiento de la realidad.
Existe, en el imaginario popular, un concepto de riqueza material y palpable: que puede ser vista, tocada, que está ahí y viene dada por la acumulación de oro en monedas, lingotes, joyas, metales preciosos. Las películas de bucaneros y piratas instalaron esa idea en bodegas repletas y cubiertas codiciosas y el cómic y dibujo animado sobre el tío Patilludo del Pato Donald (un personaje de la “gran familia universal Disney”, en original Scrooge McDuck en 1947) lo dejó reflejado en nuestras retinas y en nuestras neuronas a través de historietas de lectura habitual hacia mediados del siglo pasado.
Seguramente allí abrevan los recientes razonamientos grotescos de una candidata a presidenta que le permiten suponer que las reservas de un Banco Central pueden ser fotografiadas o constatadas en una filmación. O, peor aún, que puede filmarse la inexistencia de reservas. Más cerca de la ficción bizarra que del error conceptual, más animismo ideológico que enfoque político científico.
El BCRA informa semanalmente la situación de sus cuentas (diariamente algunos indicadores claves), entre ellos sus reservas internacionales, que se definen como activos externos que están disponibles de inmediato y bajo el control de las autoridades monetarias. Se componen de
*las tenencias de Oro (neto de previsión por locación),
*las Divisas depositadas en corresponsales de exterior y existentes en el Tesoro del Banco,
*las Inversiones realizadas en el exterior,
*los instrumentos financieros derivados cuyo activo subyacente sean las Reservas Internacionales,
*el saldo de las posiciones activas netas de los países intervinientes en operaciones reguladas por el Convenio ALADI y
*el saldo neto de Otros Convenios Multilaterales de Crédito.

Si alguien hubiera llegado, con la candidata y su camarógrafo, al BCRA el pasado 23 de julio (último balance publicado) encontraría anotado en la cuenta de Reservas una suma dineraria que asciende a $ 6.791.962M (algo así como $ 6,7Billones -millones de millones). Como la paridad oficial de intercambio era $ 269,4167 = USD 1, equivalían a u$s 25.210M. Esas eran las reservas del BCRA.
Ahora bien, de ese importe, el 15,45% estaban conformadas por oro. Equivalen a u$s 3.900M y a algo más de 2M de onza troy – poco más de 60 Tn de oro y algo menos de 5000 lingotes-. Ese oro no necesariamente está en las bóvedas propias y se estima que la existencia física es de 10Tn. Por eso el balance del BCRA expone “neto de previsiones”. Los Bancos Centrales -instituciones dependientes del mundo global si las hay- suelen tener sus depósitos auríferos en Londres, Reino Unido, y Basilea, Suiza porque son más líquidos para monetizar en dólares via swaps. Quizás la candidata debiera preguntar a Sturzenegger, presidente del Banco Central puesto por Macri, que el 26 de abril de 2017 ordenó mandar 11 toneladas de oro a Londres.
Pero las imágenes del oro abundan en la mitología urbana conservadora de la política argentina, los “pasillos áureos del BCRA”, el “oro robado en la cañonera de Perón” en 1955 y el “oro nazi” son ejemplos. En todos casos inventados, el oro representa el poder consolidado que viene a ser ollado por el populismo y la corrupción. Es el oro de los ricos y poderosos que viene a ser apropiado por las políticas nacionales y populares y que merecen el escarmiento de revueltas, revoluciones y bombardeos.
Y siempre se intentó documentar. “La imagen en blanco y negro de una habitación repleta hasta el techo de lo que parecen ser lingotes de oro ha sido compartida miles de veces en redes sociales, al menos desde 2018, por usuarios que afirman que muestra el “Directorio del Banco Central días antes de la llegada del expresidente argentino Juan Domingo Perón al poder”. Pero esto es falso, en realidad la fotografía retrata a la Junta de Accionistas del Banco de España y fue tomada en esa entidad entre 1940 y 1944”. En https://factual.afp.com/http%253A%252F%252Fdoc.afp.com%252F9V76R4-1 se documenta que la foto es del Banco de España y no en Argentina antes de Perón.
La sospecha, que Argentina ha cargado durante décadas, instalada por el mito gorila de haber permitido el ingreso del llamado «oro nazi», en el cual habría participado el BCRA, no ha podido ser mínimamente evidenciado y se basó en suposición de que Argentina tuvo, de una forma u otra, vínculos especiales con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial (habiendo mantenido la neutralidad hasta enero de 1944). Dos prestigiosos investigadores UBA analizan los antecedentes y publican en Ciclos, Año X, Vol. X, N° 19, 1e1: semestre de 2000 los datos y argumentos sobre esa falsa y tendenciosa afirmación.
Lo mismo ha pasado con el “oro de los Kirchner” que justificó estériles movimientos de suelos en Patagonia en búsqueda de enterramientos fabulosos y la destrucción de paredes en el domicilio particular de CFK a la espera de encontrar ladrillos de oro. Siempre la fábula del oro, siempre el objetivo de manipular el impacto de la riqueza sobre la decisión de los pueblos.
Claro que, en boca de una candidata a presidenta de Argentina, debe merecer un pedido de disculpas internacional con vergüenza ajena.

Las reservas brutas al 31 de julio ppdo en el BCRA ascendían a u$ 24.092M.
RESERVAS INTERNACIONALES
RESERVAS INTERNACIONALES

ORO neto de previsiones 1.049M
Divisas 4.165M
Colocaciones realizables en divisas 1.574M

Divisas
Colocaciones realizables en divisas
Convenios Multilaterales de Crédito
Instrumentos Derivados sobre Reservas Internacionales
1.049.285.649 4.164.812.300 1.574.063.054
6.304 3.794.783
6.791.962.090

En Argentina se transitó una historia sinuosa. Seguiré datos y relatos oficiales del BCRA adaptados de manera libre pero objetiva a los propósitos críticos de este escrito.
Hasta 1881, en el sistema monetario y financiero argentino, convivían una multiplicidad de monedas emitidas por distintos bancos nacionales y extranjeros. En ese año se instauró una moneda nacional bajo patrón oro, pero la convertibilidad fue efímera y continuaron circulando cuasi-monedas provinciales y privadas. Sólo después de renovadas crisis asociadas al endeudamiento externo, a principios del siglo XX, el país pudo volver al metal y establecer un vínculo rígido entre el saldo del balance de pagos y la cantidad de dinero (el patrón oro fue suspendido entre 1914 y 1927 para ser abandonado definitivamente en diciembre de 1929).
El estallido de la crisis bancaria de 1890-91 (el denominado “pánico de 1890” de Juárez Celman) motivó la creación de instituciones como la Caja de Conversión y el Banco de la Nación Argentina que, hasta la década de 1930, centralizan instrumentos y funciones propias de un Banco Central.
En el contexto de perfil productivo del país (producción de productos primarios vulnerables a los cambios en el mercado mundial) y la gran inestabilidad monetaria y financiera, se sucedieron, desde 1900, varios proyectos de Ley de creación de un Banco Central. Entre ellos, el presentado por H. Yrigoyen en 1917 que incluía una política monetaria activa y de avanzada para la época. Todos fallidos por la preeminencia conservadora de la mayoría en el Congreso Nacional.
Con la crisis financiera internacional de 1929 el sistema monetario y financiero del país se agotó. La Argentina, con una economía absolutamente abierta, no resistió las medidas proteccionistas de sus socios comerciales ni la drástica disminución de los flujos de capitales. Esta situación deterioró su balance de pagos por la pesada carga de remesas de beneficios de las empresas extranjeras y del servicio de la deuda pública. La crisis obligó a instaurar el control de cambios y medidas de intervención estatal que contradicen los postulados del librecambio. En ese contexto, y debido a las repercusiones en el sistema bancario, se dieron las condiciones para la creación de un Banco Central que se hiciera cargo de centralizar el control de la política monetaria y cambiaria.
Producto de la reforma monetaria y bancaria de 1935 nace el Banco Central de la República Argentina (BCRA). Se crea como entidad mixta con participación estatal y privada. Dedicada a la emisión exclusiva de billetes y monedas y la regulación de la cantidad de crédito y dinero, así como la acumulación de las reservas internacionales, el control del sistema bancario y la función de agente financiero del Estado. Se la dota de instrumentos para ejercer el papel de “prestamista de última instancia” y la adopción de políticas anticíclicas de moderación de las fluctuaciones económicas.
En un contexto interbélico 1918-1939 de fuerte alza de los precios de las exportaciones y con un esquema del control de cambios, el BCRA pudo realizar políticas anticíclicas, mantener el servicio de la deuda externa e incluso rescatar -con reservas disponibles- parte de la deuda externa.
Sin embargo, aparece la constante de la dependencia: las políticas monetarias seguían condicionadas por las preferencias e intereses de inversiones extranjeras – predominantemente británicas — que querían enviar sus ganancias al exterior y evitar devaluaciones de la moneda nacional.
Por ello la visión peronista, nacional y popular de 1946 dispuso la nacionalización del BCRA, y su función prioritaria pasó a ser la de promover el desarrollo económico, reduciendo los préstamos hacia actividades especulativas, y enfocando los recursos hacia las actividades productivas. Todo lo contrario de la financierización.
Perón, en su discurso a la Asamblea Legislativa del 26 de octubre de 1946 explicaba la privatización de la arquitectura monetaria: “organizados como un perfecto monopolio, los bancos estaban divididos a través de un pool cerrado, en el cual las entidades privadas podían imponer su criterio en asambleas, sobre los bancos oficiales o mixtos. Así, los bancos de capital privado, con solo un aporte inicial de 30,4% del capital, tenían el extraordinario privilegio de manejar las asambleas, custodiar el oro de la Nación y controlar todas las facultades de Gobierno, indelegables por razones de soberanía estatal. El Banco Central promovía la inflación, contra la cual aparentaba luchar, violando el artículo 40 de su Carta Orgánica y emitiendo billetes sin limitación, contra las divisas bloqueadas en el exterior, de cuyo oro no se podía disponer en el momento de su emisión. En otras palabras, se confabulaba contra la Nación y se actuaba visiblemente en favor de intereses foráneos e internacionales. Por eso, su nacionalización ha sido, sin lugar a dudas, la medida financiera más trascendental de los últimos 50 años”.
En 1949 el BCRA pasó a depender del Ministerio de Finanzas de la Nación y se profundizó la política de orientación del crédito hacia la producción en actividades de importancia para el desarrollo del país.
Durante el peronismo originario el Banco Central jugó un papel muy importante en la regulación de las tasas de interés y en el otorgamiento de créditos selectivos para desplegar una estrategia de sustitución de importaciones así como de promoción de exportaciones, con el objetivo de diversificar la matriz productiva y superar la etapa agroexportadora.
La reforma de la revolución de 1957 liberalizó el sistema financiero, eliminó la nacionalización de los depósitos y la asignación por el Banco Central del crédito. Al BCRA se le otorga un mayor grado de autonomía pero debe seguir las “directivas fundamentales del gobierno nacional en materia de política económica”. Asimismo se limita el monto que el Banco puede prestarle al gobierno, pero no se abandona el rol de la autoridad monetaria en el direccionamiento del crédito productivo, a través del control de la tasa de interés y el otorgamiento de redescuentos que permitían bajar sustancialmente el costo financiero los proyectos de inversión.
Con un nuevo quiebre del orden constitucional en 1976 la economía argentina sufrió un brusco cambio de rumbo. La dictadura cívico-militar argumentó que el proceso de sustitución de importaciones se había agotado e impulsó medidas de liberalización comercial y financiera, en particular de la tasa de interés y de los movimientos de capitales con el exterior.
El Banco -cuya carta orgánica no es modificada- se encuentra con nuevas tareas que emergen de esa liberalización de las tasas de interés así como del ingreso masivo de nuevas entidades al sistema bancario bajo una nueva Ley de Entidades Financieras (aprobada en 1977 y aún vigente). Esa incondicional inserción de la Argentina en el proceso de globalización financiera termina con una masiva crisis bancaria en el año 1980, una de balance de pagos en 1981 y la de la deuda externa a partir de 1982.
Con el restablecimiento de los gobiernos democráticos en 1983, y luego de un breve período de políticas monetarias activas con restricciones a los movimientos especulativos de capitales, en 1992 el plan de convertibilidad Menem Cavallo radicaliza aún más la política de liberalización iniciada en 1976.
Con la convertibilidad, la oferta monetaria nacional quedaba determinada por el flujo neto de divisas con el exterior. Al Banco Central se le otorga el mandato unívoco de “preservar el valor de la moneda” con un papel muy similar al de la Caja de Conversión de 1899, aunque dotado de la atribución de supervisión del sistema bancario bajo una cierta descentralización en la Superintendencia de Entidades Financieras y Cambiarias (SEFyC). En 1992 se modifica la Carta Orgánica para alinear la misión y funciones del Banco Central a los lineamientos de la política económica y en particular a la convertibilidad del peso con el dólar estadounidense.
Este período se caracterizó por una marcada baja en la tasa de inflación respecto a la que había prevalecido en las décadas previas. Inicialmente el régimen permitió una fuerte recuperación de la economía, pero resultó demasiado rígido, para acomodar shocks externos. Así la crisis rusa de 1998 precipitó una salida generalizada de fondos de mercados emergentes, que en el contexto del tipo de cambio fijo propuesto por la Convertibilidad, precipitó a la Argentina en una profunda recesión, que finalmente derivó en la Ley de Emergencia Económica de 2002, donde se abandona la Convertibilidad hacia un esquema más flexible en el que el BCRA recupera la capacidad de efectuar políticas monetarias y cambiarias activas.
Vale rescatar de esa época una mejora sustancial en la calidad de la regulación prudencial del Banco Central, que permitió a la postre una mayor solvencia de las entidades financieras que operan en el país.
Una década más tarde, con Cristina en el gobierno en marzo de 2012, se reestablece el mandato múltiple al Banco Central, devolviéndolo al servicio del desarrollo económico y la contribución a una mayor equidad social, pero preservando el objetivo de la estabilidad monetaria y la del sistema financiero como objetivos primarios de la institución.