No parece exagerado afirmar que la pregunta central de la filosofía política es la de la comunidad. Ahora bien, además de la organización de lo colectivo –las leyes y las instituciones, la economía y la distribución de los bienes, los castigos y las solemnidades públicas–, la filosofía no puede eximirse de una cuestión esencial: si, según Aristóteles, el hombre es un ser en el cual el fin por excelencia es la felicidad, entonces la sociedad debe constituirse como el lugar natural para alcanzarla. Como escribió Marsilio de Padua, la ciudad “es una comunidad establecida para el vivir y el bien vivir de los hombres en ella.” (Defensor de la Paz, V, II). En efecto, en política no se trata solamente de la mera vida sino, ante todo, del vivir bien. Perón aseguró una vez que “nosotros no podemos conformarnos con que el pueblo viva en paz; queremos que viva bien.” Por esta razón, un criterio razonable para justipreciar la gestión de los gobiernos sería observar en qué medida cumplen –o se acercan a– este objetivo.

Las presentes líneas pretenden interpretar el gobierno de Macri con este telón de fondo. En particular, me concentraré en uno de los discursos esgrimidos por la administración macrista para que los argentinos alcancen un buen nivel de vida. Una de las estrategias mediante la cual se afrontó la crisis ha sido el “sacrificio compartido”: la apelación a los ciudadanos a realizar un esfuerzo para resistir las circunstancias económicas adversas hasta que llegue el período de bonanza y la circulación de la riqueza, la estabilización del dólar y la eliminación de la inflación.

Desde los comienzos de la presidencia de Macri la idea del sacrificio ya comenzaba a asomar. Es así que en la celebración de los 200 años de la Independencia nacional el presidente admitió que la etapa estaba “siendo dura”, pero les solicitó a los ciudadanos que “hagan un sacrificio.” El punto álgido de la lógica sacrificial fue cuando anunció el acuerdo con el FMI en setiembre de 2018, pues indicó que “estos dos años y medio han sido difíciles, pero todo lo que cuesta en la vida vale la pena. Finalmente, en agosto de 2019 el presidente instó a la ciudadanía a seguir trabajando porque “el dolor nos está haciendo crecer para ratificar todo esto que hemos hecho.»

Expuesta brevemente la estrategia del sacrificio, conviene apreciar qué está verdaderamente en juego detrás de este discurso. La politóloga norteamericana Wendy Brown, en su penetrante libro Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution, ha formulado incitantes reflexiones sobre la gestión de la ética neoliberal y cómo el sacrificio es una parte constitutiva de ésta. Si una de las características esenciales del sistema capitalista en su forma actual es la total economización de lo público –es decir, que las decisiones colectivas se midan con parámetros económicos, como pérdidas y ganancias, beneficios y rendimientos– el individuo, al asumirse como empresario de sí mismo y en el cual auto invierte constantemente en su propio capital, en ocasiones necesariamente deberá enfrentarse a déficits, como sucede en cualquier negocio e inversión, a través de “la pérdida de trabajos, despidos o recortes en pagos, prestaciones y pensiones” o “sufrir los efectos más prolongados de estanflación, deflación monetaria, contracciones del crédito, crisis de liquidez.”

El fondo oculto del sacrificio impulsado por el macrismo queda en evidencia: decisiones que son de naturaleza eminentemente política-económica, como el ajuste del gasto público, la eliminación de subsidios a las tarifas, la apertura de las exportaciones, etc., se las hace pasar por medidas empresariales, en el cual el argumento que la fundamenta es que “aunque cueste, hay que hacerlo, hay que sacrificarse.” El ciudadano debe tolerar estoicamente la privación material y la exposición a situaciones que no lo favorecen pero que, en teoría, estarían justificadas para superar la crisis y mantener estados como el posicionamiento competitivo o la evaluación financiera de la nación en los organismos internacionales. El punto que no logra resolver el sacrificio es que –como quedó demostrado sin ápice de duda en los cuatro años del gobierno de Macri– la situación macroeconómica ha empeorado y la crisis se ha profundizado cada vez más. Pareciera que el sacrificio durante estos cuatro años no sirvió para nada, pues ninguna persona medianamente informada y observadora de la realidad argentina osaría afirmar que la ciudadanía progresó o está mejor en términos económicos que antes de la crisis.

En conclusión: el sacrificio, lejos de ser una de las herramientas que posibilite la salida a la crisis, es una estrategia política-comunicacional que tiene por objetivo hacer recaer los costos en las clases bajas y medias de un sistema cada día más excluyente y que empuja a miles de conciudadanos al desempleo, la miseria y la marginalidad.