El sociólogo Juan Gabriel Tokatlian analizó los primeros cien días de gobierno de Donald Trump y expresó su preocupación por la pérdida de perspectivas de futuro en los jóvenes de menos de 30 años. “Estados Unidos está viviendo una situación autoritaria, y este deslizamiento es tremendamente peligroso”, dijo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3)
Estamos muy deseosos de escuchar su balance de los primeros 100 días de este segundo mandato de Donald Trump.
Yo diría que hay al menos dos frentes muy distintos para hacer un primer balance de estos 100 días. Por un lado, el frente interno, doméstico, en Estados Unidos. Y por otro lado, el frente internacional, que a su vez se puede dividir, en “el mundo” y después “América Latina”.
Empiezo por lo primero: por Estados Unidos hacia adentro. Yo creo que Estados Unidos definitivamente está atravesando una crisis política, social y económica de una enorme envergadura, y que esto no es un proceso reciente. Ya lleva prácticamente más de un cuarto de siglo.
Tiene que ver con cambios demográficos fenomenales en Estados Unidos, con el crecimiento notable de la desigualdad, con el deterioro del sistema político en su conjunto, frente a los ojos de la sociedad.
Tiene que ver también con un bipartidismo que ha ido mutando de manera decisiva: el Partido Demócrata perdiendo parte de su apoyo social en los sectores medios y bajos, y en los sectores trabajadores; y el Partido Republicano volviéndose un partido muy cercano a tesis tremendamente regresivas, y hoy totalmente cooptado por el trumpismo.
Y en ese sentido, un gran politólogo español escribió, hace medio siglo, un libro sobre la ruptura, la quiebra de las democracias. Y él hacía una distinción pertinente para el caso de Estados Unidos. Él decía: «Una cosa es un régimen autoritario». Sabemos lo que es un régimen autoritario: cómo se llega al gobierno, cómo se llega al poder, quiénes son los actores, la ocupación del poder por parte de los militares, las restricciones extendidas, la ausencia de discusión política, la pérdida de derechos de manera categórica, etcétera—.
Pero también tenemos situaciones autoritarias, que no son un régimen autoritario, sino una situación autoritaria, donde en particular el Ejecutivo despliega un conjunto de prácticas: hostigamiento frente a ciertos actores sociales, amenazas frente a ciertas instituciones, neutralización de los órganos de control y los equilibrios de poder, un lenguaje cada día más exacerbado, más pendenciero, frente a ciertos actores, cuestionando a los medios de comunicación, a las universidades, a los opositores, a los comunicadores, etcétera, etcétera, etcétera.
Yo creo que Estados Unidos está viviendo una situación autoritaria, y que este deslizamiento es tremendamente peligroso, en principio para Estados Unidos. Y, en segundo lugar, porque lo que ha hecho Estados Unidos en muchos momentos, tanto en los momentos de auge como en los momentos de declive relativo, reverbera internacionalmente, impacta internacionalmente.
Y en ese sentido me parece que estamos en una fase de regresión democrática muy inquietante en Estados Unidos.
Juan, ¿ve posible algún escenario de antropofagia? Es decir, de que se consuma en sí mismo en un proceso de aceleracionismo, para así decirlo, en que sus propios errores finalmente hagan apagar su luz, o consumirla más rápido. Y que él sea, de alguna manera, resultado de un proceso que hoy está llegando a su fin y no que hoy está comenzando. ¿Es posible esa hipótesis?
Yo no me atrevo a ir mucho más adelante, salvo decir que siempre consideramos que las instituciones funcionan hasta que un día dejan de funcionar. Y siempre pensamos que además dejan de funcionar en los países del Sur Global, o en los países periféricos, o en lo que antes se llamaba el Tercer Mundo. Esto está sucediendo dentro de Estados Unidos.
Y entonces, frente a esa situación, a mí me parece que lo que tenemos que observar son los actores sociales, son los actores institucionales, son un conjunto de dinámicas para ver si hay límites que estén hoy funcionando.
Y yo creo que esos límites hoy no se han desplegado suficientemente en Estados Unidos. Hay un Partido Demócrata que ha quedado en shock después de la derrota. Hay algunas figuras rutilantes, críticas, frontales, claras, que tratan de señalar un destino nuevo, renovado, al partido, buscando nuevamente atraer a sus bases sociales. Pero su capacidad de movilización, su capacidad de interpelación, es muy baja hoy.
Hay un Congreso dominado totalmente, en sus dos cámaras, por el Partido Republicano, que prácticamente ha hecho muy poco en términos legislativos. Lo que tenemos a la fecha son 139 órdenes ejecutivas. Calculemos, en términos argentinos: 139 DNU. Nada pasa por el Congreso.
Es un Congreso inmóvil. Es un Congreso en el cual la oposición no ha logrado, por lo menos, cierta defección de los republicanos más moderados, para poner una valla. Tenemos una Corte Suprema que ha tratado de manifestarse en algunos casos, casi titubeante. Bueno, aquí hay un proceso de revisión judicial, hay unos límites que no se pueden transgredir, etcétera.
Pero fundamentalmente, esta sigue siendo una Corte notablemente conservadora: seis miembros de ellos muy conservadores; tres, mucho más liberales, y mucho más demócratas. Tenemos a un gabinete que ya no es el viejo gabinete del primer Trump. El viejo gabinete del primer Trump, hay que recordarlo bien, tuvo figuras que él fue incorporando en términos de lo que consideraba “leales”.
Pero él muy rápidamente se deshizo de muchos funcionarios. Fue el presidente de los Estados Unidos que tuvo más rotación de altos cargos, que son designados por él, en un cuatrienio.
¿Por qué era esto? Porque él consideraba que estos personajes leales no cumplían las órdenes que él quería, no iban más adelante, no violentaban la ley, no seguían sus cursos de acción solicitados, etcétera.
Ahora no tiene leales. Ahora tiene devotos. Devotos que no cuestionan absolutamente nada. Absolutamente nada: ni en la parte económica, ni en la parte judicial, ni en la parte política, ni en la parte militar. Es decir, tiene un gabinete inédito en su homogeneidad y de seguimiento al presidente, sin ponerle límites o cuestionamientos.
Se está desmantelando el Departamento de Estado, para poner un ejemplo claro. Buena parte de la asistencia internacional de Estados Unidos, unos 70 mil millones de dólares al año, se canalizaban a partir del Departamento de Estado. Esto era lo que antes llamábamos el soft power, el poder blando de Estados Unidos: un Estados Unidos asistencial, que ayuda al mundo con temas importantes, etcétera.
Bueno, todo eso está congelado. Hay una decisión de reorganizar completamente el Departamento de Estado, quitando funciones y quitando áreas, entre otras, vinculadas a cuestiones de derechos humanos y promoción de la democracia.
Y el secretario de Estado está haciendo todo lo que le pide Trump. Es decir, ni siquiera burocráticamente defiende su ámbito de acción. Entonces, esto también es inédito en Estados Unidos. Concluyo diciendo: no veo hoy fuerzas, actores, dinámicas que se interpongan y limiten su capacidad de acción.
Y, por otro lado, faltan 18 meses para la elección legislativa. Con lo cual, hay un tiempo político en el cual él puede seguir tomando decisiones arbitrarias, arrogantes, y, por lo menos, no va a tener un costo político elocuente y directo.
Ayer entrevisté al profesor emérito de Historia de Cambridge, Paul Cartledge. Él escribió decenas de libros sobre democracia y el planteaba que, a su juicio, el problema es que los jóvenes actuales no están interesados en la política. Que, a diferencia de los jóvenes de después de la Segunda Guerra Mundial, los famosos baby boomers, consideraban que intervenir en la política era una obligación ciudadana.
Siendo la idea griega de que aquel que no se interesaba por la política era un idiota. Había una responsabilidad personal, como un deber, de estar informado, de estar interesado, de conformar una opinión, invirtiendo cierta cantidad de horas en algún esfuerzo cognitivo.
Que hoy no. Que hoy no tienen ningún interés en la política, y que parte de estos resultados electorales que se dan en distintas partes del mundo, donde los jóvenes son los principales actores, tienen que ver con ese cambio de valoración de los jóvenes sobre la importancia de su propio envolvimiento en lo público. ¿Le asigna usted también alguna responsabilidad a ese cambio generacional?
A ver, yo sería un poco más juicioso y prudente respecto a los jóvenes, y trataría de entender por qué se llega a esa situación. Existe lo que se llama la Encuesta de Valores Mundiales. Este tipo de encuestas se hace globalmente, en un gran número de países.
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Y lo que tenemos ya desde hace varios años, yo diría desde comienzos de este nuevo siglo, es una serie de niveles y grados distintos, según generaciones, en cuanto a la pregunta: «¿Usted cree imprescindible vivir en democracia?» Esta es la pregunta clave, entre muchas preguntas sobre valores. Y entonces, aquellas personas que tienen más de 60 años están en porcentajes elevadísimos: 65 %, 67 %, 68 %, depende del año.
Si uno va luego a la generación que va de 40 a 60 encuentra un porcentaje menor, pero en el borde todavía, respecto a la valoración de la democracia. Y si uno va por debajo de los 30 años, se va a encontrar con que es muy bajo el porcentaje de respuestas positivas a que se considere imprescindible vivir en democracia.
Entonces, ¿tienen los jóvenes una disposición hacia la democracia distinta? Claro. Ahora, lo que sigue es preguntarnos por qué. Lo que sigue es entender qué está pasando con los jóvenes. Y en ese sentido, me parece a mí que todo esto tiene que ver con fenómenos más sociológicos y económicos.
Es decir, no podemos seguir diciendo que el mensaje que le transmitimos a los jóvenes es: «Ustedes no tienen ningún destino porque el mundo va a ir hacia la robotización, en el futuro no va a haber muchos trabajos. Bueno, la formación que ustedes reciban en términos de educación puede ser importante como lo fue en el pasado, pero quizá no brinde las oportunidades de movilidad social que antes daba”
“Y se van a encontrar con multimillonarios que hacen y deshacen lo que quieren. Ustedes van a tener un destino limitado. Probablemente los sistemas jubilatorios no puedan dar cuenta, hacia el futuro, de sistemas de pensión tan importantes como los que ha habido.»
Definitivamente, los jóvenes, en la mayoría de los países, son víctimas y victimarios de la violencia. De diferentes tipos de violencia: la violencia del Estado, la violencia de la criminalidad organizada, etcétera. Si después de todo eso decimos que los jóvenes no creen imprescindible la democracia no nos podemos sorprender.
Si voy al caso de los Estados Unidos, para poner un ejemplo palpable: en esta última elección, ¿cómo gana Biden en el 2020? Gana con un programa fuertemente demócrata, un programa que, para la época, era reformista y tenía muchos componentes de justicia.
Uno de ellos era la promesa para 40 millones de jóvenes de la reducción de la deuda contraída para su formación educativa en las universidades. Para 40 millones. Entiéndase la cifra que estoy diciendo: 40 millones. Y el monto total inicial que iba a darle el presidente Biden para ese proyecto y ese programa eran unos 400 mil millones de dólares.
Esto no pasó porque la Corte Suprema consideró que eso era inconstitucional. Entonces, el presidente Biden baja el presupuesto, baja las condiciones para el perdón de la deuda, y esto se reduce a que, en realidad, fueron objeto de ese menor endeudamiento menos de 7, 8 millones de estudiantes.
Y los montos en los cuales se reducía la deuda eran infinitamente menores a los originalmente planteados en el programa. Con lo cual, es muy difícil luego pretender que los jóvenes confíen en el Partido Demócrata».