El poder reaccionario ha cambiado violencia represiva por diálogo cuando no ha
tenido más remedio que dialogar porque no estaba seguro de la victoria mediante
la violencia. No es una propuesta de conducta. Es una constatación.
Manuel Vázquez Montalban

 

La propaganda del gobierno destinada a proponer la denominada reforma
laboral se funda en el slogan de que el derecho del trabajo es antiguo.
Algo de razón tiene, el derecho del trabajo es mayor que la mayoría
de nosotros. Sin embargo, la regulación jurídica de la apropiación de la
fuerza de trabajo es más antigua, casi se podría decir que es tan vieja
como la división social del trabajo. Esta regulación no va a desaparecer
mientras exista el régimen capitalista. No van a hacer desaparecer el derecho
del trabajo, pero sí pretenden hacer desaparecer las limitaciones
que sujetan al capital en la explotación de la fuerza de trabajo.
Para la concepción neoliberal, las reglas sociales dejan de ser tales para
ser simplemente trabas burocráticas para la realización de negocios concebidos
como el bien absoluto.
En particular, se señala falsamente que la ley 20.744 fue sancionada en
1976, pretendiendo ignorar que la ley fue sancionada por el Congreso
Nacional en 1974 y modificada por bando militar en 1976. Desde entonces
hasta el año 2007 se mantuvo la redacción impuesta por la dictadura
y sus cómplices civiles, lo que constituía una deuda para la democracia.
A partir de entonces, por iniciativa del Diputado Héctor Recalde, el texto
originario fue restaurado parcialmente artículo por artículo.
La ley de Contrato de Trabajo fue el fruto de un largo proceso de discusión
que culminó con su promulgación en 1974 por las autoridades constitucionales.
Lo que correspondió a 1976 fue la mutilación de la ley, justamente
porque es “… especialmente dura con los empleadores”, como señalan
los defensores de la reforma. La afinidad ideológica entre la exposición de
motivos del bando militar y los de la reforma saltan a la vista.
REVISTA ARGENTINA DE DERECHO SOCIAL P. 65
Las supuestas virtudes de la reforma como, por ejemplo, la licencia por
adopción, solo pueden validarse en el marco de una amnesia generalizada.
En 2012 los diputados Martín Sabbatella, Gastón Harispe, Carlos
Alberto Raimundi, Juan Carlos Junio, y Carlos Heller lo plantearon, pero
no consiguieron vencer la resistencia del actual oficialismo.

El derecho del trabajo no nace porque a una persona o a un grupo político
se le haya ocurrido que naciera. El derecho del trabajo fue consecuencia
de la propia actividad de los trabajadores, antes de que existiera
teorización alguna sobre ella. Los trabajadores adquieren conciencia de
las relaciones de dominación dentro de las relaciones de dominación, no
desde la teoría. Es la práctica la que hace nacer a la teoría.
La conciencia de clase de los dominados es el efecto de la reflexión sobre
los hábitos que constituyen la práctica cotidiana de un grupo social
subalterno. No requieren necesariamente que alguien los ilustre desde
afuera. Siempre en algún lugar los dominados encuentran la manera de
hacer hueco en un sistema de opresión. La reflexión sobre las prácticas
crea la teoría de la praxis. Y así queda demostrado que todo hombre es
un filósofo, o al menos tiene las condiciones para serlo.
Los dominantes, por el contrario, naturalizan las formas de dominación
que los hacen tales. De esta manera, una situación distinta no es posible,
y si es posible no es justa y si es justa no es conveniente. Pero esta naturalización
no es ignorancia, ellos saben perfectamente lo que no pueden,
no deben y no les conviene saber.
Los cambios de y en los sistemas de dominación fueron justamente el
efecto de la rebelión de los dominados frente a formas de dominación
que se hicieron insoportables. Desde el momento en que un problema es
planteado prácticamente, es porque la solución integra el universo de lo
posible. Ninguna sociedad se plantea un problema que no esté en condiciones
de resolver. Sin embargo, para los pueblos, hay una sola cosa que
es peor que la rebelión: la cosa que causa la rebelión. Por eso los pueblos
solo se rebelan cuando deben optar entre la libertad o lo peor.
Esa fue la causa del nacimiento del derecho del trabajo, del fin de la esclavitud,
de la extinción del feudalismo o del resurgir de las sociedades
democráticas. Todo estado de derecho reconoce su origen en insurrecciones
colectivas triunfantes de distinta intensidad. De allí que toda
forma de status quo necesite negar su origen en el poder constituyente
insurreccional originario.
No existe una teleología de la historia. La historia no está determinada
de antemano. Esto significa la expresión de que la anatomía del hombre
es la clave para entender la anatomía del simio y no a la inversa. Es desde
el capitalismo que podemos entender las estructuras de la producción
feudal que derivan en el mismo. Pero esto no significa que el capitalismo
fuera el destino inevitable del feudalismo. Es la contingencia la que,
al incidir sobre las estructuras, determina el modo en que estas han de
transformarse.
El determinismo histórico es el efecto del etnocentrismo que se apoderó
de las formas políticas de la segunda internacional. Ese etnocentrismo
europeo a la Juan B. Justo es el principal causante de los desencuentros
políticos en el seno del pueblo. La fuerza del determinismo histórico actúa
en los niveles más insospechados, como cuando se habla de períodos
de transición entre dos momentos históricos. ¡Cómo si existiera una
sociedad de Alta edad media como tal! De allí que los desviacionismos
hablen de programas de transición como si pudiera existir otra cosa que
programas de transición. En el fondo, esperan la transformación social
como los cristianos evangelistas esperan la segunda venida de Cristo, en
lugar de darse cuenta -permítaseme la metáfora- que el reino de Dios ya
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se hace presente como disputa y como transformación desde el momento
mismo de la llegada del Mesías.
El capital es una forma de organización y disciplinamiento de la fuerza
de trabajo, una concepción que necesita desbrozar toda forma de presentación
de totalidades para apropiarlas en cantidades discretas y discernibles.
El capital necesita del reloj para desmenuzar la existencia humana
y hacerla apropiable. Lo que el trabajador pone en el mercado es
la fuerza de trabajo para obtener su subsistencia (en tanto distribución
y consumo), que es el objeto que ha de ser consumido en la producción
y disciplinado en el intercambio desigual que resulta de la apropiación
originaria de los objetos y de los medios de producción. Lo que pone el
trabajador en el contrato de trabajo es su vida como ser parlante, sexuado
y efímero.
El capital es una lógica de apropiación que no concibe otro límite que la
apropiación total de lo viviente (en tanto eterno y finito) para subsumirlo
como elemento de su propio movimiento. De allí que todas las otras
relaciones, todas las subjetividades, todo el tiempo de vida, incluyendo el
trabajo, el consumo y el descanso, deben ser subsumidas como momentos
del capital que se autovaloriza. Por esa razón es absurdo creer que el
capital pueda encontrar su límite en contradicciones internas, al estilo de
los “socialismos democráticos”.
La lógica del capital no se interrumpe por las contradicciones internas.
El límite es puesto necesariamente desde afuera. Sólo los pueblos hechos
poder son capaces de poner fin a su dictadura. Por eso la democracia es
antagónica del capital.
La democracia es antagónica al capital no sólo como límite externo sino
también como límite en su interior más profundo: la relación de trabajo.
Al interior del ámbito de la producción, el capital se revela como una
relación de subordinación y disciplinamiento. Es el lugar donde, como
decía Locke, el señor es un monarca absoluto aunque con un ámbito disminuido
y corto (esto último difícilmente sea aplicable a las dimensiones
actuales de los grupos capitalistas multinacionales). La democracia, por
el contrario, se manifiesta como el lugar donde el poder reside en todos
y no hay otro dominio que el de la voluntad común.
La democracia no se asienta sobre el principio de que el pueblo o la mayoría
nunca se equivoca, no es un sustituto del despotismo ilustrado por
ausencia de aquél que sabe. La democracia se asienta sobre la contingencia
de los saberes y en el aparecer del sujeto. Es de allí que se comprende
el concepto jurídico de libertad. No es que el pueblo no se equivoque, el
error es el destino necesario de toda proposición. No se elige la democracia
por la inexistencia del error sino por la imposibilidad de salir de él.
Lenin decía que los comunistas habían cometido todos los errores, y su
poder residía en la doctrina. Esto es que, en tanto exista voluntad de
democratizar el poder, la cultura y la riqueza, todos los errores no dejan
de construir el reino de la libertad por sobre el de la necesidad. Para las
ortodoxias, el éxito va a ser el resultado de las formas bendecidas por el
sínodo de dirigentes que excluyen el error.


La relación de trabajo es, entonces el punto de encuentro y de antagonismo
entre dos lógicas incompatibles, la del capital y la de la democracia
que no admite que la libertad cese en la puerta del establecimiento. Se
sabe a quienes beneficia y a quienes perjudica la reforma laboral propuesta.
Por eso, también se sabe que se puede esperar de ella en cualquiera
de sus formas de aparición.
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Artículo publicado en la Revista hamartia, sección actualidad.

Capitalismo y reforma laboral