Durante 2020 comenzó a configurarse un nuevo bloque empresario que ocupó el centro de la escena, desplazando al bloque primario-financiero. Asumiendo que el ciclo clásico de endeudamiento, valorización financiera y fuga se había agotado, este sector comenzó a trabajar sobre dos mercados:
El externo, con manufacturas de origen agropecuario e industrial, favorecidas por la aceleración del tipo de cambio y la consecuente depreciación de los costos locales, esencialmente el salario y las tarifas.
El interno de consumos básicos, esencialmente alimentos e indumentaria, sobre los que aplicó la capacidad monopólica en dichos mercados para fijar precios.
La configuración de este nuevo bloque empresario contó con el apoyo de las autoridades económicas durante el bienio 2020-2021, y el mismo fue beneficiario del drenaje de divisas del superávit comercial acumulado en esos dos años, de u$s27.000 millones.
De este modo, en escasos ocho años (2015-2023), se ha configurado un escenario que habilita la posibilidad de un experimento que algunos denominan neo-desarrollista, asentado en los siguientes pilares:
Una crisis de hegemonía planetaria expresada en un enfrentamiento bélico que provoca un recalentamiento de la demanda de insumos básicos y precios altos para los mismos.
El desplazamiento del centro de gravedad político y económico del bloque primario financiero.
El surgimiento de un conglomerado de empresas beneficiarias de la rentabilidad extraordinaria a partir del diferencial entre precios internacionales altos y sostenidos, salarios e insumos internos bajos y un horizonte de oferta de energía abundante y barata.
Un efecto directo de esto es que, aunque en el lapso 2021-2022 la economía creció un total acumulado del 16,1% y se experimentó una baja del desempleo desde el 11,5% en 2020 al 6,8% en 2022, la participación del salario en la creación de riqueza es del 41%, muy por debajo del clásico “fifty-fifty” peronista.
Si se estableciera un paralelismo histórico, se podría comparar el momento actual con la segunda mitad de los 30’ y principios de los 40’ del siglo XX. En ese período, el mundo vivía una crisis de hegemonía que desembocó en un escenario bélico y la Argentina padecía una inserción internacional errática, con una situación interna de crecimiento económico y desempleo relativamente bajo, pero pésimas condiciones laborales y salariales.
El peronismo irrumpió con éxito en ese contexto definiendo:
La apropiación de la renta extraordinaria emergente del mundo en guerra para ser aplicada a un esquema de expansión industrial destinado a abastecer un mercado de consumo nacional fundado en la capacidad de compra de los trabajadores.
La inserción internacional a partir de la autonomía ante los bloques triunfantes en el conflicto bélico, que se enfrentaban entre sí en el marco de la Guerra Fría.
Un esquema similar se desarrolló durante los gobiernos de Néstor y Cristina, con una economía más abierta e inserta en la región, esencialmente en asociación con Brasil, y aprovechando la emergencia de un mundo multipolar liderado por China y otros países del Asia pacífico, que presionaron a la suba los precios internacionales.
En el presente, la existencia de ingresos extraordinarios en los sectores agropecuario, minero y energético brinda una oportunidad propicia para la implementación de una nueva versión del modelo justicialista, que promueva la independencia económica y la justicia social. Sin embargo, es necesario agregar un tercer elemento a esta ecuación, la soberanía política, a fin de asegurar la prosperidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
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