Argentina a las puertas de un cambio estructural: ¿cómo gestionarlo en beneficio del conjunto?

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Un cambio estructural implica que la forma socioeconómica vigente dejará de ser tal para abrir paso a una nueva, con carácter irreversible en el corto plazo. En la Argentina, estas mutaciones son bien reconocibles. Entre las más importantes, a veces con rumbo progresivo y otras con orientación reaccionaria, podemos mencionar el 17 de octubre de 1945, el 24 de marzo de 1976 y las crisis de 1989 y de 2001.
Esos puntos de inflexión no fueron meramente locales, sino que estuvieron acoplados a, y en gran medida signados por, nuevos contextos internacionales: el inicio de la Guerra Fría, la Crisis del Petróleo, la disolución de la Unión Soviética y la emergencia del mundo multipolar tras el atentado contra las Torres Gemelas, que consolidó a China y el Asia Pacífico como actores relevantes.
El escenario actual también presenta todas las características de una modificación estructural tanto en el orden internacional como nacional, con fenómenos tales como crisis de hegemonía, solidificación de bloques antagónicos y guerra.
Para evaluar nuestro devenir en ese mundo complejo, es preciso hacer un breve repaso por los últimos años en el país.
La presidencia de Mauricio Macri significó el retorno del bloque primario financiero a la Argentina, que rápidamente inició dos movimientos típicos de este conglomerado empresarial: 1) transferencia de ingresos hacia bancos y fondos de inversión, exportadores agropecuarios e industriales, empresas extractivas primarias en minería y energía, y monopolios con capacidad de fijar precio en el mercado interno, y 2) valorización financiera del excedente así obtenido, a través de operaciones de crédito externo al sector público, que permitió el ingreso de dólares que, convertidos a pesos, se multiplicaron en colocaciones a tasas de interés muy elevadas para luego recomprar la divisa y salir del país.Macri encontró un Estado desendeudado, pero agotó las fuentes de financiamiento externo, recibiendo en 2016-2017 u$s65.000 millones provenientes del mercado financiero internacional, y en 2018-2019 u$s45.000 millones del FMI. La fuga de divisas en ese lapso fue estimada por el BCRA en u$s86.000 millones. Esto implicó un deterioro agudo de las cuentas fiscales y una fuerte caída de la participación de los sectores populares en la generación de riqueza.
En 2019, dado que no se podía seguir accediendo a fuentes de financiamiento internacional, los beneficiarios del macrismo exigían un fuerte salto devaluatorio que les permitiera optimizar el capital fugado y reingresarlo, comprando activos desvalorizados y desenvolviendo sus actividades con costos internos de insumos y mano de obra también reducidos por el impacto de la devaluación. Ese es el habitual ciclo de un modelo neoliberal: endeudamiento, valorización financiera, fuga y compra de activos depreciados.La llegada del Frente de Todos estuvo signada por la pandemia del covid-19. La necesidad de cubrir las exigencias sanitarias y alimentarias en el marco de la cuarentena tensó al extremo la capacidad del Estado para amortiguar el impacto del virus. Estado que, por otra parte, se encontraba debilitado por el endeudamiento durante el macrismo. La única fuente de financiamiento era la política monetaria vía emisión primaria y, trabajosamente, la constitución de un mercado de financiamiento en pesos, también golpeado por la gestión de Cambiemos.

Durante 2020 comenzó a configurarse un nuevo bloque empresario que ocupó el centro de la escena, desplazando al bloque primario-financiero. Asumiendo que el ciclo clásico de endeudamiento, valorización financiera y fuga se había agotado, este sector comenzó a trabajar sobre dos mercados:

El externo, con manufacturas de origen agropecuario e industrial, favorecidas por la aceleración del tipo de cambio y la consecuente depreciación de los costos locales, esencialmente el salario y las tarifas.

El interno de consumos básicos, esencialmente alimentos e indumentaria, sobre los que aplicó la capacidad monopólica en dichos mercados para fijar precios.

La configuración de este nuevo bloque empresario contó con el apoyo de las autoridades económicas durante el bienio 2020-2021, y el mismo fue beneficiario del drenaje de divisas del superávit comercial acumulado en esos dos años, de u$s27.000 millones.

De este modo, en escasos ocho años (2015-2023), se ha configurado un escenario que habilita la posibilidad de un experimento que algunos denominan neo-desarrollista, asentado en los siguientes pilares:

Una crisis de hegemonía planetaria expresada en un enfrentamiento bélico que provoca un recalentamiento de la demanda de insumos básicos y precios altos para los mismos.

El desplazamiento del centro de gravedad político y económico del bloque primario financiero.

El surgimiento de un conglomerado de empresas beneficiarias de la rentabilidad extraordinaria a partir del diferencial entre precios internacionales altos y sostenidos, salarios e insumos internos bajos y un horizonte de oferta de energía abundante y barata.

Un efecto directo de esto es que, aunque en el lapso 2021-2022 la economía creció un total acumulado del 16,1% y se experimentó una baja del desempleo desde el 11,5% en 2020 al 6,8% en 2022, la participación del salario en la creación de riqueza es del 41%, muy por debajo del clásico “fifty-fifty” peronista.

Si se estableciera un paralelismo histórico, se podría comparar el momento actual con la segunda mitad de los 30’ y principios de los 40’ del siglo XX. En ese período, el mundo vivía una crisis de hegemonía que desembocó en un escenario bélico y la Argentina padecía una inserción internacional errática, con una situación interna de crecimiento económico y desempleo relativamente bajo, pero pésimas condiciones laborales y salariales.

El peronismo irrumpió con éxito en ese contexto definiendo:

La apropiación de la renta extraordinaria emergente del mundo en guerra para ser aplicada a un esquema de expansión industrial destinado a abastecer un mercado de consumo nacional fundado en la capacidad de compra de los trabajadores.

La inserción internacional a partir de la autonomía ante los bloques triunfantes en el conflicto bélico, que se enfrentaban entre sí en el marco de la Guerra Fría.

Un esquema similar se desarrolló durante los gobiernos de Néstor y Cristina, con una economía más abierta e inserta en la región, esencialmente en asociación con Brasil, y aprovechando la emergencia de un mundo multipolar liderado por China y otros países del Asia pacífico, que presionaron a la suba los precios internacionales.

En el presente, la existencia de ingresos extraordinarios en los sectores agropecuario, minero y energético brinda una oportunidad propicia para la implementación de una nueva versión del modelo justicialista, que promueva la independencia económica y la justicia social. Sin embargo, es necesario agregar un tercer elemento a esta ecuación, la soberanía política, a fin de asegurar la prosperidad del pueblo y la grandeza de la Nación.

 

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