El término, desde el título, ya nos pone en contexto de lectura. El sopapo, el “estate quieto”, el “sopla moco”, etc. herramienta del Piaget de nuestros padres, tal vez no era seguido por nosotros por una reflexión racional sobre las causas, pero sí incorporábamos el aprendizaje de lo que significa “eso no se hace” en los términos culturales de época.

Forzando una extrapolación al mundo de la vida del escribiente, la política -y a esta altura de la vida- nos permite algunas reflexiones más o menos racionales –al menos en su hilván argumental-

¿Y –ahí no más- se habrá entendido en términos políticos que la sociedad nos dice “eso no se hace”? Todo un tema ya que la sociedad y sus sentidos generalizados sólo imponen tendencias que albergan en su seno heterogeneidades inconmensurables.

Una teoría –a la que yo concurro muchas veces- nos plantea que, siendo la complejidad de la realidad imposible de aprehender en su complitud, ello requiere aumentar la complejidad interna para lograr mayores grados de entendimiento. En consecuencia, este ejercicio supone deconstruir las lógicas que gobiernan nuestras vidas, al fin, el/los sistemas en los que transcurre.

Para los actores del sistema político esta propuesta debería iniciarse con la conciencia de que estamos haciendo “muy bien” cosas que ya no deben hacerse.

Inmediatamente surge la pregunta sobre los por qué se insiste en esas conductas devenidas de axiomas que abonan la racionalidad endogámica de las organizaciones (burocracia en términos de Max Weber hace ya más de un siglo). Lógica que antepone la necesidad de la existencia de la organización a los principios que la crearon. Pasa en la política, en las religiones, en los movimientos sociales, en la ciencia, etc. etc.

Obviamente, no hay una única razón. Acostumbramos a buscarlas en la ética o en la moral, y por estos días hasta en las creencias religiosas; cuestiones que pueden ser útiles para elaborar juicios sobre las personas, pero no sobre el funcionamiento del sistema. Hace falta un nivel de abstracción mayor y más complejo.

Ese mayor nivel de abstracción supone entender que más allá de las buenas intenciones de una persona, el sentido de funcionamiento que impera dentro de cada organización y en cada sistema, lo trasciende a pesar de ser ella la que debe operacionalizarlo.

Es ocioso mencionar que Javier Milei ha llegado a la presidencia de la nación sin ningún tipo de organización institucionalizada que lo sostenga. Sin embargo, si construyó fuerza sociopolítica.

De este ejemplo gráfico –para no recurrir a la vieja discusión que contrapone partido político con movimiento, en el ámbito del peronismo- es fácil concluir que el partido político no es una herramienta útil para la construcción política. Ningún partido político está exento de este aserto. Ni siquiera el liberalismo light del radicalismo pudo superar esto sin la aparición del liderazgo social y político de Alfonsín.

Es que la función social del partido político no es la construcción política, podrá ser útil para la formación de cuadros (si hay voluntad para ello), podrá ser la única herramienta para participar del sistema electoral, pero no está en sus posibilidades construir liderazgos socio políticos. No puede contener la diversidad social porque esa no es su función en el sistema.

Otro tanto ocurre con los movimientos sociales cuya función social es la contención de la pobreza y la sub-inclusión de los sectores vulnerables en los márgenes del sistema capitalista. A la hora en que los líderes de esas organizaciones tienen voluntad de saltar al plano de la disputa del poder político encuentran serias dificultades, toda vez que en general, los recursos monetarios con los que se desarrollan siempre provienen del estado, en consecuencia, están obligados a negociar con el gobierno de turno y los poderes constituidos que, obviamente, los mantendrán disciplinados.

Sin que la mención signifique adhesiones ni deméritos éticos o morales, el ejemplo de Juan Grabois (tiene apoyos internacionales que le permiten el salto –dicho por él en TV antes de abordar el avión en Ezeiza-), dejando su lugar en la organización social para dedicarse “a la política”, es gráfico para lo que estoy planteando, también se puede mencionar el fracaso político de los líderes del Movimiento Evita.

De las llamadas “orgas” –organizaciones de estructuración vertical- los mayores podemos hablar un rato largo, pero en el presente el fracaso político nacional de La Cámpora –con la excepción de Bs. As.- está a la vista.

Párrafo aparte merecen otro tipo de organizaciones, sindicatos, por ejemplo, cuyos dirigentes pueden pasar a la política, aunque siempre por vía de adhesión personal a organizaciones de ese sistema, nunca por acción directa de su organización.

Es decir, el principio esbozado por Perón sobre que “la organización vence al tiempo” no resuelve la pregunta sobre qué tipo de organización. Él mantenía dos, el movimiento y el partido.

No hace falta decir que a nivel global las sociedades muestran disconformidad con estas formas que el sistema político ofrece como opciones a lo cual nos responden “eso no se hace”

El mentado espíritu frentista del peronismo y últimamente las coaliciones no son otra cosa que la búsqueda de construcciones políticas que superen la incapacidad anteriormente planteada. Encontrar esas salidas son la condición de posibilidad de cumplir con la función social del sistema político: “Construir decisiones colectivas vinculantes”

¡Vaya si Juan Domingo Perón sabía de estas cuestiones! Lástima que esas enseñanzas fueron olvidadas después de su fallecimiento o, lo que es peor, reemplazadas por los intereses fragmentarios de las localías (caudillismo le llamaba Perón).

La institucionalización de esas estructuras organizativas las vuelve rígidas y la lógica interna a la que aludíamos se realimenta a sí misma, al punto de ser muy improbable que en su interior se reflexione sobre esta cuestión –pregunten a Francisco respecto de esto que decimos, en relación al Vaticano, como caso extremo de organización-

Si uno mira globalmente lo que ocurre puede llegar a aseverar que esas formas organizacionales ya son anacrónicas, lo que no significa que vayan a desaparecer, de ello se puede derivar “una” causa –al menos- del aumento del nivel de los conflictos sociales con trasfondo político: falta de ámbitos adecuados para su gestión.

Este déficit o complejidad al interior del sistema político termina sobrecargando las funciones del Estado y cuando éste es rebalsado se traslada el conflicto al sistema del derecho provocando a su vez la politización del mismo con las consecuencias que todos conocemos.

Sobre cómo la sociedad procesa estas cuestiones filósofos y sociólogos están a full en su elaboración teórica –hay para todos los gustos-, en particular, sobre el fenómeno Milei no tengo dudas que se escribirán libros enteros.

Volviendo, entonces, al tema de la construcción política y su aspecto organizativo, es interesante anotar que uno no es un iluminado y que el tema da vueltas por todo el sistema académico desde hace rato y que se incrementó el interés por él a partir de la invención del transistor que constituyó la revolución tecnológica por excelencia del siglo xx. Al igual que otros inventos que en el siglo xix cambiaron el mundo, éste también lo hizo ya que la información y su transporte es el insumo básico de la “sociedad del conocimiento” que estaba en curso desde principios de dicho siglo (Relatividad, Cuántica, Astrofísica, Biología, etc.)

Y, ¿qué cosa es una organización –abstrayéndonos de lo material y de lo normativo- que no sea un complejo de decisiones que se encadenan unas a otras a partir del tráfico de información? Esto es válido para cualquier organización, sea de núcleos humanos, económicas, cibernéticas, biológicas o la que ustedes quieran.

Debería ser de nuestro interés –el político- aquello que llamó la atención académica: las redes, la organización en rizoma o rizomática, cuyo ejemplo más usado, aunque no sepamos su calificación como tal, es el hipertexto, la nube en internet, invento militar cuyo concepto es de uso habitual en el mundo empresario y científico desde hace rato (década 70/80 especialmente).

Si de política se trata, es interesante ver cómo se organiza el movimiento feminista que contiene diferencias ideológicas, sociales, religiosas, de opción sexual, etarias, etc. y no sólo no se diluye, sino que se ha estabilizado y siempre en vías de crecimiento.

¿Habrán encontrado la causa que nos decía el General? Se puede aseverar que sí y que la misma no puede ser contenida por ningún partido político en su complitud.

¿Podrá el peronismo abordar este debate? O terminará sus días como le ocurrió al PRI de Méjico.

No quiero terminar sin anotar que la forma organizativa y la causa constituyen un par indisoluble para la construcción política cualquiera de las dos, sin la otra, no es más que “rosca” o arreglos de intereses personales de distinto tipo que nada tienen que ver con nuestro tema.