Es indudable que la inflación está en gran medida determinada por la evolución del dólar, no solo porque en una economía global hay mayor convergencia de precios, sino porque el dólar es la moneda de referencia de la Argentina, y la acumulación de capital y el ahorro tienen lugar en gran medida en esa moneda.

Después de la ola devaluatoria de Cambiemos de 2018 y 2019, empujada por la enorme toma de deuda en dólares, sobrevino un alza de precios cada vez mayor, que el actual gobierno logró frenar con los controles y límites impuestos desde mediados de diciembre 2019 y sobre todo en 2020, pero esa política tiene a su vez un término impuesto por la presión devaluatoria, que si bien logró disminuir, no ha desaparecido, y tiende a intensificarse porque está en la estructura misma de la conformación de los precios internos.

En esas condiciones, una mayor actividad se convierte en no mucho tiempo en una presión adicional a la suba de la divisa que se transmite a los precios empezando por los productos de mayor consumo, que son los alimentos. Así, la presión al alza del dólar y de los precios que acompañan a la mayor actividad, termina frenando el aumento del empleo y de los salarios e instala una periódica recesión cada vez más profunda y más contundente en su acción contra los salarios.

De esa manera, la demanda de consumo también sufre un freno permanente y como el ahorro no se invierte sino que en gran parte se acumula para fugarse, ni la baja del salario ni la menor actividad favorecen la inversión sino todo lo contrario.

EL DÓLAR Y LA TASA DE INTERÉS

El gobierno intenta encarar un drástico cambio de política económica instalando el atractivo del crédito en pesos alentando el ahorro en pesos para impedir el paso al dólar y fortalecer la moneda nacional mediante tasas de interés positivas o similares a la inflación, pero ante la persistencia de la demanda de dólares, esa tasa debe ser cada vez más remunerativa porque de lo contrario se vuelve a intensificar la presión cambiaria, como se puede apreciar desde el inicio de la segunda mitad del año y el gobierno no puede menos que afirmar los controles.

La política de Cambiemos con el dólar, que repitió la desvalorización del peso a la que terminaron conduciendo la política económica de la dictadura militar y de la convertibilidad, dejó una enseñanza: alentar el ingreso de deuda en dólares con un elevado tipo de interés y en un reendeudamiento permanente no hace más que volver impagable una deuda que crece a un tipo de cambio cada vez mayor.

Por eso mismo, el dólar se convierte en un vehículo para la fuga de capitales, pues es cada vez más rentable el préstamo financiero para extraer renta y volver a prestar, y de esa manera la deuda no es tanto un sostén para la producción como un vehículo de salida de excedentes que enriquece solo al que presta, porque el interés y la amortización se vuelven tan onerosos e inseguros que es cada vez más difícil financiar la actividad productiva, y el Estado es el que termina cargando con la deuda y desvalorizando permanentemente la moneda nacional para sostenerla.

LA MONEDA PROPIA Y LA MONEDA AJENA

Esta práctica de contar con una moneda nacional que no cumple todas las funciones de una moneda porque no sirve para ahorrar ni para acumular, salvo que se cambie a divisas, genera la falsa creencia de que se puede cambiar sin límite la moneda y que una economía nacional puede adoptar una moneda ajena.

Atrás de fomentar el uso de una moneda ajena está la infundada suposición de que de esa manera la sociedad puede prosperar.  Sin embargo, una moneda no puede ser ajena a la producción que la sustenta: surge de ella; no hay un solo ejemplo en el mundo que muestre lo contrario, y la experiencia argentina con el dólar no ha hecho más que reiterarlo. El dólar es una moneda que se sustenta en la economía estadounidense, la de mayor capacidad productiva en el mundo. Para que un sistema productivo adopte una moneda ajena al mismo, no tiene más camino que comprarla, que es lo que sucede en la Argentina con el dólar. Pero nunca se puede comprar toda la moneda necesaria cuando ésta no la puede sostener la propia estructura productiva.

El dólar fuerte se basa en la estructura productiva estadounidense y en su productividad.

La moneda es el resultado de una economía. La debilidad de la moneda nacional reside en un débil potencial exportador y en su baja productividad promedio. No hay otro camino para contar con una moneda fuerte que fortalecer la estructura productiva. Y la compra permanente de moneda ajena para sustituir ese proceso termina agravando la falta de competitividad y contribuye al empobrecimiento general para resguardar el ingreso de una parte mínima de la población.

Hay que encontrar la manera de que la propia producción se convierta en vehículo de acumulación, inversión, ahorro, consumo y gasto, aunque para lograrlo se requiera un período de transición para reconstruir la producción, pero no para acumular una rentabilidad creciente exportada que reduzca cada vez más la riqueza existente.

Lo llamativo es que origine tanta confusión algo tan sencillo de comprobar.

El canje no logró achicar la brecha cambiaria más que por muy pocos días, lo que sugiere que la situación respecto al empleo del dólar sigue como antes del canje. Y no porque no haya una política destinada a promover la demanda de pesos y el financiamiento en moneda nacional, sino que ésta aparece como una ventana adicional de rentabilidad porque la sustitución del dólar por la moneda nacional es posible pero va a requerir un tiempo que no está claro si el mercado se dispone a esperar.

¿SE PUEDE RECUPERAR LA MONEDA NACIONAL?

Esto es lo que deberá ver el Fondo Monetario Internacional y aceptar las mayores economías del mundo para admitir una prohibición de acceso a moneda extranjera durante el tiempo que requiera ese resguardo, en tanto el país construye sin objeciones una reserva suficiente para respaldar su moneda a través de una acelerada recuperación del aparato productivo acompañado de la construcción de un perfil productivo adicional con que el país pueda sostener un crecimiento de largo plazo, fomentar el desarrollo tecnológico como el que ha dado muestras de poder sostener, generar empleo de mayor calidad y promover las exportaciones suficientes. }

Este objetivo, presente en el Presupuesto 2021, es el único camino con el que asegurar la fortaleza monetaria que se podría conseguir si se agregara un período de excepción en el que se pudiera llevar a cabo esa política.

La Argentina tiene condiciones para reestructurar su economía. Lo ha propuesto, en acuerdo con el gobierno, una gran parte de los sectores del agro y la agroindustria nucleados en el Consejo Agroindustrial Argentino  que se propone exportar 100.000 M dóls en diez años y generar 700.000 empleos, y a eso se agrega el potencial de gas y petróleo de Vaca Muerta, el litio, la producción de autos eléctricos y el desarrollo tecnológico en la actividad nuclear y los satélites.

El camino para hacerlo posible no es la deuda ni la compra continua de moneda ajena, sino su propio potencial productivo y creatividad. Y la excepcionalidad transitoria para empezar a ponerlo en práctica compensaría la incapacidad que tuvo el FMI en su momento al fomentar una política de endeudamiento y un crédito que de ninguna manera podían alcanzar el resultado prometido con solo observar la experiencia previa.