Mucho hemos escuchado de ‘la mayoría silenciosa’, la derecha la ha enarbolado históricamente en oposición a los que protestan, los que luchan y ocupan calles. Ella es la mansa, la obediente, la que no se queja grupalmente. Puede ser público de un partido de fútbol pero no partícipe de la actividad política. En general, si uno analiza las encuestas de los actos electorales, suele ser la que vota opciones conservadoras o algunos de sus integrantes pueden llegar a votar una opción más atrevida, pero obviamente si la situación contextual los favorece.

En general desde lo electoral se encuentran tres conductas, la militancia de derecha, la militancia popular y la no militancia, que sería la mayoría silenciosa, esta se repartirá en inclinación variable, según el contexto histórico, pero con mayor tendencia a las opciones conservadoras.

Durante la dictadura eran encomiados por José Alfredo Martínez de Hoz, por Harguindeguy y por Videla. Esta alabada mayoría fue destinataria, depositaria y repetidora del: “algo habrán hecho”, “los argentinos somos derechos y humanos”, “achicar el estado es agrandar la nación”, “el silencio es salud”…

Los y las integrantes de esta mayoría silenciosa fueron los y las que después de la dictadura, en el inicio de la democracia, con los juicios y la presentación del informe de la CONADEP, solían decir: ¡Ah, pero era cierto! ¡Qué terrible! ¡Nunca me imaginé! Cómo si nunca hubieran sabido de un secuestro, jamás hubieran visto un Falcon verde, o no tuvieran algún conocido, cuando no familiar,  secuestrado, desaparecido, preso o muerto que les motivó el latiguillo  “algo habrá hecho”, o el “por ahí estaba en la joda”.

Pero este comentario no es para execrar ni denostar a este grupo de personas sino para intentar analizar el porqué de su funcionamiento conductual; en rigor de verdad, tanto el de esta mayoría silenciosa como el de la militancia que se involucra en el devenir de los destinos de la comunidad.

Debemos entonces reflexionar sobre los procesos que intervienen en la formación de nuestra subjetividad. Para esto es preciso tener en cuenta la concurrencia de nuestras características temperamentales, propias de nuestra herencia genética, y el contexto en el que somos criados.

Sabido es que en todas las sociedades, las élites que manejan el poder, las clases dominantes, establecen el cánon moral que dichas sociedades deben respetar.

Una de las particularidades de toda comunidad es que quienes dominan establecen lo que está bien y lo que está mal, son los creadores del sentido común. La herramienta utilizada para generar acatamiento de su mandato es el miedo. Miedo a lo que puede ocurrirnos si no cumplimos el mandato, miedo a lo que puede ocurrirnos si el poder no nos protege de los fantasmas que él mismo enarbola, miedo a la rebeldía frente al poder, miedo a caernos del esquema económico imperante, miedo a lo desconocido, y el poder es el dueño de lo conocido, miedo ante la posibilidad de un cambio social profundo.

Este miedo será comunicado de diversas maneras. La exhibición de fuerza por parte de los brazos armados del poder, las instituciones, como la religión, que sacralizan el poder, la escuela, que repite el mensaje de las clases dominantes y nos disciplina, y, cotidianamente, los medios de comunicación, que invariablemente están en su mayoría en manos del poder corporativo y se dedican sin descanso a la generación de un sentido común que tiene que ver con la defensa de los intereses de las élites dominantes.

Entonces ¿En qué momento de nuestra vida comenzamos a hablar con voz propia, la que surge de nuestra valoración de la realidad a partir de nuestra propia experiencia y nuestro pensamiento, y no con la voz injertada por la educación, que según el poder no es ideológica, y la comunicación de instituciones y medios de comunicación que son invariablemente propiedad del poder o manejados por el poder?

Este proceso, de adquisición de un pensamiento crítico ¿ocurre cuándo? ¿ocurre siempre? ¿O hay quienes se eternizan en la posesión de esta subjetividad inculcada, con mayor o menor comodidad?

Vemos que en general hay una importante aceptación de la beneficencia, pero no de la solidaridad; en la medida en que ser solidario es hacerse uno con el otro.

Posiblemente la principal diferencia entre la militancia, cualesquiera sea, y la mayoría silenciosa, radique en el compromiso; en este último caso, en la falta de él.

Así estas mayorías ven pasar la represión y la muerte por la puerta de sus casas pero no se involucran para esconder al perseguido, pueden sentir lástima o pena, pero el sentimiento queda en ellos sin transformarse en acto solidario.

Están prontos beneficiarse de las conquistas sociales conseguidas con la lucha popular y social, pero no quieren ver ni reconocer la sangre que esos logros ha costado. Demuestran día a día que el poder ha hecho bien su trabajo impidiendo el desarrollo de sus conciencias y que posiblemente los tibios sean demasiado numerosos.

Sin ninguna pretensión teológica, me viene el recuerdo del Apocalipsis:  “ni por frío ni por caliente sino por tibio te vomitaré”.

Por su parte el genial Dante Alighieri en el canto III de la Divina Comedia, tras atravesar las puertas del infierno bajo el letrero que reza: “abandonad aquí toda esperanza”, la definitiva entrada al infierno, se encuentra en un vestíbulo el lugar de castigo de los indiferentes, los eternos neutros (suena parecido a apolítico).

Los indiferentes, los que en vida no tomaron partido por nada, tal vez la mayoría silenciosa que con su actitud se hace cómplice de los poderosos. Ellos son los que Dante llama ‘envidiosos de cualquier otra suerte’. De todos los condenados del infierno, están entre los que más desprecia, son solo dignos de ser olvidados. Dice Virgilio a Dante: “non ragionam di ior, ma guarda e passa”, o sea, “no hablemos de ellos, pero mira y pasa”. Y los indiferentes a todo corren en interminable fila tras una bandera que se mueve en muchas direcciones mientras son picados por avispas y moscones y su sangre y sus lágrimas caen al suelo para alimentar horribles gusanos.

Hace poco más de un año veíamos en las noticias, las calles de Santiago de Chile, de Valparaíso, y de otras ciudades con importantes movilizaciones, con barricadas, con una población que resistía bravamente una cruel represión que se ensañaba con los ojos de los manifestantes cegándolos con balas de goma. Esta movilización tuvo como resultante un cambio de gobierno con un fundamental cambio de signo. La historia de Chile parecía decir: basta de Pinochet, basta de Piñera, basta de gobiernos de derecha. Sectores de esa mayoría silenciosa, que seguramente no había participado en las movilizaciones pero se benefició de sus logros decidió votar a Boric y le dio el triunfo.

¿Qué pasó luego? Ante el proyecto de modificación de la constitución que descartara finalmente la constitución de Pinochet, reaccionaria y antidemocrática, las propuestas progresistas que elaboraron mayoritariamente los congresistas constitucionales fueron demasiado arriesgadas para esa mayoría silenciosa, sumado esto a la campaña de fake news orquestada por la derecha chilena y sus medios de comunicación hegemónicos.

Paulo Freire escribió una vez que partes de las clases dominadas pueden identificarse con la ideología de las clases dominantes, aunque esto represente estar en contra de sus propios intereses. Recuerdo a Ernesto Cardenal, después de la toma del poder en Nicaragua, diciendo que ahora había que derrotar al Somoza que había en cada casa, en referencia al autoritarismo patriarcal que había calado hondo en esa sociedad a través de los años de opresión a los que estuvo sometida.

Así vemos y escuchamos a numerosas personas quejándose porque sus impuestos sirven para pagar planes sociales; pero no escuchamos nunca a esas personas quejarse de los subsidios que cobran las grandes empresas que se enriquecen a costa del estado y que son mucho más onerosos que cualquier plan social, desafiando a cualquier lógica matemática. Léase Vicentín, las empresas de Macri, las corporaciones subsidiadas que manejan el transporte público, las grúas del estacionamiento de CABA, los emprendimientos inmobiliarios concedidos a los amigos del poder en CABA, la tolerancia a la quema de pastizales y bosques para aumentar la superficie sojera o crecimiento inmobiliario con una justicia cómplice, etc, etc.

En los diarios de sesiones del congreso figura un apasionado discurso de Sarmiento, personaje controvertido si los hay, pero indudablemente inteligente y capaz de proyectar el futuro según sus intereses. El texto dice, referido a la necesidad de la educación pública, más o menos así: “señores legisladores, imbéciles, hay que educar al pueblo, si no lo hacen por solidaridad, háganlo por miedo, porque el que no eduquemos hoy nos matará mañana”. ¿Deberíamos usar el mismo apasionamiento para interpelar a nuestra mayoría silenciosa, cómplice de quienes nos dominan y le quitan el pan de la boca a muchos de nuestros hermanos, les niegan la educación y a todos nosotros, ellos incluidos, el futuro como país?