Una arquitectura financiera internacional (AFI) es una deriva de poder económico y consecuencia de las negociaciones comerciales entre países (efecto transacción), de establecer precios entre distintas monedas (efecto unidad de cuenta) y de reservas de valor (efecto especulación).
La AFI es un diseño político-institucional del modo de producción del sistema económico capitalista. Se basa en i) el predominio de una moneda (dólar USA), ii) es jerárquica (tienen instancias decisionales piramidales), iii) es determinativa de las políticas económicas nacionales (apoya o no con préstamos a países deudores) y iv) es de estructura organizacional basada en instituciones públicas multinacionales.
La ortodoxia académica la describe como el “conjunto de instituciones, normas (implícitas y explícitas) y comportamientos sobre las que se basan las relaciones monetarias y financieras entre agentes públicos y privados de los distintos países”. A pesar del formalismo queda claro que las normas impliciticas y los comportamientos son consecuencia del poder político de los Estados. Cualquier diseño AFI tiene que ser comprendido desde la globalización geopolítica e implica límites condicionantes de la soberanía financiera nacional.
En así que encontramos instituciones que ofrecen financiamiento y administran fondos en forma asimilable a un banco: FMI (Fondo Monetario Internacional, del que Argentina detenta en 0,67%), BM (Banco Mundial, es una supra-institución de cinco instituciones a partir del BIRF), BIS (Banco de Pagos Internacionales), Bancos Regionales: BID (Banco Interamericano de Desarrollo), FLAR (Fondo Latinoamericano de Reservas), CAF (Banco de Desarrollo de AL), Banco Asiático de Desarrollo, entre otros.
En la esfera financiera se desarrolla un fuerte proceso de regulaciones nacionales y proponen regulaciones internacionales: Comité́ de Basilea (regulaciones bancarias), IOSCO (mercados de capitales), IAIS (compañías aseguradoras), IASB (normas contables e información financiera), FATF (regulaciones contra el lavado de dinero), OECD (regulaciones contra el secreto fiscal y bancario), etc. El nuevo coordinador de estas instituciones es el FSB (Consejo de Estabilidad Financiera del G20).
El enmarañado contexto de actuación de esas instituciones tiene un componente común: el monetario. La moneda opera como el argamasa del diseño. El “patrón oro” fue la base de la arquitectura financiera moderna de la paz mundial y utilizó el metal como reserva del papel moneda. A pesar de que había sido usado para éstos propósitos desde tiempos antiguos, el patrón oro, como institución legal, data de 1819, por una decisión política del Parlamento británico (Resumption Act).
En esas instancias históricas, es el oro el que asigna poder político y no viceversa. Los corsarios, la Armada Real y la división internacional del trabajo tuvieron que ver con la acumulación de ese oro en arcas inglesas.
Apareado en esos mismos tiempos, consolidado el predominio de la libra esterlina con patrón oro, Argentina comenzaba su rol y destino de deudora consuetudinaria de la mano de intereses nacionales entreguistas. El préstamo tomado en 1824 por la provincia de Buenos Aires con la banca inglesa Baring Brothers, fue el inicio del gobierno por la deuda. Solo tuvo intervalos de desendeudamiento con Perón, en 1947, y hasta 1955 y con Kirchner en 2004, y hasta 2018. Ambos desendeudaron Argentina para intentar revertir la historia.
Permiso. Una disgresión nacional:
era bastante divulgada la mitología gorila que afirmaba que cuando Perón llegó al poder, en 1945, el Banco Central se encontraba repleto de lingotes de oro. Y cuando fue derrocado por la dictadura de Lonardi, las arcas del Central ya estaban vacías y que ese oro se lo llevó el general en la cañonera paraguaya donde se refugió al producirse el golpe de Estado.
La realidad es que apenas una cuarta parte de las reservas que Argentina acumuló durante la segunda guerra mundial se encontraban invertidas en oro dentro del BCRA. El saldo se encontraba fuera del país, en activos nominados en libras, dentro del Banco de Inglaterra. Argentina no las podía utilizar, por haber aceptado su no conversión a oro ni a terceras monedas en tiempos de Ortiz. Al decretar la inconvertibilidad de la libra, Inglaterra restringió las exportaciones a Argentina ya que podía abastecerse de nuestras materias primas a cambio de anotar el saldo deudor en una cuenta bloqueadas de su propio banco central. Al terminar la segunda guerra, Perón aplicó esos saldos a desendeudarnos con Inglaterra y a poner los ferrocarriles en propiedad y control de la Argentina.
El patrón oro consolidó el imperio inglés y la capacidad prestataria del imperio con un acuerdo monetario internacional impuesto por Inglaterra hacia finales del siglo XIX y hasta el final de 1914, en que cada país participante debía garantizar la libre convertibilidad monetaria en relación al oro que los bancos centrales mantenían en sus reservas para defender el precio nominal. Cada país estaba preparado para intercambiar oro por su moneda circulante y a la cotización oficial. La moneda es deuda pública que tiene como garantía el metal acumulado.
El equilibrio interno buscaba una fijación de los precios de las monedas en función del oro, con el objetivo de conservar la estructura de poder internacional al limitar el crecimiento monetario de la economía mundial a la libra y estabilizar los niveles de precios asimétricos entre países industriales y países productores de material primas.
La Primera Guerra Mundial demuestra que el respaldo en oro no alcanzaba para una paz estable y nos enseña sobre el acuerdo político de la emisión monetaria sin respaldo para cubrir los gastos militares. Se abandonó el patrón oro como sistema monetario internacional y la reducción de la fuerza de trabajo y la disminución de la capacidad de producción, resultó en un proceso inflacionario mundial.
Cuando emergen los conflictos bélicos, las guerras organizan la arquitectura socioeconómica y política del universo: los vencedores en la batalla mutan a acreedores en lo financiero, trasladan su inflación interna y mandan sobre los vencidos que, en tanto deudores, obedecen, pagan y soportan los procesos inflacionarios.
Las guerras, sus consecuencias financieras, subsisten mucho más de lo que parece. La Primera Guerra Mundial acabó noventa años después del Tratado de Versalles (1919). En octubre de 2010, veinte años después de la reunificación de Alemania, se abonó la última cuota de la deuda por indemnizaciones de guerra acordadas por las potencias aliadas.
En la guerra irrestricta multidimensional -una estrategia de China desarrollada por los militares Qiao Liang y Wang Xiangsui- el rol de la AFI es determinante dado que las finanzas son en la actualidad un medio clave para hacer caer un Estado, lo que ha llevado a interpretarse como el componente vital de los países para hacer la guerra. La llamada “guerra de monedas” se inscribe en esa lógica y es el telón de fondo de las decisiones políticas de los Estados nacionales.
Ello es así como manifestación efectiva del poder de sometimiento y dependencia que se deriva de las mismas tanto como de los esfuerzos de los países vencidos para pagar la deuda.
Así como el denario se impuso por el poder de la pax romana, la extensión imperial de la libra esterlina derivó del poder de fuego de la Armada Real inglesa, y la fortaleza del dólar hay que rastrearla en la bomba atómica de Hiroshima.
Es el poder bélico el que organiza la arquitectura financiera basada en regulaciones de la moneda con un Estado organizador (USA), principal deudor internacional y soberano en la emisión monetaria del dólar. Claro que la guerra de monedas puede modificar los planos de la actual arquitectura financiera. Y las políticas financieras nacionales deberán adecuarse a esas circunstancias como lo ha hecho Argentina con el swap chino.