En el inicio está el deseo, eso que surge como estímulo interno y como consecuencia de nuestro propio funcionamiento, la notificación de una carencia que debemos satisfacer para estar armónicos, equilibrados. Me refiero a los deseos primarios, los que inician todo, hambre, sed y sexo, aquellos que certifican que estamos vivos, no hablemos de respirar, eso es una función inconsciente que tenemos de manera automática y de la que solo hacemos conciencia cuando hay algún impedimento para su continuidad.
Luego de aparecido el deseo crece hasta su satisfacción o hasta encontrar un límite que es externo a él, el que marca la frontera entre lo posible y lo imposible, al menos de momento; el encuentro entre lo interno y lo externo a nosotros.
Podría decirse que entre el deseo y su límite se encuentra la realidad, porque para cada uno de nosotros la realidad no es otra cosa que el conjunto de lo que está dentro de nuestros límites; incluyendo nuestro deseo, y también la imaginación y la fantasía, fuera de esa frontera solo está lo irreal.
La distancia al límite es el tiempo transcurrido hasta la satisfacción o la frustración del deseo. No sería desatinado decir que la realidad es lo que está entre el deseo y el tiempo.
Somos seres deseantes, con un deseo que nace de nuestros instintos, del ello; pero se aloja en nuestra subjetividad, en superficie en el yo consciente y más profundamente en ese yo inconsciente en lucha permanente con el superyo, la ley, que la cultura nos cargó a través de la familia o de nuestros criadores.
Esto somos, dueños de esta tenencia permanente que es nuestra subjetividad, atisbando esa objetividad inasible que es el tiempo, el tiempo que se nos escapa como agua entre los dedos, el presente, el único tiempo que existe para nosotros realmente y que solo podemos atrapar por instantes en el ejercicio del gozo. El tiempo, que es en apariencia externo a nosotros pero que nos influye transcurriendo imperceptiblemente, decretando nuestra vejez.
Nos preguntamos entonces. ¿Podemos apropiarnos de este bien tan preciado que es el tiempo? Difícilmente, es elusivo; pero sin embargo, la historia nos demuestra que hay humanos que han podido y pueden apropiarse de otros humanos. Paradójicamente, aunque no se pueda apropiar el tiempo propio se puede negar la posibilidad de tenerlo a otros. Hubo y hay apropiación del tiempo y también del deseo de los otros; desde la brutalidad y la violencia de la esclavitud hasta la más sofisticada manipulación del deseo a través de la economía y la cultura.
Hegel decía que el esclavo hacía la cultura como un recurso necesario para sobrevivir, pero el amo impone una cultura hegemónica para que el esclavo acepte y naturalice su condición de tal. Paulo Freire nos recuerda que la clase dominada frecuentemente se identifica con la ideología de la clase dominante, por lo tanto con intereses que no le son propios sino de quien la domina.
La clase dominante aspira y ejerce en muchos casos el monopolio del deseo, ya que el ejercicio del poder le permite correr el límite para satisfacerlo.
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Hay entonces distintas maneras de vivir el deseo. La idealmente plena, que tiene como condición necesaria la libertad; pero también hay otras, que tienen más que ver con lo que vivimos los ciudadanos de a pie, el grueso de los pueblos del mundo.
Hay un deseo reprimido y un deseo tutelado. En el caso del deseo reprimido se nos dice, a través de las leyes, históricamente elaboradas por las clases dominantes y en las que la propiedad es mas importante que la vida, que podemos y que no podemos desear. También hay herramientas discursivas, el vehículo más frecuente, herramienta tutorial por antonomasia, la moral; que no es otra cosa que el discurso de la clase dominante, un catálogo de prohibiciones que solo deben cumplir las clases dominadas, no es casual que las cárceles estén llenas de pobres.
Una vez más es preciso recordar que a diferencia de la moral, que es autoritaria y vertical, la ética es democrática y horizontal, su fundamento es la empatía, cosa de la que quien domina carece.
El deseo tutelado es más sutil en su expresión, porque el que domina no siempre nos dice de una manera explícita lo que no podemos desear pero lo hace a través de la economía, el dinero es una de las puertas con las que se abre o se cierra la posibilidad al deseo.
Hay además otras maneras más sutiles de manipular el deseo, lo hacen a través de múltiples herramientas comunicacionales; la prensa oral y escrita, los medios televisivos, que lejos de informar manipulan la información, deforman la realidad y construyen opinión pública instalándose como creadores de sentido común. Así demonizan según la voluntad del poder, mienten, deforman datos históricos, publican estadísticas falsas y hacen un gran trabajo de naturalización de cosas terribles. Si quieren dar un mensaje de inseguridad basta con pasar decenas de veces en el día el relato de un crimen para que este se multiplique en la sensación colectiva. En cuando a la naturalización, por ejemplo, podemos escandalizarnos por el maltrato y la expulsión de indigentes, pero cuando lo repiten muchas veces acompañado del discurso de limpieza y de mejorar la ciudad para los vecinos, tales vejámenes, para muchos, parecen naturales y hasta necesarios.
Un tema particular y actual son las redes sociales aparecidas como consecuencia de la tecnología que se instaló como mandataria en nuestras vidas. Podemos pensar que las redes pueden ser usadas por todos y es cierto, esto genera la ilusión de un recurso democrático: pero nuestra opinión palidece y desaparece cuando un ejército de trolls o miles de bots destilan odio o repiten al infinito una afirmación falsa que termina constituyéndose en lo que se ha dado en llamar post verdad, que no es otra cosa que instalar como verdadero algo que no lo es. De esa manera, en conjunto con los grandes medios hegemónicos se fabrica el law fare.
Otro método de manipulación consiste en tomar algún hecho resonante y bombardear información sobre él de manera permanente y así ocultar tropelías que se perpetran y se deben publicar, en el caso de nuestro país, en el boletín oficial, logrando que pasen inadvertidas. Después se dirá que estuvo oportunamente comunicado y es legal. Obviamente lo mismo ocurre con los datos de la evolución de la economía, actualmente desastrosos. Recuerdan a la conducta de un simpático animalito, ‘el tero’; es sabido que grita en un lugar donde se podría pensar que está su nido pero los huevos los
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pone en otra parte, curiosamente parecida al manejo informativo del actual gobierno y sus representantes mediáticos.
Hasta la finalización de la guerra fría en 1991, el mundo estaba de alguna manera polarizado, las grandes mayorías apoyaban explícita o implícitamente a uno u otro polo y estos definían el norte a seguir. Luego de la desaparición de la URSS, que paradójicamente con su existencia había obligado al mundo “occidental” a crear un ‘estado de bienestar’ para conjurar el riesgo de que las masas se sintieran identificadas con el socialismo, para el nuevo mundo unipolar triunfante desapareció el único límite a su deseo. Ese monopolio del deseo ha traído como resultante muerte y pobreza. Invasiones y guerras coloniales, la ex Yugoeslavia, Irak, Afganistán y un desarrollo financiero basado en la especulación y no en la producción que tiene como consecuencia necesaria un mundo cada vez más desigual y excluyente de las grandes mayorías sociales, con la mayor acumulación capitalista concentrada de la historia.
Cuando analizamos la conducta humana frente al deseo hay cosas que resultan sorprendentes aunque su ocurrencia sea lamentablemente cotidiana. Los humanos nos parecemos demasiado al perro que prefiere tener amo antes que deambular libremente o en jauría. Inevitable recordar a Erich Fromm con su “Miedo a la libertad”.
Llama la atención que cuando surge la posibilidad de un mundo multipolar que provoque un equilibrio en las conductas geopolíticas y que ponga límite al abuso de los poderosos, hayan surgido en muchos países apoyos importantes a propuestas políticas autoritarias y mesiánicas que en muchos casos recuerdan a la Alemania de Hitler; pero en este caso apoyadas por el imperio anglosajón. Ante la decadencia de este imperio resulta inevitable recordar la frase de Bertold Brecht: “Nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”
Si consideramos a la neurosis como una respuesta emocional a la frustración del deseo, la respuesta puede variar entre bajar los brazos ante la sensación de impotencia, siendo esta la puerta de entrada a la depresión; el llenarnos de ira a partir del sentimiento de impotencia y recurrir a la violencia (como cierto gobernante que vocifera insultos a todos cuando algo no sale según su capricho), conducta que se observa típicamente en los sociópatas; hundirnos en la queja y quedar inermes ante la frustración teniendo solo como recurso el pensamiento mágico de que las cosas se solucionarán milagrosamente; y por último, la que parece ser la respuesta más sana, revisar la viabilidad del deseo y ante su reafirmación establecer un proyecto, una estrategia para su consecución.
Como siempre la pregunta es: ¿Qué hacemos con el deseo, con nuestro deseo? Se supone que la voluntad es el compromiso con el deseo. Mientras pensamos el tiempo va pasando.
Muy interesante Daniel. Felicitaciones. En economía del capital el precio esencial es la tasa de interés como consumo (im)productivo del tiempo. Toda una metáfora. Dada una tasa de interés alta, sería deseable que el tiempo transcurra rápido para acrecentar el capital financiero. Abrazo