Cada vez que fracasamos así como cada vez que ganamos en el juego democrático,
deberíamos analizar cómo ha funcionado la representatividad y la identificación por parte de los votantes.
Nosotros pertenecemos a un sector del pueblo que por interés personal o por historia, en muchos casos por identificación familiar, decidió en algún momento formarse políticamente. Formarse políticamente es sostener una opinión sobre la vida social, económica y cultural no solo desde lo emocional, entendiendo como tal la subjetividad, sino desde lo racional.
Me parece que somos minoría. Una minoría donde están incluídas la izquierda, la derecha y el centro; pero los gobiernos, en los países donde se decidió la ilusión plebiscitaria del balotaje, son consagrados por las mayorías, y esto necesariamente pone la decisión final en el voto de esas mayorías no formadas políticamente en las que lo emocional y lo intuitivo será determinante. No es casual que en la mayoría de los países el voto no sea obligatorio, tampoco es casual que en muchos países no exista balotaje, si fuera nuestro caso hoy tendríamos el presidente con el 36% de los votos. El tema pasa entonces en cómo lograr la representación de ese tercio o esa mayoría plebiscitaria que no tiene un camino ideológico definido.
Las relaciones entre los seres humanos, entre toda especie comunitaria, reside aparentemente en la posibilidad de la comunicación, y entre nosotros, la comunicación es el lenguaje, el verbal y el no verbal. Integrar ambos tiene que ver con integrar el decir y el
hacer. La integración de estos lenguajes como una unidad coherente permitirá la identificación social y la pertenencia que a su vez genere la representatividad de ese
colectivo social. Demás está decir que si esa coherencia no se logra, la representatividad
será imposible.
El mencionado es uno de los aspectos que debemos revisar para pretender llegar
con un mensaje propositivo a la comunidad a la que aspiramos representar. ¿Cómo hablar
del barrio en el que no vivimos? ¿Cómo hablar de las necesidades que no sufrimos aún
cuando quienes expresen ese discurso, hayan surgido de los estratos populares menos
favorecidos y logrado a través de la representación política que en algún momento
alcanzaron, el ascenso social que no lograron sus representados?
Es posible que esto haya permitido que un outsider que dice representar un colectivo
ilusorio que serían “los argentinos de bien”, con lo cual el resto seríamos “los argentinos de
mal”, lo que implica una descalificación maniquea, haya logrado identificar a “los políticos”
como un colectivo maléfico, independiente de las ideas y la militancia que estos políticos
representen, e identificarlos como “la casta”, a despecho de que él mismo está vinculado
con personas integrantes de la casta que denuncia; pero de un sector identificado con los
intereses de las clases económicamente dominantes.
Por un lado debemos identificar la pertenencia transitoria a este colectivo de “los
argentinos de bien”, que recuerda la confluencia carnavalesca o la de la canción Fiesta, que
menciona que en la noche de San Juan todos comparten su pan, su mujer y su gabán,
gentes de cien mil raleas; pero cuando el sol nos dice que llegó el final vuelve el pobre a su
pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Sabemos que en un tiempo relativamente breve este catártico carnaval libertario comenzará a hacer agua,
fundamentalmente por las necesidades insatisfechas de los sectores populares y también
de los sectores medios.
Tal vez no haya mayor mentira que la verdad. El “esto te va a doler pero es por tu
bien”, donde el dolor es cierto pero el beneficio dudoso. Argumento utilizado hasta el
cansancio por el poder político y religioso a través de la historia. Por otra parte es obvio que la crisis de representatividad hace que sea difícil creer en el que ofrece algo parecido a lo ya escuchado pero asegura que lo hará mejor esta vez o mejor que otros. La promesa de algo diferente, aunque bizarro, está teñida de lo novedoso y capitaliza el escepticismo, la bronca y el desánimo de los que se han sentido abandonados o no contenidos por el sistema.
¿Cómo hablar de defender derechos al que siente que no tiene ninguno, a quien lo más
cercano que tiene para demostrarle sus derechos inexistentes es quien sí los tiene? ¿Será
entonces que equivocamos el discurso? ¿O será que nuestro déficit está en la praxis?
“Hasta ahora no lo hice pero ahora sí lo haré”.
El discurso no es para la militancia, la militancia puede sentirse acariciada por el
discurso pero su convencimiento es previo. El discurso debe ser para la no militancia y para
este destinatario no alcanzan las palabras, y aquí volvemos a la coherencia entre el decir y
el hacer. La no militancia no debe identificarse con nuestro discurso, nuestras propuestas y
nuestra conducta deben identificarse con sus carencias y sus anhelos y buscar en ellos lo
noble y solidario que todos en algún lugar tenemos.
El discurso de los que ganaron ha apuntado al resentimiento y al desánimo de los
sectores más portergados, a los sentimientos más miserables e individualistas de la clase
media sin formación política; al reservorio de racismo y xenofobia muchas veces disimulado
para demostrar un discurso social políticamente correcto, a la envidia de estos sectores
medios, frecuentemente laboriosos y meritocráticos, por aquellos que con aparente o real
menor esfuerzo han logrado iguales o mejores resultados. Un discurso dirigido a la
subjetividad, a las sensaciones de carencia que supuestamente merecen vindicación; pero
asentados sobre un realidad ilusoria con jirones de elementos concretos; toda buena
mentira debe tener partes de verdad, elaborado con prisa y sin pausa por los medios de
comunicación hegemónicos tributarios del lawfare. Un discurso que invita a convertirse en
barra brava a quien lo escuche, con los niveles de emocionalidad desbordada y de
irracionalidad a los que nos tiene acostumbrados el fútbol, como comida a domicilio, de la
cancha a la urna.
¿Y ahora qué? Tenemos varios interrogantes a respondernos. La lógica y la práctica
nos dicen que estas propuestas económicas solo harán más ricos a los ricos y más pobres
a los pobres, que probablemente se dupliquen. También que además de los riesgos
represivos institucionales, podremos sufrir agresiones por parte de estos barras bravas tal
como hicieron los bolsonaristas en Brasil. La realidad hará por nosotros el trabajo de
esclarecimiento cuando muchos votantes de hoy no puedan pagar el transporte, los
servicios públicos o la atención médica, cuando no puedan mandar a sus hijos a estudiar.
¿Cúal será entonces nuestra tarea? Posiblemente la más importante sea resistir. ¿Y en qué
consiste resistir? En mantener vivas nuestras organizaciones, en analizar la realidad y
generar propuestas para contener y sumar a los que vayan llegando hasta el momento de
ocupar el espacio, día por día, mes por mes y año tras año hasta las elecciones de medio
término.