Aparentemente, cuando no hay plan, el camino emprendido puede ser un generador de angustia, una fábrica de incertidumbre. He aquí la importancia de los proyectos, de tener la capacidad o la posibilidad de elaborarlos antes de salir al camino.
Los humanos, en general nos manejamos con patrones de conducta, hay una fisiología de la conducta y los niños, que todavía no han desarrollado el grueso de las conductas inhibitorias que caracterizan a la madurez de la especie, pueden ser un muestrario de esos patrones ya que en ellos, lo emocional no está todavía tan condicionado por lo racional. Los frenos inhibitorios se instalarán en ellos al final de la adolescencia como consecuencia de la maduración de la corteza prefrontal, según lo que hasta ahora han logrado demostrar las neurociencias.
Cuando un niño exhibe un conducta desbordada, en su enojo o en un desenfreno festivo que comienza a parecerse a un cuadro de excitación psicomotriz, el límite que el adulto establece, en el mejor de los casos a través de una adecuada contención mediada por gestos afectuosos pero firmes, traerá la calma que el niño necesita. Podemos llegar a la conclusión de que el niño, de una manera inconsciente estaba buscando un freno para una conducta disparada que el mismo no podía parar; en un sentido metafórico, un viaje a ninguna parte. Esta circunstancial introducción de la incertidumbre en la conducta infantil, este no poder detenerse, tiene como correlato emocional la aparición de un estado de angustia, la que todos podemos experimentar ante lo desconocido. Esto puede remitirnos a cuando nosotros, adultos, tampoco podemos parar, y por ejemplo, en una escalada de confrontación llegamos a una instancia de desborde en la que nuestro niño interior nos está pidiendo parar y no lo logramos; llegando en muchas ocasiones a situaciones de violencia en las que también el límite, imprescindible en esos momentos, puede llegar tarde o de la peor manera.
Existe en los humanos una voluntad de explorar, de conocer, la maravillosa curiosidad que trae como consecuencia aprendizaje y conocimiento, todo esto existe porque hay deseo, hay eros. Pero también hay una necesidad de límite, porque el límite contiene y protege de la angustia, el ejercicio del deseo sin límite se vive como un salto al vacío. En este sentido, la posibilidad de tener un proyecto, un plan, actúa como un límite que no niega el deseo sino que lo ordena; sabemos o por lo menos creemos saber hacia donde vamos.
En el caso de la aventura, el deseo es la adrenalina, conmover a un yo difícil de despertar, y la incertidumbre aporta el estresor necesario, el plan consiste en lograr ese estrés, que a su vez tendrá otros objetivos que no desarrollaremos aquí.
Hay otro elemento para colocar en el tablero de análisis; el poder. Acceder al poder, aunque sea a un micro poder, es ejercer la posibilidad de correr un límite, adquirir un nuevo conocimiento, ponerle el propio nombre a una cosa. Es notable como la propiedad de algo hace sentir a las personas que tienen algo de poder, se confunde entonces el poder con la propiedad, pareciera entonces que tener nos hace poderosos ¿o valiosos? Pero hay aquí un cruce con la física, no es lo mismo energía potencial que energía cinética. Poder es la capacidad de hacer, lo hecho, hecho está y ya no nos pertenece, en rigor de verdad nada de lo que esté fuera de nosotros mismos nos pertenece, solo nos pertenecen nuestras posibilidades de hacer, el poder del escultor es retirar de la piedra lo que sobra, como dijo Miguel Angel, pero finalizada la obra ya no hay poder, puede haber propiedad y a lo sumo se ejercerá el poder de no compartir su belleza con otros, pero no más.
Cuando no hay un plan, las fuerzas generadas por el deseo, pueden anularse entre sí si no han logrado un cauce común, concomitancia. La consecuencia, frecuentemente es la inmovilidad acompañada de un fuerte sentimiento de frustración que puede llevarnos a la angustia o a la depresión, o sea a la incertidumbre o a la declinación del deseo.
Lo que vemos individualmente siempre tendrá un correlato social ya que somos seres sociales, necesariamente comunitarios. Cuando los colectivos sociales se movilizan solo por objetivos puntuales, sin inscribirles en plan de desarrollo comunitario más globales, también corren el riesgo de terminar en la anomia y la inmovilidad.
Observamos que los sectores dominantes de cada sociedad a lo largo de la historia han intentado coptar el deseo de los cuerpos sociales brindando sucedáneos que impidan la organización del deseo y la conformación de planes que puedan cuestionar su dominio; en Roma fue pan y circo, hoy tal vez sea la industria del entretenimiento y los medios de comunicación que dejan de lado la información para bombardear con la opinión de los propietarios de esos medios, que casualmente pertenecen a los sectores dominantes, una realidad masticada y predigerida que copte el deseo e inhiba la posibilidad del pensamiento crítico.