El pasado domingo 4 de septiembre el pueblo chileno rechazó contundentemente en las urnas, al texto de la propuesta de nueva constitución que había alumbrado la Asamblea Constituyente. Este resultado implica que por un tiempo indefinido seguirá vigente la constitución pinochetista, garantizando la pervivencia del andamiaje jurídico-normativo derivado. Luego, continuarán intangibles los modos organizativos institucionales y sociales, las relaciones de fuerza entre los factores de poder, la distribución de la renta nacional y la administración del conflicto social chileno. Frente a este para muchos amargo y sorprendente resultado, cabe preguntarse qué es lo que sucedió, qué razones explican la rápida transmutación que en menos de un semestre, llevó al país en un viaje expreso y sin escalas, de la exultante “primavera” política de Boric al cruel invierno de un gobierno derrotado e insanablemente débil. Seguramente el transcurso del tiempo y la evolución histórica de la política trasandina irán arrojando mayor luz y permitirán comprender más acabadamente esta singularidad chilena con riesgo de impacto regional. Ello no obstante, se pueden arriesgar algunas opiniones acerca de lo ocurrido, con visos de contar con cierto grado de certeza interpretativa. En principio debe comprenderse que se trata de un fenómeno muy complejo y multidimensional, en el cual los actores y los factores incidentales eran interdependientes y se influían mutuamente, ora expansivamente, ora restrictivamente. Hay en boga una tesis que atribuye el fracaso de la propuesta a la pronunciada baja de la imagen y popularidad del presidente Boric y de su gabinete. Otra línea interpretativa plantea que la derrota se debe a una hoja de ruta y una agenda de la Asamblea Constitucional que habría sido planificada maquiavélicamente por el ex presidente Piñera, para minar el camino del nuevo gobierno y de la asamblea. Una tercer postura afirma que el rechazo se explica fundamentalmente en la influencia espuria del aparato mediático, expandiendo “ad infinitum” las posturas de los sectores reaccionarios y conservadores; sembrando falsedades discursivas con el objeto de crear y difundir miedo al cambio. Una cuarta línea interpretativa entiende que el grueso de la defección de voluntades se produjo por algunas propuestas excesivamente avanzadas, tales como la relacionada con el aborto, la cuestión de género y lo relativo a los pueblos originarios. Una quinta sostiene abiertamente que el pueblo “se equivocó”, fundando esta aseveración en una suerte de síndrome de Estocolmo masivo, en el que los dominados se mimetizan y solidarizan con los dominadores y explotadores. Desde el Grupo La Capitana pensamos que todas y cada una de estas hipótesis contienen cierto grado de verdad en sus asertos, pero que ninguna de ellas alcanza por si sola a explicar lo acaecido, ni constituye la razón de mayor peso acerca de ello. Entendemos, desde el GLC, que en lo esencial, es muy alta la probabilidad de que simplemente el pueblo chileno haya expresado en las urnas, su insatisfacción y desacuerdo con el texto que se le propuso por parte de la asamblea constituyente. Entendemos que el proceso histórico lo evidencia, con las masivas movilizaciones populares de los años 2019 y 2020, hasta que le arrancó al gobierno de Piñera el plebiscito en el cual se pronunciara mayoritariamente y también contundentemente por una nueva constitución. Está claro que no se registró la incidencia de ningún factor externo o crisis que explique el abrupto cambio del resultado, en el primero la convocatoria ampliamente aprobada, y en el segundo, el texto duramente rechazado. Todo, en prácticamente un año. Es menester entonces aceptar que el pueblo sigue manteniendo su idea y deseo de una nueva constitución, pero con otro texto distinto del propuesto, es decir, con otros contenidos. Entendemos desde el GLC, que la atomización de las representaciones, la notable dispersión de intereses de los grupos sociales representados y la dilución de los partidos políticos en la Asamblea, derivó en un estado de cosas donde cada grupo ejecutó su participación con la intención de llevar agua para su molino; atento que, como consideraban ya ganado el plebiscito de salida, entonces lo necesario era triunfar en las pulseadas internas de la asamblea. En consecuencia, en un clima de facciones que velaban por sus intereses, no fue posible armar un proyecto síntesis que englobara al conjunto y lo hiciera sentirse partícipe de una epopeya emancipadora. Y en la actualidad resulta muy claro que la suma algebraica de las voluntades de las diversas minorías que se encuentran en una sociedad dada, no conforman “per se” mayoría, más bien lo más probable sea lo contrario. Como peronistas formados en la doctrina de la Comunidad Organizada, no podemos menos que señalar esta cuestión, la principal en nuestra opinión. Atento a la relevancia de estos sucesos para Chile y toda la región, sostenemos la necesidad de acompañar y colaborar en todo lo que sea menester al heroico pueblo chileno, para avanzar en las transformaciones que los derechos humanos y sociales imponen, ya en pleno siglo XXI. Y las lecciones derivadas de este evento, que trascienden las fronteras, deben ser estudiadas y aprendidas en todos los cursos de formación política y dirigencial, fundamentalmente el hecho de que las élites podrán apropiarse de las herramientas, representaciones y procedimientos políticos, pero, si no lo conforman, el pueblo repudiará los resultados. Como debe ser. Vox pópuli, vox dei.