La precristiana y conocida frase atribuida al físico siciliano Arquímedes, el elogio de la palanca, tiene variadas aplicaciones. Una de ellas se puede adaptar al mundo de las finanzas. Tanto es así que el llamado “apalancamiento financiero” en jerga especializada supone la base de la racionalidad económica (tomar préstamos a costo financiero menor que la tasa de beneficio de la inversión). Los Bancos centrales son el punto de apoyo de la actividad económica y del modo de creación de riqueza desde la producción y la concentración desde la economía.
Los Bancos centrales son el elogio de la economía financiera. Sin embargo, se los ve -si se me acepta el simplismo- tristes, oscuros, alejados y demasiado macros. Todos estamos bancarizados y hemos entrado a algún banco, casi nadie al Banco Central (BCRA). Los pueblos suelen relacionarlos con esas estructuras sólidas e instituciones impolutas y serias que cumplen una función por encima de las penurias cotidianas de los ciudadanos. Como que están en otra cosa y quizás de esa visión popular surja un cierto convencimiento de que no se contaminen con la política.
Lo cierto es que toda la arquitectura financiera internacional (AFI) se asienta en los bancos centrales. Y es así porque los Estados Nacionales son, en una mirada heterodoxa, verdaderos supra organizadores de los espacios nacionales del sistema económico capitalista.
Mucho más cuando la AFI está determinada por la lógica de las finanzas en la economía mundial y porque existe un verdadero y progresivo desacople entre el sector real y financiero del desarrollo capitalista desde mediados de la década de 1970. Se piensa en dinero y el desarrollo no es, sino monetario.
Vivimos una etapa muy contemporánea (dixit Inodoro Pereyra a Mendieta perro) del capitalismo tecno burocrático que suele conocerse como financierización, caracterizada por el principio “generar riqueza para acumular moneda”. Nuestra vida se monetizó, se ha hecho financiera y hasta se acuña y se defiende como imprescindible la educación financiera desde el jardín de infantes. Que la acumulación sea financiera y el esfuerzo operativo, que trabajen otros para producir y que especulemos nosotros para acumular. Que “las materias primas se conviertan en activos financieros” se naturalizó en el establishment y pasó a ser un apotegma del sistema.
En simple, según datos del Banco Mundial, en 1980 los activos financieros, incluidas monedas, otros títulos de la deuda y los derivados, apenas superaba el nivel del PIB mundial; en 1990 casi lo triplicaba; desde 2007 lo decuplica con creces y hoy -se estima- las monedas nacionales y los títulos de deuda superan en más de veinte veces el PBI mundial.
¡Andan dando vueltas en el globo, 20 $ de especulación monetaria por cada 1 $ de producción real! Una formidable expansión de las finanzas que se refleja en la tasa de crecimiento del sector financiero que, en el período 1980-2007, pasó a un promedio del 8% en los países desarrollados y del 9,5% en los países en desarrollo, mientras que el resto de los sectores de la economía lo hizo a un ritmo del 2,7% y el 3,6%, respectivamente. Un salmo de gloria para los bancos centrales y sus satélites del sistema financiero.
Lo cierto es el auge de las finanzas -luego de la crisis del fordismo desde los 1970- hay que mirarla como etapa inherente al desarrollo capitalista. Y los Bancos centrales son los puntos de soporte de ese desarrollo.
Por otro lado, la CEPAL advierte el abandono del régimen de Bretton Woods (1971) y la adopción de regímenes de tipo de cambio flexible (1973) en los países centrales, con la paulatina liberalización de los flujos internacionales de capital y la desregulación de los sistemas financieros locales (en Argentina, la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, vigente desde 1977). Se generó un contexto de condiciones para que los sistemas financieros nacionales dependan de los grandes conglomerados bancarios transnacionales como sus actores principales. Esa AFI de la dependencia va a ser estructural y determinante del endeudamiento creciente de los Estados latinoamericanos y de la consecuente gobernanza por la deuda.
Veamos. Se suele asignar a un Banco central:
*la emisión de papel moneda fiduciario como dinero legal (billetes);
*actuar de banquero operativo para la administración del Estado;
*ser banco de bancos y prestamista en última instancia y
*ser conductor de la política monetaria.
Estas funciones no se aceptan de manera pacífica dado que la moneda es un elemento constitutivo del Estado y su soberanía, que la globalización se empecina en someter al debate político. La visión neoliberal impulsa la idea conservadora de que el BCRA debe velar por el valor de la moneda (defender la moneda es defender la Nación) y la mirada heterodoxa advierte que la moneda y su administración debe estar al servicio de la política socioeconómica. Aquellos impulsan la autonomía técnica y operativa e inclusive la privatización del BCRA, mientras el campo popular sujeta la gestión del BCRA a las necesidades financieras de las políticas públicas. Quizás sea esta la madre de las batallas conceptuales en el campo de la arquitectura financiera.
Habrá que volver una y otra vez sobre el significado de la moneda, su carga ideológica, su funcionalidad económica, su rol figurativo y su acumulación como signo de poder. Un largo camino crítico.
Mientras tanto advirtamos un rasgo peculiar de la historia monetaria de América Latina. Su historia de los Bancos Centrales fue muy distinta de los antecedentes europeos. En Europa se concretó un esquema evolutivo en el cual los bancos nacionales del siglo XIX se convirtieron en bancos centrales en el siglo XX. Este proceso es aplicable a casi todos los países europeos, se crearon bancos nacionales sobre los cuales de diseñaron los bancos centrales. No fue el caso de América Latina donde los Bancos Centrales surgieron a raíz de cambios sociopolíticos importantes que se produjeron desde el decenio de 1920 en adelante.
Un caso emblemático fue México que asimiló los conflictos militares al mismo tiempo que el colapso de las finanzas públicas, la Bolsa mexicana y una experiencia de hiperinflación. Una firme política nacionalista establece en 1916 un Consejo de incautación que reforma el sistema bancario con un enfoque desarrollista y asigna en 1925 las funciones de Banco central al Banco Nacional de México.
En Brasil, las funciones propias del Banco do Brasil no fueron el resultado de una transferencia de políticas o una emulación de instituciones estadounidenses -como en los casos de los países andinos en los años de 1920- ni se aceptaron recomendaciones de expertos o «money doctors», para la creación de un banco central independiente y ortodoxo. La heterodoxia del caso brasileño refleja la ideología desarrollista dominante, que habría dominado sobre la ortodoxia pro-estabilización y seudodefensa de la moneda.
En Argentina el fin de la Caja de Conversión y el nacimiento del Banco Central es consecuencia de la Gran Depresión (1929-1935) como producto del crac financiero de 1929 y el subsiguiente desplome del comercio mundial que suspende la convertibilidad con la finalidad de frenar la salida de reservas, y establece un sistema de control de cambios para hacer frente a la caída de liquidez por salida de depósitos. Todo ello puso de manifiesto la necesidad de acometer una profunda reforma monetaria y financiera. El desenlace se materializó en la creación del Banco Central de Argentina en 1935.
Lo cierto es que si vivimos rodeados de moneda, si los precios son monetarios, si el ahorro es en alguna moneda, si observamos que existen monedas en disputa, si la moneda está aquí y allá desde que nacemos, en nuestros bolsillos o fuera de ellos, si la atrapamos o nos atrapa, entender críticamente al Banco Central es casi vital y no debiera ser de patrimonio de algunos sino de todos, todas y todes.