El patrón oro afianzó el rol conservador del poder imperial inglés e, inicialmente, también del
dólar. Eran tiempos del poder dorado, la acumulación de oro era el poder. El concepto dominó
durante el siglo XIX como sostén del sistema financiero internacional y, hasta la Primera
Guerra Mundial, fue la base de la supremacía de la libra.
Pero los gobiernos beligerantes advirtieron que el poder no era el oro sino las armas y no
dudaron en imprimir papel moneda -ya como deuda- para financiar el esfuerzo bélico y sin
considerar la capacidad de respaldarla y redimir esa moneda en metal precioso. Tampoco les
preocupó demasiado, la guerra suele presentarse más atrapante que la economía y los
vencedores cobrarían con creces los costos y la inflación a los vencidos.
Después del conflicto aparece el patrón oro-cambio, un eclecticismo que inició nuestra
economía bimonetaria actual de coexistencia competitiva entre una moneda externa, saludable,
“buena”, con respaldo y otra propia, enferma, “mala”, sin valor. La receta es conocida: la “mala”
es la nacional y se la cura con deuda externa. De ser viable, con dolarización. Así cierra la
lógica globalizante.
El patrón oro se reimplantó en 1944, en la Conferencia de Bretton Woods, de la que surgieron
dos instituciones fundantes de la AFI: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial. El dólar y la libra esterlina fueron las divisas del poder (garantizaban la posibilidad de
ser cambiadas por oro).
Este sistema dio lugar a una estabilidad comercial relativa y duradera, desde 1944 hasta 1971,
que acentuó la división internacional del trabajo y el deterioro de los términos de intercambio:
exportar barato nuestras materias primas e importar caro los productos industrializados.
Quedamos así entrampados en la necesidad de dólares. Las economías capitalistas
prevalentes se consolidaron en esta etapa de “Edad de oro” para ellos y “Edad de
dependencia” para nosotros.
El macropensamiento económico ortodoxo elabora sus propuestas y actúa a través de la
moneda y el poder financiero (todos los grandes grupos empresarios internacionales tienen, al
menos, participaciones de control y propiedad de un banco). El déficit financiero desplaza a la
productividad social, los gerentes financieros se prefieren a los gerentes de producción y los
contadores a los ingenieros. Es una condición existencial para el tecnosistema burocrático
capitalista de base monetaria, consumo dirigido y pátina ambiental.
La inteligencia habita en el sistema financiero, que es también el corazón de las decisiones. La
razón económica orienta la instalación de un sentido común que se presenta como irreductible
y se divulga como único y revelado. Por eso, en Argentina, montescos y capuletos miran hacia
el costado cuando se trata de modificar la ley de entidades financieras originada en la dictadura
cívico-militar de 1976 que es la base de una arquitectura adaptativa a la globalización
neoliberal. De eso no se habla -masculla el poder- hace casi medio siglo.
Se ignora que es la política la única acción humana que puede, al menos, atemperar que esa
tendencia secular se acentúe permanentemente.
En la arquitectura financiera internacional los bancos centrales nacionales juegan un rol
determinante. Como la cocina de la casa común, nadie puede obviarla ni dejar de pasar por
ella. Y ello es así tanto porque emiten moneda nacional como porque administran las reservas,
ya sea en oro o en otras monedas nacionales y porque son el financiamiento público de los
estados nacionales.
¿Por qué la arquitectura ortodoxa plantea que los bancos centrales de los países dependientes
“reserven” en papel moneda que no tiene otro respaldo que algún poder imperial? ¿Por qué
nuestras reservas son en dólares que no tienen respaldo? ¿Será porque poseer un dólar es la
ficción de tener una parte del patrimonio USA? ¿O será el deleite de ser mirado por
Washington desde el billete?. Puede ser en la sicología individual, pero no pareciera desde el
punto de vista sistémico..
Veamos el origen que -no podría ser de otra manera- está en el poder económico. En 1922, en
Génova, Italia, un grupo de 34 países, que incluía a Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón
acordaron la vuelta al patrón-oro limitado (reservas en oro o en divisas convertibles en oro) y a
restaurar la cooperación entre los bancos centrales para alcanzar los objetivos internos y
externos.
Con el argumento de que la oferta de oro era insuficiente para satisfacer las necesidades de
reservas internacionales, la conferencia de Génova propuso un patrón oro-cambio: que los
países menos desarrollados pudieran mantener como reservas las monedas de los países
industrializados, que consistirían únicamente en oro. Fue el huevo de la serpiente, el origen de
la gobernanza por la deuda, el establecimiento de una moneda dominante que sería el dólar.
Con sabia claridad, Perón ubica el incentivo del negocio del poder cuando reflexiona en 1967:
“La política de las “áreas monetarias”, después del abandono del patrón oro, ha sido fructífera
en acontecimientos donde siempre el negocio ha estado de por medio. Mediante diversas
maneras de deformar la realidad, se ha conformado ya una larga historia a través del “área
esterlina” como el “área dólar” y, aunque el pretexto fuera dar respaldo indirecto a las monedas
de los países pobres de reservas de oro, en realidad de verdad, verdad todo ha sido una nueva
forma de especular con la buena fe de los demás.”
El patrón oro fue el corcet emisionista que conservó el statu quo internacional y su abandono
produjo una dispersión y crecimiento de la oferta monetaria mundial superior al crecimiento
total de los bienes y servicios que la sociedad es capaz de producir. Ya nada sería como antes.
Se perfila la financierización como nuevo ciclo capitalista cuya palanca era la deuda pública de
los estados nacionales.
La ideología monetarista, sin más y sin evidencias científicas suficientes, atribuyó al poder
emisionista del Estado nacional la causa de la inflación permanente en las sociedades
occidentales. Y fueron más allá: determinaron que las depresiones causantes de paro y
pobreza sobrevinieron después de periodos de devaluación, por culpa de los gobiernos, de las
divisas sometidas a un laxo patrón oro (contrariamente al conservadurismo de la segunda
mitad del siglo XIX).
El respaldo en oro es abandonado por los mismos gobiernos y bancos centrales, aduciendo
falta de flexibilidad en la política monetaria. En agosto de 1971, en un arranque de sinceridad
del poder y consolidación de su contenido imperial, el presidente de EEUU R. Nixon anuncia
unilateralmente y con sorpresa, el cese de la convertibilidad del papel en mineral y el oro pasa
a ser un commoditie más.
Hay algo adicional que poco se menciona. Esa decisión estadounidense rompió con los
acuerdos de Bretton Woods de 1944, de dónde surgieron las organizaciones rectoras de la AFI
y revela una vocación y capacidad de acción unilateral que ha aumentado desde entonces
(quedó clara en el préstamos excepcional a Argentina con Macri). Esa inconvertibilidad encubre
una moratoria por no pago e incumplimiento de la deuda USA ante tenedores externos de
moneda y títulos de ese país. Con la medida, EEUU incumplió el canje de dólares por el oro en
respaldo. No decreta una moratoria quien quiere sino quien puede. Otra vez el poder por sobre
cualquier otra consideración.
El patrón oro aún tiene sus abogados defensores. Neoliberales y anarcoliberales que abrevan
en la Escuela Austríaca de Economía abogan por la supresión de los bancos centrales
(“dinamita” propone el personaje libertario de Argentina, el economista Javier Milei) y la
eliminación del monopolio de los gobiernos como organismos encargados de acuñar la moneda
de curso legal completamente ajena al patrón oro. Es una forma de neoconservadurismo para
impedir que la moneda se sujete a políticas públicas y sea compatible con los intereses
nacionales y populares del Estado.