ONBARCELONA EL TEATRO DE LOS SENTIDOS EL HILO DE ARIADNA

En la mitología griega el Minotauro – monstruo con cabeza de toro que habitaba el laberinto de Creta- devoraba la juventud de muchachos y doncellas atenienses. De la misma forma, la deuda engulle -sin eufemismos- el esfuerzo y el trabajo de los pueblos. Es, en ese sentido, una suerte de Minotauro, que acumula riquezas económicas, patrimonios financieros y poderes políticos. Detrás de la deuda está el poder.

Esa misma mitología nos relata que Ariadna le entregó a Teseo un ovillo de hilo mágico y una espada. Con la espada Teseo mató al monstruo y con el hilo halló el camino de regreso, pudo salir del laberinto y salvar a su ciudad del terrible tributo al que estaba sometida.

Ese hilo mágico es la Historia. Y cada uno de nosotros podrá efectuar premoniciones y especular quién quisiera que fuera Ariadna y quién Teseo (que al final abandona a Ariadna en una isla y ésta se casa con Dionisio con quién tiene cuatro hijos).

Se suele aceptar que la Economía es una «ciencia menor, aburrida y triste», apenas algo más que ideologías y dogmas disimulados tras fórmulas matemáticas, estadísticas y pseudo-teóricas que terminan ignorando la realidad y conformando un lenguaje y un discurso específico sobre ella. Sin embargo, en ese sentido la economía ortodoxa no tiene nada que envidiarle a la mitología griega con sus dioses -como el mercado y el dinero-, sus panteones -como el FMI y el Banco Mundial- y sus relatos sobrenaturales -como el déficit cero y el acabar con la inflación y la pobreza de Macri.

El menú económico argento

En Argentina el tema económico es cotidiano, central y despierta grietas, pasiones y ofuscamientos. Los precios, el dólar, la tasa de interés, los impuestos, la corrupción del poder, las leliq´s y, siempre, la deuda, forman parte activa del menú coloquial argento.

Guste o no, el principal mensaje de la economía occidental es que «todo es dinero, nada es gratis». Y la trampa de la deuda y la necesidad de su pago es parte del mensaje. Por dos motivos al menos: hay que hacer frente a los intereses y existen condicionalidades.

Los intereses vienen torturando las cuentas públicas y privadas. Según el CIPPEC en su informe «GPS del Estado, radiografía y balance de la administración pública nacional 2015-2019», con el macrismo los servicios de la deuda pasaron del 8% sobre el gasto de la Administración Pública Nacional al 18%. Más que se duplicaron. En cambio, el gasto social apenas creció (pasó del 60% al 63%).

El agobio alcanza a las empresas (que dedican promedio el 15% de sus ingresos brutos al pago de amortizaciones, intereses y gastos financieros) y a las familias (con una incidencia del 10% entre bancos y tarjetas).

Las condicionalidades son enemigas de la independencia económica y, por ende, del bienestar de los pueblos. A los Estados se les exige que deben ajustar sus cuentas fiscales y tender al déficit cero relegando el empleo; a las PYMES que cedan sus activos a altos costos y se olviden de la productividad real; a las familias que paguen el mínimo de la tarjeta y comprometan los bienes personales de sus integrantes. La deuda es un requerimiento global.

 

La deuda no es invento argentino

Claro que la deuda no es un invento argentino. La actualización de la deuda mundial total (pública más privada según datos oficiales del FMI) era de u$ 188 billones a finales de 2018, es decir, u$ 3 billones más que en 2017 (ese crecimiento de la deuda mundial equivale a más de seis veces el PBI de Argentina). La relación deuda/PIB media a escala mundial (ponderada en función del PIB de cada país) aumentó a 226% en 2018. Como debemos algo más del 110% del PBI, !todavía podríamos duplicar esa deuda para alcanzar al promedio de la economía mundial! No estamos lo suficientemente endeudados.

Como referencia, el coeficiente de endeudamiento total de China llegó al 258% del PIB al final de 2018. Es decir, igual que el de Estados Unidos y no muy alejado del promedio de las economías avanzadas, que es de 265%.

Nuestra Ariadna, la historia, puede identificar algunos hitos en el hilo mágico de la deuda:

En su origen fue el imperio inglés

La Baring Brothers & Co de Londres, en 1824 con el empréstito de un millón de libras esterlinas (£) a la provincia de Buenos Aires para obras de aguas corrientes y desagües pluviales y mejoras en el puerto. Entre intereses adelantados y comisiones a intermediarios sólo llegaron £ 540.000.-. Se empeñaron bienes, rentas y tierras como garantía de pago. La deuda no se usó para obras, sino para importar mercancías inglesas y cubrir el déficit inflacionario del Banco de descuentos a tasas más bajas que las que se pagaban a la Baring.

Los servicios de la deuda equivalían al 120% de la recaudación y el déficit triplicaba a ésta. La cancelación de la obligación pudo concretarse recién en 1947 con el gobierno del Gral. Perón y las sumas abonadas a lo largo de los años llegaron a superar ocho veces el importe recibido.

Argentina iniciaba su romance con la deuda.

Eligiendo la madama

Argentina ingresó al FMI en 1956 tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón, quien impulsaba la necesidad de la independencia económica. El gobierno militar de Aramburu inicia la dependencia financiera y desarrolla una política exterior para alinearse a los Estados Unidos.

El FMI otorga al país un crédito de u$ 75 millones -al que se adicionan préstamos de bancos y empresas norteamericanas por u$ 180M, con lo que se inicia una cadena de préstamos que se perpetúa en el tiempo.

Argentina opta por el camino de la deuda.

Las armas que confían en la deuda

Durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983), el monto de la deuda creció a una tasa acumulativa del 70% anual y se quintuplicó pasando de u$ 7.800 millones a u$ 43.600 millones. En tanto, no se registró crecimiento del PBI. Esa política de valorización financiera acentuó la fuga de capitales, facilitó la compra de armas, justificó altas comisiones por las negociaciones para contraer deuda y permitió la estatización de la deuda privada. Ese ambiente delineó el término «patria financiera».

Martínez de Hoz alentó el endeudamiento externo de las empresas a tasas bajas, para luego valorizar esos fondos en un proceso de plata dulce: la «bicicleta financiera». Los bancos internacionales ofrecían créditos a una tasa de interés menor al 6% que a comienzos de los ochenta subió a más del 16% debido a cambios en la economía mundial. Posteriormente, el estado nacional se hizo cargo de la deuda externa privada comprometiendo al conjunto de la sociedad argentina.

Argentina convive y procrea la deuda.

La democracia que ama la deuda

Argentina se siguió endeudando en el gobierno de Alfonsín (1983-1989) para cubrir desequilibrios en sus cuentas fiscales y en la balanza comercial. La deuda de u$ 45mM a u$ 65mM sin mejoras en las variables económicas del país.

La etapa se conoce como década de la crisis de la deuda. Afectó a los principales países deudores y nació con la interrupción de pagos de México en 1982, seguido por Argentina y Brasil.

Los organismos internacionales advirtieron que el incumplimiento de los países endeudados generaba un riesgo significativo para los bancos de los países acreedores. Los planes de ajustes recesivos habían fracasado. Los economistas planteaban un debate: se trataba de problema transitorio de iliquidez o un tema estructural de insolvencia. Las soluciones diferían, pero las ideas neoliberales instalaron la necesidad de reformas de largo plazo con apertura a los mercados internacionales en los que los países centrales (acreedores) imponían condiciones de desarrollo a los países periféricos (deudores).

Argentina legaliza su relación con la deuda y acepta su condicionalidad globalizada.

El oxímoron del «populismo neoliberal»: con la deuda a la cabeza o con la cabeza de los deudores.

La década del ’90 -gobierno de Menem- marcó un ciclo financiero que triplicó el endeudamiento del 31 por ciento del PBI al 56 por ciento en el 2001, sin mejoras en los indicadores socioeconómicos. La deuda pasa de u$ 65 mil a más de u$ 150 mil millones de dólares.

Con la convertibilidad ($ 1.- = u$s 1.-) se consolidó el ciclo de valorización financiera iniciado en 1976 al compás del aumento del endeudamiento. Los dólares fugados retornaron para la privatización de empresas públicas como repatriación de capitales. Las ganancias extraordinarias en dólares fueron garantidas por la desregulación y giradas al exterior. Ese saldo negativo en la balanza de pagos y el endeudamiento generó más egresos por los pagos y servicios de la deuda produciéndose un cuello de botella financiero.

La estrategia, iniciada en la dictadura y consolidada en la democracia, consistió en contraer deuda externa y lograr fondos que se valoricen. Esa operación la canalizaban grupos económicos y empresas transnacionales y fue posible por la diferencia de las tasas internas respecto de las internacionales. La apropiación de esos beneficios por el capital concentrado la pagaba la población. Se suma a ello la transferencia directa de activos mediante la privatización de empresas públicas tras una larga campaña de desprestigio de estas.

El endeudamiento de la última dictadura y los años noventa tuvo como finalidad capitalizar a los grupos económicos concentrados, generando una importante privatización y extranjerización de la economía.

La deuda en Argentina se fuga y se hace promiscua.

El desafío de desendeudar: un flaco contra la corriente.

Néstor Kirchner (2002-2007) inició una política financiera anticíclica a partir de las mejoras en los precios de los commodities. Canceló la deuda con el FMI y liberó al país de las condicionalidades imperantes. Se inicia una alternativa de independencia económica, un ciclo denominado «vivir con lo nuestro» (Ferrer, 1983).

Cristina (2007-2015) continúa esa política. El porcentaje de la Deuda en el PBI era de 139,5% en 2003 y en 2015 (último dato oficial disponible), de 45,6 por ciento.

La deuda en Argentina sale del escenario.

El padre putativo de la criatura: procrear fondos buitres para no abortar la deuda.

El gobierno neoliberal de Macri (2015-2019) adopta el endeudamiento como fórmula para cubrir su déficit y permitir la fuga de capitales. Argentina se transforma en el país más endeudado de la región. Según los datos ajustados de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la proporción de la deuda pública argentina alcanzó el 97,7% del PBI a mediados del 2019, cuando en 2015 el porcentaje era del 45,6%.

No sólo eso. Reconoce y paga los saldos de los fondos buitres instalando una seria limitación a las negociaciones del futuro. La trampa ha dado resultados.

Argentina se entrampa en la deuda inacabable.

La convivencia de la deuda y su pago con los populismos -principalmente para el peronismo- es traumática y contradictoria. Combatiendo al capital tiene que reconocer la necesidad de capitales del exterior y la actual dependencia de la deuda. El vivir con lo nuestro se hace difícil en el contexto dependiente de la financierización. Los capitales tienen allanado el camino legal en jurisdicción extranjera. La deuda es un instrumento del gobierno de los mercados y los reformismos se hacen insuficientes. La población empezará a sentir los efectos del ajuste sin una reducción de la deuda y sus intereses.

En un país en recesión pagar la deuda implica un simulacro, hacer como que pagamos, aunque mientras tanto se reduzcan la asistencia social, las jubilaciones y las expectativas de desarrollo -inclusive los niveles salariales. Si no se logra el trípode mágico (quitas de la deuda, reprogramación de vencimientos y baja de la tasa de interés) habrá que adecuarse a una verdadera economía de guerra con niveles de austeridad fiscal, empresarial y familiar que pueden cuestionar la viabilidad democrática. Y abrir el camino al retorno de lamentables experiencias neoliberales.