gray pencil and triangular ruler on brown wooden surface
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Es posible que Euclides y otros, él fue quien lo expresó pero no necesariamente el primero (en realidad todos somos simples escalones con mayor o menor brillo que nos destaque), como dijeron muchos siempre estamos parados sobre los hombros del que vino antes y nos dio la información previa y necesaria para el descubrimiento o para el invento; en resumen, ellos miraron la realidad tomando puntos de referencia que les permitieran comparar un paisaje con otro. 

Tuvieron la capacidad de imaginar a partir de puntos de referencia lo parecidas o diferentes que eran las cosas que podían ver en la realidad objetiva y también en su imaginación, inauguraron una correspondencia gráfica de la que pudieron dejar testimonio. Fueron capaces de delimitar el ancho, el largo y el alto y también la profundidad de las cosas, por añadidura el arriba y el abajo; después los cartógrafos nos dijeron que el norte estaba arriba y el sur abajo, símbolos que aún perduran en el diseño de la realidad geopolítica. 

Cómo no podía ser de otra manera también expresaron la simetría y la asimetría. Estos conceptos resultan particularmente importantes para observar, más allá de lo que consideremos la realidad objetiva, que las interacciones en las conductas humanas también permiten observar simetrías y asimetrías. 

Quizá, en los inicios de la humanidad se hayan dado los tiempos de mayor simetría social, posiblemente porque también hubo en esos momentos simetría económica. Tal vez en los tiempos de cazadores recolectores o en comunidades que no tenían el concepto de propiedad de la tierra, ya que ella estaba allí desde antes que ellos llegaran. Algunos antropólogos han podido observar en la economía de tribus que persistieron con ese modo de supervivencia  hasta épocas recientes, que esa simetría se mantuvo. 

Me resulta inevitable recordar el opúsculo de Juan Jacobo Rousseau publicado en 1755 donde habla sobre el origen de la desigualdad de los hombres y plantea que ‘nadie debe ser tan rico como para poder comprar a otro ni nadie tan pobre como para tener que venderse’. También plantea la desigualdad a partir de la propiedad al referirse a la riqueza. Ocurre que cuando las comunidades como fruto de su progreso artesanal y económico, haya sido este merced a la agricultura o al pastoreo, comenzaron a tener excedentes de producción, los más violentos se apropiaron de esa producción en detrimento del resto de la comunidad provocando la mayor asimetría social, la concentración del poder económico en pocas manos.  

El ejercicio del poder por una minoría dominante y todo lo que de él deriva está signado por asimetrías, es más, podría decirse que el poder en manos de una clase dominante es la asimetría por antonomasia. 

Pero el poder no se ha ejercido sólo desde la violencia, si bien se ejerció en principio a través de bandas armadas que seguían a líderes, devenidas luego en ejércitos, secundariamente lo ha hecho desde la economía como consecuencia de la apropiación de lo que inicialmente era comunitario. Estas son las formas objetivas de ejercerlo, pero también se lo ejerce desde la subjetividad, a través de la apropiación por parte de los grupos dominantes del misticismo propio de los humanos ante la incertidumbre. 

Así ante la incertidumbre generada por el día y la noche y por los fenómenos naturales los humanos buscaron explicaciones místicas, ya que nada tranquiliza más a los seres humanos que tener un porqué para todas las cosas, para cada fenómeno.

¡Qué decir entonces ante el interrogante más terrorífico, la muerte! El sector dominante se adueñó entonces del misterio y reclamó ser el intermediario entre los dioses y los humanos cuando no su exclusivo representante, no trepidando inclusive en algunas culturas en reclamar la condición de dioses. 

Entendiendo que las relaciones entre los seres humanos son transaccionales, comenzando por el intercambio de gestos, desde la sonrisa al gruñido, la clase dominante que se adjudicaba la representación de los dioses hizo entender al resto que para pedir algo a los dioses había que darles otro algo a cambio, naciendo así el concepto de sacrificio, el sacrificio exigido para acompañar una promesa de mejoría o para agradecer algo que los representantes de los dioses teóricamente hubiesen conseguido para la comunidad. Esta herramienta de los que ejercen el poder, la voluntad sacrificial, ha logrado a través de la historia colonizar las conciencias de los seres humanos, generando la convicción de que siempre estamos en deuda y tenemos algo que pagar, y la manera de honrar esa deuda es a través del sacrificio; por supuesto, los sectores dominantes como representantes de los dioses serán los administradores del ese sacrificio.

Siempre existe el riesgo de que los corderos sacrificiales se rebelen al no soportar la presión constante de los que dominan, que cuestionen esa asimetría. Como un método de control y tranquilidad para las mayorías aparecen las pretendidas simetrías enunciadas y anunciadas por el poder que son solo eso, pretendidas, para conformar a las mayorías; rituales que recuerdan el concepto romano de pan y circo, válvulas de escape de la frustración social, permisos para la pasión; alguien alguna vez las llamó misas paganas.

La utilidad particular de los ritos posiblemente esté en la búsqueda de la simetría. La simetría que nos contiene y nos conforta, la simetría que nos espeja y nos garantiza la empatía del otro, un otro, que comprenderá nuestro dolor y nuestra alegría. Pero así como un cuchillo puede ser un utensilio de cocina o un arma según el uso que se le de, esta ritualidad puede tener una doble lectura; ser una válvula de escape para la angustia social del oprimido, y a la vez una ilusión de simetría, y ser las migajas que se dan al mendigo para que no moleste al opresor. 

Recordemos la canción de Serrat con su potente poesía: En la noche de San Juan todos comparten su pan, su mujer y su gabán, hombres de cien mil raleas … Pero al final: Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, que cada uno es cada cual…la zorra rica al rosal, la zorra pobre al portal y el avaro a sus divisas. Vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas. 

Capítulo aparte merecen los ritos privativos de los oprimidos, totalmente ajenos al opresor, en donde se hermana y se espeja al semejante y se elaboran sueños y proyectos comunes, en donde la búsqueda está en encolumnar el deseo de todos y a veces, solo a veces, el grito de dolor es capaz de convertirse en grito de batalla.

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