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El modelo económico del peronismo histórico se aplicó de 1945 a 1955 (10 años) y en el regreso de Perón, de 1973 a 1974 (2 años) cuando el ministro de Economía fue José Ber Gelbard. El gobierno K (tres mandatos de cuatro años cada uno, de 2003 a 2015, que suman otros 12 años) se pueden agregar a los doce anteriores, alcanzando a 24 años, el 32,4% o alrededor de sólo la tercera parte de los años que el liberalismo marca como generadores de la inflación y de abandono del paraíso perdido del período de la grandeza apoyada en la economía primaria.

Los dos tercios de ese período, por lo tanto, estuvieron ocupados por el liberalismo criollo. Así sucedió en los 18 años de proscripción del peronismo (1955 a 1973), durante el rodrigazo instaurado a la muerte de Perón y a la salida de Gelbard de la dirección de la economía (1975), a la dictadura militar con el modelo impuesto por Martínez de Hoz (1976 a 1983) y seguido por la democracia con Sourrouile y Canitrot en el período de Alfonsín, que terminó con la hiperinflación de 1989.

También en los dos períodos de Menem, de seis y cuatro años, que transcurrieron de 1989 a 1999 en que se impuso la política económica de Domingo Cavallo en circunstancias completamente novedosas, su continuación con De La Rúa (2000 y 2001) que profundizó el ajuste de Menem y llevaron a la crisis de 2001 y 2002, que condujo a la elección que elevó a la presidencia a Néstor Kirchner y a su continuación en los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner, que trataron de actualizar el desarrollo de la industria y del mercado interno propios del peronismo histórico. Así que lo predominante ocurrió en los famosos setenta u ochenta años no fue la política económica del peronismo sino la del liberalismo, de las que surgieron las grandes crisis locales de la segunda mitad del siglo pasado.

Lo que sucedió es que el peronismo impuso un modelo que no pudo ser completamente erradicado, aunque sí desarmado.

Ese proceso nunca pudo completarse porque siempre desembocó en grandes crisis, y eso es lo que va camino de repetirse en la actualidad, cuatro años después de finalizado el mandato del último gobierno peronista. Así como el primer peronismo estuvo marcado por una reacción a la crisis de los años treinta, en 2008 la gran crisis financiera internacional terminó con el crecimiento continuado del primer decenio del siglo e inauguró las dificultades siguientes, que nunca pudieron ser remontadas.

Por lo tanto, lo que hay que analizar es el contenido del modelo del peronismo histórico, que es el estado de bienestar propio de los países industrializados de la posguerra, que sólo podría tener lugar a través de la industrialización. El proyecto de Perón fue precisamente industrialización y desarrollo capitalista basado en el estado de bienestar.

El intento de clausurar ese modelo que llevó a cabo el liberalismo local y su viejo régimen asentado en la economía primaria exportadora ya estaba imposibilitado por la crisis mundial de los años treinta, que terminó inaugurando el proteccionismo agrario europeo como componente del estado de bienestar del continente.

Al no poder desarrollar plenamente el agro, el modelo liberal tradicional criollo fue renovado por otras actividades que canalizaron los excedentes que podían dirigirse del desarrollo industrial a otras actividades: inmobiliaria, comercial y financiera y más recientemente a los servicios, que captaron una renta extraordinaria y creciente que, como no está dirigida al reciclaje interno, contiene un excedente exportador para ahorrar o invertir en dólares y que constituye una fuga de capitales que se hizo relativamente masiva, pues llega a abarcar a unas 900.000 personas en la actualidad, que representan no más del 2% de la población y que, a juicio del círculo rojo,  detenta la mayor fuga,  que hay que limitar y que representa a la cúspide de la pirámide social que detenta el poder económico.

Esto significa que  debe desaparecer, como ya lo hizo, el estado de bienestar que generan los salarios,que imperó durante un largo período a partir de la posguerra. Desaparecer no porque fuera imposible de sostenerlos (con un desarrollo que posibilita una productividad en alza en todo el mundo), sino porque la tendencia universal a la acumulación financiera retrae los ingresos sociales redistribuidos por la renta, al estar despojada de un fundamento productivo, como lo tiene la actividad industrial.

Este fenómeno, de carácter generalizado y que se encuentra en crisis, tiene consecuencias mucho más graves en los países no plenamente desarrollados, que se caracterizan por su retraso industrial, que es lo que ocurre en la Argentina.

Esa es, en definitiva, el modelo que trata de imponer el liberalismo criollo, pero no tiene lugar en el proteccionismo estadounidense del presidente Trump. No tiene lugar allí porque en el mundo se está librando una guerra económica para definir quién puede escalar posiciones y definir el curso hacia la nueva revolución industrial en marcha, que –según los resultados- posibilitará un nuevo  y más pleno estado de bienestar o perpetuará una brecha social que sólo se podrá superar si se cuenta con una economía productiva e industrializada capaz de absorber el desarrollo tecnológico y no volver al pretendido paraíso perdido en la crisis de los años treinta con la especialización primaria.

Esa parece ser la verdadera brecha que existe entre el proyecto de Cambiemos y los intentos de reindustrializar, aunque estos intentos sólo podrán ser exitosos si se encaminan de manera coherente con las nuevas exigencias tecnológicas.