El concepto de arquitectura -en la que lo mental y lo social coinciden en la práctica- es interesante y necesario para entender el mundo. Al menos el mundo en el que interviene la acción humana. La arquitectura de la naturaleza, en cambio, forma parte de la mística religiosa que tiene interés en reverenciar más que en comprender.

Arquitectura tiene que ver con el pensar apriori de los hechos y con las formas de los contenidos, con los espacios y su distribución; con la construcción y su diseño y con el poder y su aplicación. En su etimología griega deviene del que “manda a los que construyen”. En política, la arquitectura son los planos del poder. Incluso en la democracia, la república es un esbozo arquitectónico que divide los poderes en base a funciones: el que decide, el que ejecuta y el que califica. Una suerte de imaginación que se hace operativa en las formalidades jurídicas de las constituciones, los códigos, las leyes y todo el andamiaje burocrático ejecutivo y de control que se empecina en organizar la vida humana.

Existe una arquitectura política que diseña la estructura lógica del sistema de administración política de los pueblos. Si no hay una estructura socio-lógica, no hay un sistema político dado que los seres humanos no son agentes libres capaces de remodelarse como les parezca.

Parafraseando, desde una mirada nacional y popular, solemos decir que somos arquitectos (originalmente artífices) de nuestro propio destino. Al menos lo mantenemos como utopía necesaria. Por ejemplo, la comunidad organizada de Perón es una arquitectura de la sociedad cercana que nos ayuda a proyectar unos objetivos políticos. Y a luchar por ellos con convencimiento.

La arquitectura es, entonces, un ejercicio de poder. Organiza quien detenta el poder de decidir, planifica quien tiene poder de futuro, articula quien detenta el poder de sujetar las partes, ejecuta quien tiene poder de acción.

La arquitectura política se ocupa no sólo del espacio situacional del país, sino del espacio social, que es un producto de la sociedad, ideológico y sapiencial. Por eso cuando mencionamos el concepto, derivamos en poder. La arquitectura deriva del poder. Y hay una dimensión que queremos destacar: la gobernabilidad es una deriva de la arquitectura política. Si los planos son ineficientes los edificios son inestables.

En nuestro mundo globalizado, la arquitectura -y por ende la gobernabilidad- es global.
Se basa en un trípode de principios: *el capital y el beneficio del patrono, es decir, de la burguesía (los pilares del sistema capitalista); *la propiedad del suelo con las múltiples rentas (que proporcionan el subsuelo, el agua, el terreno edificación, etc) (el estudio de suelos de la sociedad) y *el trabajo con el salario correspondiente, que va ir parar a manos de los trabajadores (la dinámica del proyecto social). Se suele designar como sociedad burocrática de consumo dirigido al actual diseño de la civilización occidental.

La globalización ha dado un contexto multidimensional a la arquitectura política, ha transformado en obsoleta la soberanía y ha sujetado la planificación a unos límites delineados por el poder.

De todas esas dimensiones (culturales, sociales, económicas, comerciales, jurídicas, artísticas) la financiera es la que permea todo el continente de la globalización.
Un ejemplo de arquitectura financiera en Argentina es la convertibilidad -que comenzó a regir en abril de 1991 tras su aprobación en el Parlamento- y establecía una paridad fija del peso argentino al dólar estadounidense. Los planos -alabados como arquetipo de solución por la ideología neoliberal de un gobierno mimetizado como peronista, nacional y popular- presentaron un diseño socioeconómico que explotó a inicios de 2002 con una mega devaluación oficial del 40%, la pesificación de los ahorros en dólares y la relación peso/dólar se incrementó́ en más del 250%, lo cual desencadenó un inmediato proceso inflacionario de envergadura, con una importante devaluación real.
Podemos afirmar que la globalización es -esencialmente- un hecho financiero.
Y que su arquitectura se presenta bajo la forma de financierización: la razón financiera de las monedas y los medios de pago e inversión especulativa prevalece en la cadena decisional de la economía mundial, y el progresivo desacople entre el sector real y financiero es un rasgo distintivo del desarrollo capitalista desde hace cincuenta años.

Este fenómeno, conocido como financierización, cobró relevancia en la década de 1980 a raíz de la sucesión de crisis financieras originadas en la deuda externa pública con la banca privada internacional y que se desataron en distintos países en desarrollo, especialmente en América Latina.

Nota:
Nuestra pretensión (siempre los a priori son meras pretensiones) es iniciar una serie de reflexiones breves sobre la arquitectura financiera internacional. Para el debate y las contradicciones. No sólo de sus contenidos descriptivos sino analíticos, el poder detrás de la organización del sistema socioeconómico. Por eso elegimos la palabra “arquitectura”, para mirar los planos, porque detrás de ellos y su construcción anida no sólo lo que es, sino lo que se espera que sea. Los planos en la arquitectura y los planes en la economía no son inocentes, esconden, ocultan, difuman, disimulan las estructuras del poder real que hay que reconocer para comprender. Y es necesario comprender para cambiar la realidad.