En 1962 el antropólogo Claude Lévi-Strauss planteó que el pensamiento primitivo y elemental no estaba en las antípodas del conocimiento científico. Sostuvo -y acreditó- que se encontraban en coexistencia, que ambos son iguales de complejos y que presentan una lógica propia. La diferencia es que el pensamiento salvaje se esfuerza por «acortar caminos eliminando complejidades», no se detiene en cuestionar a fin de conseguir con premura una interpretación, aunque fuere errónea. Es una suerte de pensamiento de acción que se diferencia del pensamiento científico dado que este somete las categorizaciones y sistematizaciones de la realidad a un proceso de domesticación (la validación empírica).

Lo interesante de su estudio es que ambos pensamientos coexisten en un espacio común: la vida en sociedad.

Esa urgencia por la interpretación le permitió hacer una analogía del pensamiento salvaje con el bricoleur (término francés que se refiere al trabajador manual consistente en armar, pegar, desarmar, remendar, unir piezas). En ese sentido, el pensamiento salvaje responde a lo que está haciendo con lo que tiene o puede disponer. No es un pensamiento problematizador, mucho menos crítico, sino adaptativo de fragmentos de un mundo disperso en el que ya no nos encontramos, de ahí que su derivación final sea el mito, que responde a una realidad inexistente.

El bricoleur aplica una estrategia epistemológica que pretende estructurar de manera ordenada lo caótica que puede resultar la naturaleza. No se trata de elaborar estructuras a partir de hechos sistémicos, sino de partir de fragmentos de estructuras preexistentes que respondían a un mundo pasado y que sirven para crear taxonomías nuevas. El hombre, ante la naturaleza y la sociedad, intenta estructurarlas partiendo de los restos de una estructura anterior. De esta manera, los elementos estructurales nunca se desechan, sino que «se conservan en razón del principio de que «de algo habrán de servir».

Las permanentes referencias históricas erróneas de Milei (como «Argentina potencia mundial en 1930») pueden verse en este contexto. Milei -como otros teóricos anarcocapitalistas- «arman» el pensamiento mítico como un claro ejemplo de bricolage ya que construye sus palacios ideológicos con los escombros de un antiguo discurso social. Trozos, testimonios fósiles de la historia de un individuo o de una sociedad. En ese sentido, el pensamiento salvaje construye ideologías.

Lévi-Strauss enseña que el «pensamiento salvaje» no es el pensamiento propio de las «sociedades salvajes», sino cualquier pensamiento actual que establece clasificaciones sobre la naturaleza y la sociedad sin someterlas a los imperativos de domesticación. Es por ello que se apoya en los análisis etnológicos del totemismo para resolver el problema de la «mentalidad primitiva».

Por eso el pensamiento salvaje es una forma distinta de pensar, de categorizar, de sistematizar, de proyectar y nutre al sentido común neoliberal. Convence antes de justificar. Se convierte en dogma antes de entender la realidad problemática y constatarla. Propone y sostiene mitos antes de desarrollar métodos. Y se presenta como verdad revelada. Es una suerte de reduccionismo ideológico.

Sus mitos son remiendos de viejas creencias intuitivas básicas. «Mientras el pensamiento científico crea acontecimientos a través de una estructura teórica, el pensamiento salvaje crea esa estructura a través de los acontecimientos», advierte Lévi-Strauss. El meteorólogo puede predecir la probabilidad de si esta tarde lloverá o no, en tanto que el tiempero (persona que supuestamente puede provocar lluvias o vientos), por más que intente manipular los elementos climáticos mediante rituales y oraciones, es improbable que provoque la lluvia. Pero ambas maneras de pensamiento, el científico como el salvaje, obran como formas de poner en estructura el mundo y conviven en la sociedad, uno junto al otro, y tratan de interpretar y modificar la naturaleza.

En ese sentido, el pensamiento salvaje es muy similar a las pseudociencias y resulta creíble incluso para personas con estudios universitarios; al emplear una serie de razonamientos y conclusiones abstrusas otorgan verosimilitud a sus dichos. Mientras las supersticiones y otras creencias irracionales son fácilmente detectables y descartadas por alguien con una preparación básica, las pseudociencias y otras formas de expresión del pensamiento salvaje gozan de prestigio aún en los ambientes universitarios. Por eso la importancia universitaria de formar y promover el pensamiento crítico.

El neoliberalismo en general y el anarcocapitalismo en particular, encuadran en la concepción de pensamiento salvaje puestos al servicio de una ideología finalista del poder. Presentan un bricolage de partes de la realidad para convencer a través del armado de ideas adecuadas a sus intereses. Como niegan la existencia de la Sociedad, las acciones de los individuos facilitan ese bricolage y permiten el armado de un conjunto interesado a priori.

El pensamiento neoliberal se cristaliza en sus políticas de desregulación económica, de ajuste fiscal y de restricción de las protecciones sociales. La desregulación se soporta en la idea de que el Estado no debe formular normas que interfieran en las libres determinaciones de los individuos. El ajuste fiscal obedece a la concepción de que el Estado debe ser mínimo o desaparecer. Las protecciones sociales -que implican afectación de recursos comunes- se piensan como una aberración causal de la limitación de la libertad.

Sin embargo, los programas políticos del neoliberalismo no quedan limitados a la mera desregulación de los mercados, la privatización de las empresas públicas y el desguace del Estado. Es mucho, mucho más como recitaba Margaret Thatcher en su frase enigmática: «Economics are the method.The object is the change of soul» («La economía es el método. El objetivo es cambiar el alma», 3 de mayo de 1981 en el Sunday Times). El neoliberalismo es una religión de base económica cuyos dogmas son construidos por el pensamiento salvaje y se internalizan en el sentido común.

La batalla cultural implica el debate entre ambos tipos de pensamiento. La emergencia de una tercera vía no parece haber encontrado adeptos en su desarrollo. O nos inclinamos por la visión científica probada en los desarrollos tecnológicos y metodológicos de la actualidad, o nos refugiamos en el pensamiento salvaje de las creencias no probadas.

Los riesgos sociales de esta última opción son infinitos.

 

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