Lo privado y lo público conforman hoy un par dialéctico de debate en el mundo. Y en particular en Argentina. La irrupción de posicionamientos partidarios autodefinidos como anarcocapitalismos pone sobre el tapete este debate y lo presenta de una manera casi bizarra. Encierra una concepción originaria sobre la génesis humana: el individuo o la especie. Y obliga a la política a incluirla en su agenda permanente.
Privado o público son expresiones derivadas del proceso de hacer propios los bienes y servicios sean naturales o producidos. Lo que se debate es la propiedad común, participada o individual, que no es -en definitiva- sino la titularidad del control que mantiene el ser humano sobre la realidad natural y artificial.
En economía y ciencias sociales, propiedad nos lleva a dominio absoluto y exclusivo, a patrimonio, al derecho de apropiarse y proviene del latín proprietas que es la cualidad de ser para uno mismo. Es un término antropocéntrico por excelencia, que se relaciona con la supremacía humana en la naturaleza. La propiedad genera poder y es fundante como derecho individual esencial del sistema económico capitalista.
Podríamos afirmar que la propiedad privada y el poder en pleno tienen una relación y retroalimentación completa y trascendente, cuasi absoluta, que da la base para entender los mecanismos de control. El Estado emerge para tutelar el derecho a la propiedad privada como base del capitalismo liberal occidental.
Mario Bunge (1919-2020) fue un destacado epistemólogo y físico-matemático argentino. Controversial en sus posiciones políticas y crítico en su cosmovisión científica. Denostó al peronismo con tanta pasión como lo entendió en las últimas etapas de su vida. «Menem no fue peronista; Kirchner, sí» admite en Perfil 29-2-2020; «quien no entiende al peronismo no entiende el país» afirma en La Nación 21-3-2010.
Empirista sistémico a ultranza, demuestra que el neoliberalismo es una estafa intelectual, anticientífica y que lleva a los pueblos a la pobreza.
De su profusa producción rescatamos esta ironía que estimamos pertinente al debate actual en la Argentina.
La privatizacion total
Mario Bunge, Cápsulas, mayo 2003, Gedisa, Barcelona.
La década de Reagan y Thatcher vio el comienzo de la privatización masiva de empresas del Estado y servicios públicos en casi todos los países. En Estados Unidos y en Argentina aparecieron las primeras cárceles privadas, y en partes del Reino Unido se privatizo el servicio de aguas corrientes. ¿Por qué no seguir la corriente hasta llegar a privatizarlo todo? De este modo daríamos libre curso a la iniciativa privada y dejaríamos de pagar impuestos y de lidiar con burocracias estatales. A continuación imaginaremos algunas privatizaciones posibles.
Se privatiza el servicio exterior. Las embajadas se venden al mejor postor, quien presumiblemente será un hombre de negocios tan emprendedor como vanidoso. Hay precedentes: es notorio que algunas embajadas norteamericanas se asignan a generosos donantes al fondo electoral del partido gobernante.
Para costearse, las embajadas se abren al público y ofrecen servicios varios, en particular espectáculos por los que cobran el ingreso. Algunas funcionan en plazas de toros. El personal viste de torero o banderillero, e intercala un «ole» en cada frase. Otras embajadas ofrecen carreras de perros o riñas de gallos. Las francesas son restaurantes de cuatro o cinco estrellas. El embajador galo viste de maitre, el encargado de negocios de sommelier, los demás funcionarios trabajan de camareros, y todos se hacen llamar «Excelencia».
Las embajadas norteamericanas ofrecen servicios de ejecución en silla eléctrica, en ambientes con aire acondicionado y con muzak. Las embajadas japonesas son hoteles para hombres de negocios, atendidos por bellas geishas que sirven te verde con sake. En ciertas embajadas se juega a los desaparecidos, entretenimiento favorecido por los herederos de grandes fortunas. En otras se juega a la caza del hereje o del jesuita, del intelectual o del palestino, según las inclinaciones políticas del embajador. Todo el personal diplomático hace uso y abuso de la valija diplomática para negocios, al punto de que las acciones de los servicios exteriores se cotizan en la bolsa de valores.
Los tribunales han sido privatizados. Están en manos de tres oligopolios: civil, de comercio y penal. Usted lleva su pleito a la empresa judicial que corresponde, digamos Civil S. A. En la recepción encuentra un gran número de cubículos, en cada uno de los cuales hay un ordenador. Usted teclea el motivo de su presentación, sin necesidad de confiar sus datos personales. Al cabo de unos segundos la pantalla le informa cuanto debe pagar. Usted inserta su tarjeta de crédito, la que le es devuelta enseguida debidamente debitada.
A continuación la pantalla le informa, digamos, que, según el Código Civil (redactado por la propia compañía, por supuesto), su causa esta perdida de antemano. Sin embargo, usted la ganara con certeza si desembolsa la suma de tantos maravedíes. Usted sopesa las consecuencias posibles y adopta la decisión que más le conviene. O bien, usted tiene suerte y el aparato le informa: «Según el Código, su causa debiera ganar. Pero el pleito sería complicado, porque involucra a Penal S.A. Para ganarlo, usted deberá abonar la suma de tantos ducados.» Ya sabe usted a que atenerse.
En cualquiera de los casos, usted se ahorra esperas, abogados, procuradores, escribanos e incluso, en caso de pleitear en México, coyotes. También se ahorra usted, conflictos de conciencia, porque todo el mundo sabe que, gracias a la privatización, ya no se trata de exigir o eludir la justicia, sino de una mera transacción comercial. Las nociones de inocencia y culpabilidad han sido reemplazadas por las de solvencia e insolvencia.
Todos los hospitales han sido privatizados. El hacinamiento, la carencia y el desorden característicos de los hospitales públicos han quedado atrás, porque hay pocos pacientes, ya que los pobres no pueden pagar. La consigna, como en cualquier empresa privada, es «Eficiencia». Supongamos que usted se lastimo un dedo. Llegado a la gran rotonda de la entrada de Salud, S.A., ve que de ella parten radialmente varios corredores claramente señalizados. Usted toma el que pone «Extremidades anteriores». Al cabo de unos pasos usted se topa con una triple encrucijada: «Brazo», «Antebrazo» y «Mano». Ni tonto ni perezoso, usted enfila rápidamente por el tercer corredor. A poco de andar, otra encrucijada: «Muñeca», «Palma», y «Dedos». Nuevamente, usted elige sin titubear, al mismo tiempo que elogia en voz baja la magnífica organización. Al fondo del corredor que le corresponde, usted ve dos puertas: «Pacientes con tarjetas de crédito» y «Pacientes sin tarjeta de crédito». Usted, como pobre diablo o diabla que es, abre la segunda puerta y se encuentra en la acera.
Todo el proceso le ha insumido a lo sumo cinco minutos, según su estado de nutrición. Usted no ha debido llenar ningún formulario ni ha debido congraciarse con secretarias ni enfermeras, ni cruzarse con médicos de mirada amenazadora, ni pasar vergüenza por tener que confesar que todo provino de que metió el dedo en el ventilador. Usted sale con la convicción de que la salud pública goza de buena salud económica en manos privadas.
¿La privatización de las fuerzas armadas? Ya hay precedentes: los condottieri del Renacimiento y, en cierta medida, los ejércitos mercenarios de la actualidad. Para completar el proceso se venden los departamentos de defensa (antes llamados por su nombre: ministerios de guerra) a los empresarios más competentes e interesados: los fabricantes de armamentos. Se elimina así a ese intermediario incompetente, oneroso y a veces incapaz de comprender la necesidad de mantener viva la llama del conflicto internacional para asegurar la supervivencia de la industria de la muerte, a saber, el Estado.
La privatización de las fuerzas armadas no cambiaría radicalmente la suerte del ciudadano común, quien seguiría siendo carne de canon. Pero tendría consecuencias interesantes de otros tipos. Por ejemplo, las frágiles alianzas militares se convertirían en sólidas alianzas industriales. Las fronteras cambiarían al compás de los valores de las acciones de FF AA Krupp AG, FF AA General Dynamics, Inc., y otros benefactores. Los regimientos se comprarían y venderían como si fuesen meros equipos de fútbol o de hockey. Los pacifistas podríamos sonar con adquirir regimientos para enseñarles un oficio útil y obligarlos a asistir a seminarios de ética.
El lector ingenuo preguntara de dónde saldrían las ganancias de las fuerzas armadas privadas. La respuesta esta en los libros de historia medieval y renacentista: las fuentes de ganancia serían la conquista, el saqueo y el tributo. ¿Que eso no sería democrático? Es verdad, pero ¿cuándo se ha consultado al electorado para averiguar si esta dispuesto a ir a la guerra? ¿Que no habría seguridad nacional? Es verdad, pero eso se debería a que las naciones se convertirían en territorios de las FF AA. Además, seamos realistas: ¿que seguridad tenemos hoy, amenazados como estamos por armas nucleares y bacteriológicas, y por gobiernos ávidos de ampliar sus esferas de influencia? ¿Que volveríamos al caos que sucedió a la caída del Imperio Romano de Occidente? Improbable: las FF AA llegarían a acuerdos para garantir el orden interno aun en medio de la sana competencia internacional por nuestras vidas.
Las fuerzas policiales serían empresas privadas al estilo de la célebre compañía Pinkerton, otrora especializada en romper huelgas usando el método más eficaz, que es romper cráneos de huelguistas. Tendrían mayor incentivo para cazar delincuentes, ya que se los podrían vender a los tribunales privados, los que a su vez los venderían a las empresas carcelarias. ¿Que la privatización de la policía la haría susceptible de corrupción? Calumnia: la corrupción ya existe. Es sabido que el ejercicio del poder sin control democrático corrompe. Pero ¿desde cuándo los cuerpos policiales han sido sometidos a control democrático?
¿Que ocurriría con las obras públicas? Evidentemente, se convertirían en obras privadas. Peatones y automovilistas pagarían peaje para utilizar no sólo caminos y puentes, sino también calles y aceras. (En Estados Unidos ya hay calles privadas, por cierto muy bien atendidas.) Los parques y jardines botánicos y zoológicos se venderían a empresas constructoras o de aparcamiento. Los que quedasen serian convertidos en clubes privados. Las playas se venderían en bloques o parcelas. Los museos de arte se convertirían en colecciones privadas, depositadas casi todas en cajas fuertes bancarias, con lo que se evitarían los robos. Los museos restantes cobrarían gruesas sumas por el ingreso. Dado el poco interés actual por la historia, los museos históricos pasarían a la historia. (Una historia que nadie se molestaría en escribir.)
Dejo a la imaginación del lector lo que sucedería con la privatización de parlamentos, bancos centrales, aduanas y otros organismos. Es presumible que, con un poco de imaginación y otro poco de audacia, la mayoría de ellos podrían convertirse en provechosas empresas privadas.
El único problema que le veo a la privatización total es el siguiente. Con cada privatización el Estado se achicaría al mismo tiempo que se enriquecería. Al final del proceso sólo quedaría un funcionario, pero este controlaría un tesoro fabuloso. Este no sería privatizable, ya que ha sido acumulado en nombre del público. Con inflación o sin ella, sería irracional dejar inactivo semejante tesoro. De modo que el funcionario a su cargo tendría que invertirlo, adquiriendo o fundando más empresas. Por ejemplo, podría ocurrírsele nacionalizar una a una las principales empresas privadas. (Si fuese británico compraría sólo las que dan pérdidas.) De este modo volveríamos a foja uno. Lo que probaría que la privatización integral no es un estado estable de la economía moderna.
Pero todo esto no es sino fantasía. Lo cierto es que, a medida que avanza la privatización de los negocios, estos se meten en nuestra vida privada. Por ejemplo, la publicidad comercial se cuela en nuestros hogares sin pedir permiso, interrumpiendo el trabajo y el ocio. Perdón, suena el teléfono.
Era un encuestador de la Compañía de Aves Congeladas, que quería saber cuántos pavos y gallinas consume mi familia por año. (Esto no es cuento: me ha ocurrido.)
¿Que tal, lector, si iniciamos un movimiento para privatizar la vida privada?
https://www.elextremosur.com/nota/45350-una-radiografia-de-lo-privado-y-lo-publico-como-seria-el-pais-de-la-privatizacion-total/