La pregunta es: ¿porqué los dominados en lugar de enfrentar a sus dominadores y reclamar su libertad, se transforman en sus disciplinados defensores, como el perro fiel que defiende al amo?
Se podría decir que objetivamente traicionan sus propios intereses, pero esto podría ser una respuesta demasiado simple. En principio habría que ver si todos tienen, o tenemos, consciencia de lo que son sus/nuestros propios intereses.
En el feudalismo, el discurso de la clase dominante era que el señor feudal y su corte decían ser los protectores de los siervos de su feudo. A cambio de esa protección los siervos trabajaban y producían en el campo y parte importante de esa producción era para el señor feudal. A resultas de cuenta, el señor feudal se enriquecía y los siervos tenían una economía de subsistencia, cuando no de franca miseria. Su única posibilidad de escapar de esa condición residía en unirse al clero o al ejército del señor.
Resulta llamativo que esta misma metodología, en tiempos más modernos, sea la utilizada por la mafia, prototipo de las instituciones criminales que funcionan como un poder paraestatal. Los comerciantes pagan un dinero en concepto de protección para no ser atacados por la misma mafia que les cobra.
El mismo esquema ha sido el aplicado por los imperios a sus estados vasallos. A medida que han transcurrido los años esta metodología se ha sofisticado. Así las compañías se transformaron en dueñas, hasta de la propiedad intelectual. A través de las patentes, no sólo los inventos, sino también las ideas son propiedad de alguien, como si el pensar debiera estar regulado por la propiedad privada.
Es la traición, en general inadvertida, de las clases subalternas, las que con su creatividad e inventiva le dan a las clases dominantes las herramientas para garantizar su poder, y así mantener la dominación de su clase sobre las mayorías. Son las clases subalternas las que elaboran, las que dan forma jurídica a las leyes que legitiman el poder de los dominantes. Miembros de las clases subalternas son los y las que inventan los gases lacrimógenos y las balas de goma, las armas químicas y las convencionales, las drogas legales y las ilegales. Las clases dominantes compran su inteligencia, como empleados o como mercenarios, compran periodistas y comunicadores para manipular la información y así ser formadores de la llamada opinión pública, o sea, del sentido común, técnicamente la subjetividad social.
Las clases dominantes no son creativas, simplemente tienen el poder económico, que es el mango de la sartén.
Cada vez que un hijo de las clases populares (o sea subalternas) logra descollar por su creatividad o su potencial académico, habrá una universidad o una fundación que lo seleccione, lease lo seduzca, para ofrecerle un camino de éxito para su creatividad y evolución económica. Lo incorporará a la burbuja de cristal en la que sólo hay claridad hacia arriba, niebla hacia los costados y, por supuesto, total oscuridad hacia abajo.
Para tener conciencia de clase primero hay que tener sentido de pertenencia. Este es el
punto donde la clase dominante introduce la cuña. Nos muestra a través de los elementos generadores de subjetividad, la publicidad, los rituales, las religiones, una posibilidad de acceder a un mundo mejor, pero siempre en un camino individual, donde solo el esfuerzo personal será premiado, no hay lugar para los proyectos colectivos.
No hay dioses pobres ni tampoco trabajadores en el mundo deseable. Se parece mucho al mito de la tentación de Adán y Eva. La idea es introducir el deseo de pertenecer a otro sector, al dominante, y si no lo podemos hacer como protagonistas lo haremos como corifeos. Eso implica el rechazo al propio grupo de pertenencia.
Entonces nos planteamos ¿a qué sector queremos pertenecer? La condición aspiracional parece representar la necesaria actitud de renegar del lugar de pertenencia del que se es originario para pasar a otro que en el imaginario se considera de un nivel superior.
Para traicionar a la clase a la que pertenecemos primero hay que tener conciencia de clase. Cuando decidimos separarnos de la clase a la que pertenecemos por origen y no logramos integrarnos a la que aspiramos nos convertimos en desclasados.
La conciencia de clase es posiblemente una condena, a partir de adquirirla solo hay dos opciones, luchar desde ella o vivir con culpa por no hacerlo. Luego veremos si la lucha es plenamente comprometida o de baja intensidad, como una dis-culpa.
También veremos si quienes sienten culpa por el abandono de su pertenencia original, soportan esa culpa o se “convierten”, ya sea subjetiva u objetivamente, poniéndose del lado de la clase dominante; cambiando la culpa por odio de clase.
Recordemos que el odio de clase es consecuencia del daño a nuestros semejantes. El daño a un semejante produce culpa, estamos dañando a alguien que nos refleja como un espejo. La forma que las clases dominantes eligen para liberarse de la culpa es negar al explotado o agredido por ellos, la condición de semejante; se lo deshumaniza y entonces la culpa es mutada por odio, que es emocionalmente más barato, a un ser pretendidamente inferior o extraño a ellos mismos.
¿Y qué hay de las clases medias? Las clases medias, son fundamentales y funcionales para la clase dominante. Ellas constituirán el tapón, la barrera, entre la clase dominante y la dominada. A su vez están estratificadas en sectores medio-altos, medio-medios y medio-bajos. Los medio-altos formarán parte de los sectores de servicios altamente calificados; gerentes, médicos, abogados, ingenieros, militares de alto grado, arquitectos y otras profesiones que comparten la condición de formados intelectualmente.
A la medio-media pertenecen la oficialidad joven de las fuerzas armadas, la oficialidad de las policías, gendarmería y prefectura , personal administrativo calificado, empleados de comercio jerarquizados, etc. A la media-baja; suboficiales, docentes de escuela media y primaria, oficiales de fuerzas de seguridad, obreros especializados, etc..
Todas tendrán en común, de mayor a menor, la oferta por parte de la clase dominante de la posibilidad aspiracional, el sueño del despegue, de ser parte de la élite; y también la amenaza de caer económicamente al nivel de la clase baja; y como todos tememos y odiamos a lo que nos amenaza, en lugar de odiar la posibilidad de la pobreza nos indican a través de mensajes subliminales y muchas veces explícitos, odiar a los pobres, como si la pobreza fuera una enfermedad contagiosa. De esta forma se peyoriza la protesta social y la marginalidad de los
excluidos del sistema.
Paradójicamente las clases medias, en todos sus estratos, están desde lo monetario, más cerca de los pobres que de la clase dominante, aunque se identifiquen con ella.
En la clase baja en cambio, entran el grueso de los trabajadores, formales e informales, la tropa de las fuerzas de seguridad y militares, y por supuesto, los desocupados, todo el amplio grupo de los marginados, un grupo cada vez mayor.
Uno de los puntos de conflicto que favorece la separación entre los sectores populares, entendido lo popular como el conjunto de las clases dominadas, es la brecha cultural que se establece entre ellos. Los sectores de más bajos recursos económicos de la sociedad son los que menor acceso tiene a la educación, por lo que los elementos y herramientas con los que producirán cultura, entendiendo que la cultura el el producto de la relación entre los humanos y entre los humanos y su medio ambiente, serán los que sus posibilidades les brinden. Estos recursos, probable y seguramente, estarán lejos de la sofisticación que permiten una educación e información más nutrida. La cultura dominante se ocupará de denominar a esta “subcultura” como vulgar y de mal gusto, haciendo notar a las clases medias aspiracionales la necesidad de diferenciarse si quieren seguir en carrera.