El gobierno había conseguido en 2022 disminuir la inflación, lograr un elevado crecimiento económico a pesar de su desaceleración y cumplir con las metas acordadas con el FMI, entre ellas la fiscal, para lo que consiguió un cierto inocultable apoyo del propio FMI, interesado en que no haya un default en Argentina, porque aceleraría la crisis financiera en todo el mundo.

Con eso consiguió un cierto equilibrio económico a corto plazo, casi imposible de imaginar a principios de año. En esta tarea, invariablemente se enfrentó a las perspectivas de los consultores privados, que insisten en un ajuste inevitable, a pesar de que debieron corregir todas sus predicciones respecto a la inflación, el déficit fiscal y el crecimiento.

Con ese empuje, comenzó a construir una perspectiva posible para el mediano plazo, iniciado en 2023, no sólo con nuevas medidas, entre ellas, las de brindar más flexibilidad para conseguir divisas mediante la ampliación del swap chino, ofrecer un blanqueo importador, y acelerar las exportaciones.

La esencia de lo que se propone es ampliar, extender y profundizar los objetivos financieros y monetarios iniciados en el corto plazo, para que se vayan alineando las correcciones a las tasas de interés, la velocidad de devaluación del peso y la inflación de una manera ordenada, y conseguir así aunar la disciplina fiscal con el crecimiento económico, la creación de empleo y la recuperación del consumo y de los ingresos. Si lo consiguiera, sería el comienzo del equilibrio a largo plazo, que consiste en las perspectivas del país, consideradas favorables a futuro, pero que requieren tiempo, lejos de las pretensiones del ajuste inmediato que jamás dio resultado.

Esa perspectiva económica está asegurada por el gas, el petróleo y la minería (especialmente el litio y la construcción de pilas que lo contengan para generar electricidad, y la consiguiente facilidad a las industrias), la producción agroalimentaria, afirmando el desarrollo industrial, y una parcial recuperación del salario difícil de generalizar por la menor proporción del empleo fijo, que limita la posibilidad de recuperar la demanda.

El ministro Massa le había confirmado al Financial Times en enero que apostaba al gas y la minería como pilares para transformar la economía, ya que el crecimiento y la exportación de la industria energética afianzarían esa transformación como una «oportunidad de crecimiento fenomenal» para la Argentina, junto a los alimentos. “Vamos a iniciar las exportaciones de gas a Chile en los próximos días y podríamos comenzar a exportar gas a Brasil a partir de septiembre”, más los avances en la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, que permitirá reactivar las inversiones en el depósito patagónico de Vaca Muerta, la segunda formación de gas de esquisto más grande del mundo. También dijo que las exportaciones de gas tienen el potencial de generar divisas por encima de los 3.600 M dóls hasta 2028, que permitirían que «la balanza comercial de energía de Argentina pasaría de un déficit de más de 5.000 M dóls en 2022 a un superávit de unos 12.000 M dóls en 2025», lo que le daría al país «una capacidad muy sólida para pagar la deuda en 2025, 2026 y 2027”, afirmó al diario británico.

Respecto a la fuga de capitales, Massa sostuvo que «si los argentinos ven que somos ordenados en materia fiscal, volverán a creer en su moneda. Si creen en su moneda, dejarán de tener sus activos en el exterior». Además, dijo que el proyecto de moneda común para la región “es el primer paso de un largo camino que América Latina debe recorrer», y que involucra desde la política fiscal, la posibilidad de crecimiento de la economía y el papel de los bancos centrales. Es obvio que esto requiere un cierto acuerdo político, que sólo puede empezar por un acuerdo dentro del peronismo.

Si bien hay una serie de temas importantes en discusión, como el papel del agro en la economía, que debe seguir siendo importante pero no dominante, como sigue siendo en la Argentina que mantiene así sus exportaciones primarias en un sitial privilegiado. Esta situación no corresponde con un país industrializado y menos con una industria con tecnología en continuo cambio como la actual, así que junto a la prevalencia del cuidado al agro hay que insistir con que la industria tiene que ser el eje de la economía, como condición para estar entre las más importantes economías mundiales.

}Junto a este requerimiento, tiene que ser esencial el camino a seguir para alcanzar la integración regional del Mercosur, como lo hizo Europa con la Comunidad Económica primero y la Unión Europea después, alrededor de una misma moneda común, que allá fue el euro y aquí deberá construirse, ya que la creciente integración mundial requiere un paso previo por la integración en grandes regiones, desechando toda moneda que no surja de la propia producción, ya que todos los intentos de empezar por una convertibilidad terminaron en el fracaso.

Se trata de una posibilidad negada de hecho por muchos grandes empresarios, aunque no todos. Al cumplirse 25 años de la Fundación Observatorio Pyme, justo cuando se anunciaba el alcance del swap chino, Paolo Rocca. CEO de Techint dijo que se terminó la globalización y que la Argentina debía incorporarse a la cadena de valor occidental, sin China y fuera de los BRICS. Allí afirmó que el líder de la globalización que empezó en los noventa es China, con 28% de la producción industrial mundial, que aumentó el empleo agregando 250 millones de trabajadores una estructura de mayor productividad y que casi duplicó su comercio global a 30% del total mundial.

Otros, más realistas, no coincidieron, porque en Asia se encuentra el 40% de la población mundial y consume lo que Argentina produce. Por si fuera poco, para Jeffrey Sachs, director del Centro de Desarrollo de la Universidad de Columbia, el balance fiscal argentino es mejor que el de Estados Unidos, ya que aseguró que “el problema de Argentina es la del acceso al crédito “, que calificó como “una falla de mercado”. Agregó que Estados Unidos trató de expandir la OTAN hacia Europa del Este y que su política de contención a China trata de impedir su crecimiento. Lo primero fue tomado por Rusia como una agresión y así este país inició su invasión a Ucrania.

De allí surge la necesidad de llegar a acuerdos cuando se transitan largos cambios de fondo en los sistemas mundiales, que siempre están por encima de las posibilidades nacionales. El futuro de las provincias está en la agricultura, la agroindustria y en la minería, para la que funcionarios de Economía buscan inversiones en Arabia Saudita. Tampoco se pueden resolver estos requerimientos sin una revisión a fondo de la relación entre la Ciudad de Buenos Aires y las provincias, origen de las guerras civiles que durante medio siglo castigaron al país, y que dieron lugar a la primacía de ingresos de la capital federal, que no podrá seguir siéndola si se mantuviera como una ciudad autónoma, porque es la capital de toda la Argentina.

Pero este problema no resuelto con la integración nacional desigual no puede ser resuelto sin elegir una política nacional que la haga posible dentro de la integración mundial, que es el problema actual a encarar y que está por encima del primero, porque fuera de una concepción total, no podría haber una respuesta duradera a la integración nacional. De ahí que la necesaria discusión sobre la relación entre el país federal y sus provincias no puede ser el eje central de la discusión actual, ya que ese problema no se terminará hasta que no se acuerde una política nacional perdurable en la actualidad mundial.

Por eso, la más inmediata cuestión de fondo pasa por dejar de lado repetir la política de todos los ajustes fracasados con un monetarismo imposible de poner en marcha en economías basadas en la actividad primaria y que cada vez también está teniendo menos posibilidades de controlar la inflación en los países avanzados, como sucedía hasta el estallido de la crisis financiera, que en realidad apareció en 2001, pero que pudo ser disimulada hasta 2008 por el crecimiento de China y el sudeste asiático y la mayor industrialización de los países de menor desarrollo, que son los factores reales que estimularon el crecimiento mundial hasta la crisis financiera de 2008.

Sin embargo, el monetarismo excluyente e inmediato, reniega de un proceso que llevará su tiempo, y pareciera estar atornillado en el cerebro de los principales analistas, que en la conferencia anual de Fiel, siguieron planteando la inevitabilidad de un ajuste a fondo en 2024, y descartan que el equilibrio buscado pueda provenir de un ajuste estructural, es decir, en la estructura de la economía, como debería ser no descuidar al agro, pero asegurar que no interfiera en el necesario y cambiante proceso de industrialización.

Esta manera de encarar el equilibrio económico de la parte inicial del siglo XXI, tampoco puede estar desligada de que las reformas se deben encarar dentro del sistema mundial existente, por lo que el monetarismo, que favorece las ganancias empresarias, tampoco puede estar del todo excluido del ajuste estructural. Se trata de un largo proceso que, como el de la industrialización, ya lleva tres siglos y medios y aún no fue completado.

 

25 de enero de 2023.