A partir del atentado contra Cristina Kirchner se ha popularizado el debate acerca de “el odio”, sobre el que no hay nada para discutir fuera de los divanes de los psicoanalistas en tanto sentimiento inmanente a la condición humana. En muy pocos casos se debate sobre el uso interesado de este sentimiento o pulsión como les guste calificar.
Producto de la formación intelectual moderna, tributaria de la herencia griega aristotélica, automáticamente, mediante la lógica binaria, buscamos la causa material y la causa eficiente donde depositar las culpas. Se obvia desde este punto de vista la complejidad de los fenómenos sociales y se trata de resolver la cuestión desde Freud y el estructuralismo a su vez herencia del marxismo.
De modo que los problemas sociales que sufrimos derivan en asignaciones morales: la culpa la tienen los malos; que siempre es posible encontrar entre aquellos que no tienen una racionalidad parecida a la nuestra.
Sin embargo se atisba algo que parece tener influencia y se menciona a modo de jerarquizar los parlamentos y se alude al “sentido social” sin mayor disquisición respecto de que se trate este concepto. Se cae en la contradicción de buscar en los medios de comunicación una única variable en su formación, de la cual es víctima un sujeto individual autómata sin pensamiento propio; ergo los únicos culpables son Magnetto y sus adláteres y los distraídos –por ser gentil en la calificación de los de a pie.
El sentido social, salvo pocas excepciones (Durkheim y Simmel de las primeras) históricamente en la sociología ya clásica tiene mala prensa, “common sense”, “la doxa” son denominaciones despectivas para su mención y explicación de por qué este sentido no coincide con la academia y esta asignación se generalizó en las bibliotecas. Para no hacer más largo el texto presente: https://marcelosapunar.com/2020/10/03/el-sentido-comun-por-norberto-rossell/ mi texto al respecto.
Es decir, la mirada no va más allá del vuelo de la gallina –Perón dixit– que no permite ver, sólo con lentes morales o de objetividad positiva, más allá de los actores sin tener en cuenta la complejidad de la evolución social y el funcionamiento de los distintos sistemas que la componen. A nadie se le ocurre preguntar por qué globalmente se registran reacciones contra la política y sus actores o una deriva hacia las religiones. ¿Es solamente por cuestiones ideológicas o de fe?
El repaso de la evolución del sapiens indica que aquellas propuestas de soluciones para los problemas que lo acuciaban que no funcionaron pasaron a la historia como “intentos fallidos” –obvio, el tiempo experimental sobrepasó a los mentores de esas propuestas.
No implica ninguna originalidad expresar que el sistema político como ordenador de la vida comunitaria –utilizando este último concepto sólo en el sentido de habitar un espacio común- no viene dando soluciones útiles a los problemas actuales en ningún lugar de nuestra “única nave espacial”: el planeta tierra.
¿Cual sería la conclusión a estos devaneos?
La función del sistema político es obtener “decisiones colectivas vinculantes”, en democracia eso supone cantidad de votos en las elecciones, la otra cara de esa moneda consiste en que los elegidos queden vinculados a esas decisiones, ergo que cumplan con el acuerdo electoral. No sirve como excusa el posibilismo ni la mentada correlación de fuerzas, si es que se cree en la soberanía popular expresada democráticamente.
Cuando esto no ocurre –que no viene ocurriendo globalmente hablando- aparece “el odio”, en realidad la calentura del popolo defraudado y por supuesto quiénes se aprovechen de ello.
Sobreviene aquí la pregunta por la lógica de la construcción política a la luz de la penetración del imaginario neocapitalista que te propone ser doctor en la Siglo XXI en dos o tres años y entonces la respuesta surge fácil, los de a pie sólo quieren “vivir mejor” –CFK dixit– y eso supone un orden social, cuestión que históricamente prometió el peronismo.
Los que deambulamos por el sistema político debemos repasar, prácticas y reglas escritas y no escritas de esa construcción.