En 1965, el grupo The Mamas & the Papas hizo pública una canción que se transformó en un gran éxito discográfico: se trataba de California Dreamin’. Este hit musical evocaba la nostalgia de Michelle Phillips, nacida en Long Beach y quien vivía en New York cuando compuso esa canción. Soñando California evocaba a la segura y cálida Los Ángeles desde un invierno neoyorkino. Tan popular fue el tema, que en 1967 los Tijuana Five la adaptaron al español y, en 1998, Inca Pacha lanzó la versión instrumental.
Durante los años sesenta California se transformó en el estado más populoso de Estados Unidos, debido, en parte, a que se la veía como el lugar de más oportunidades laborales, buena calidad de vida y vanguardia cultural; todo un emblema de un país que reflejaba, para la época, su indiscutible condición de superpotencia y su incuestionable hegemonía continental.
Hoy California protagoniza las relaciones interamericanas ya que en Los Ángeles se llevará a cabo la IX Cumbre de las Américas. Cumbre que ocurre en medio de una fenomenal transición de poder mundial y de la guerra global que, con la invasión de Rusia a Ucrania, se instala con consecuencias imprevistas.
Es posible analizar y evaluar la historia de estas cumbres, los tópicos que han abordado y los que parecen motivar hoy a la administración Biden. También se puede evaluar las posturas, las previas y las actuales, de los países latinoamericanos, además de los consensos y disensos que han marcado el desarrollo de estos encuentros. Pero lo que me interesa resaltar en este caso es lo que podríamos llamar el encuadre de este importante evento continental. Esto no puede hacerse de modo aislado o, si se quiere, sin tener en cuenta alguna comparación. Washington puso en el centro de la cita de Los Ángeles la cuestión de la democracia. Pero no el debilitado estado de la propia democracia estadounidense ni los retos compartidos con la región, sino solo los problemas de las democracias en América Latina y el Caribe. Con esta decisión se perdió una buena oportunidad de plantear las dificultades de distinta intensidad y alcance de la democracia en el conjunto de América o sus prácticas efectivas, retrocesos y amenazas. Hacerlo hubiera significado la necesidad de una conversación seria al respecto y abordar su vínculo con asuntos como la desigualdad entre otros. O, quizás, se hubiera podido centrar la deliberación en las razones que generan una inquietante insatisfacción ciudadana con la democracia tanto en el Norte como en el Sur del continente. Pero no fue el caso. La idea, al parecer, es enfatizar en la cuestión de los valores con escasa mención a la cuestión de los intereses; los de la región y los de Washington. Tampoco se buscó discutir, sino que se optó por explicitar, de manera unilateral, quién puede o no ser parte de este foro multilateral. La Casa Blanca, al menos por ahora, ha decidido que la inclusión/exclusión de países invitados estaría definida por las credenciales democráticas que puedan exhibir los mandatarios.
Sin embargo, la democracia no es el estándar que Estados Unidos ha venido usado en sus cónclaves recientes con otras regiones del Sur global. Entre el 12 y 13 de mayo, a menos de un mes de la reunión de Los Ángeles, se llevó a cabo en Washington la cumbre entre Estados Unidos y los países de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN por su sigla en inglés); un encuentro que la administración Biden calificó de histórico y especial. ASEAN está compuesto por 10 naciones. Según el Democracy Index de 2021 confeccionado por la reputada The Economist los países que la componen se caracterizan de la siguiente manera: Myanmar, Camboya, Vietnam y Laos, autoritarios; Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia, democracias defectuosas y no se evalúa Brunei que es un sultanato. Se puede advertir en el comunicado de la Casa Blanca los proyectos realizados y a realizar con esas naciones, reflejando así los intereses concretos de Estados Unidos. En especial respecto a países que son vecinos de China: aunque los montos prometidos (US$ 150 millones de dólares) son inferiores a los asignados (US$ 1.500 millones de dólares) por China a las naciones de ASEAN en noviembre de 2021. Y también se puede apreciar que la palabra democracia no se nombra nunca; así como está ausente cualquier mención a importancia de los valores. Se menciona tres veces la palabra amistad (friendship) y siete la palabra cooperación (cooperation). De ninguna manera esta cumbre fue concebida bajo la noción de algún valor compartido o de la relevancia de la democracia. La razón fue práctica y estratégica.
Si en virtud del “encuadre” particular que la Casa Blanca le quiso dar a la IX Cumbre terminaran ausentándose algunos de los presidentes de América Latina, California dejará de ser el estado soñado que evocara el tema del 65. Sería, en este caso, el epicentro de un encuentro desaprovechado que pondrá en evidencia que California también puede ser una pesadilla. Eso, a su turno, reflejaría el pobre estado de las relaciones interamericanas.
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