Reflexionemos sobre las características de los magnicidios.
En general los que comenten atentados tienen dos problemas a resolver, el primero es la concreción del atentado en sí mismo y el segundo tiene que ver con la posibilidad de huir de la escena para no ser atrapado.
Hay una situación particular que convierte al que comete un atentado en un arma letal, me refiero al atentado suicida o a aquel en el que la huida no es parte del plan. En estos casos la concreción del atentado se hace más posible porque el asesino, en el caso en que el atentado busque la muerte del objetivo, puede acercarse a corta distancia de su víctima.
Vienen a mi memoria como ejemplos, el reciente asesinato del ex premier japonés Shinzo Abe, los atentados contra Juan Pablo II y Ronald Reagan, los asesinatos de Olof Palme e inclusive Jhon Lennon, que aunque no fuera un personaje de la política resaltaba por su condición de personaje famoso. Y por supuesto no podemos olvidar las torres gemelas en cuanto a la no inclusión de la posibilidad de huir por parte de los perpetradores.
Aquí tenemos que tomar particular atención a las características de el o los asesinos. En el caso de las torres lo primero que nos viene a la mente es la imagen de personas criadas en una cultura del fanatismo, con la firme creencia de una vida después de la vida en que serán grandemente premiados, y que han sido acicateados por un discurso de odio que resulta una letanía. Estos fenómenos de locura social también pueden remitirnos a conductas auto agresivas como las de los sectarios del reverendo Jim Jones que protagonizaron un suicidio masivo en Guyana en 1978.
Pero el o los casos en los que quiero centrarme se refieren a los magnicidios perpetrados por atacantes solitarios, o quizá no tan solitarios. Independientemente de una conducta muy emparentada con la psicosis exhibida por estas personas que se sienten ‘llamados’ a ejecutar estos actos, en estas personas, que por su condición psicopatológica pueden tener un umbral bajo para el ‘brote’ psicótico, hay fundamentalmente un contexto que, como si su mente fuera el disco de una computadora, les carga la información, el software, el mensaje de odio y de mesianismo que los impulsa a cometer un crimen que consideran plenamente justificado, al punto de dejar de lado cualquier criterio de autodefensa como sería la posibilidad de la huida.
¿Y por qué digo no tan solitarios? Porque independientemente de que haya o no logística que los acompañe, ellos son siempre simplemente el arma, hay necesariamente un otro u otros que cargan ese arma, los que de alguna manera aprietan el gatillo o detonan la bomba, realmente los autores ideológicos de ese crimen.
Es muy posible que después del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina aparezcan voces, muy posiblemente de los mismos que con la manipulación mediática cargaron el arma, mencionando al personaje detenido, al femicida fallido, como un loquito, un enfermo, y eso constituiría un acto de la mayor perversidad, intentaría despegar el acto del criminal del discurso de odio propalado por ellos, y que trae como resultante que ese individuo, transformado en arma, intente un magnicidio.
Permitir que los hacedores del discurso del odio se despeguen de los efectos de ese discurso, de la represión de la policía de Rodríguez Larreta en la casa de Cristina, de los contenedores con piedras llevados al lugar por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires para facilitar el ataque con piedras a la casa de la vicepresidenta; e inclusive de otros crímenes de odio como los asesinatos de Maldonado y de Rafael Nahuel durante la presidencia de Macri e implementados por Patricia Bullrich a través de sus tropas, habilita que el discurso de odio continúe.