Se presenta la posibilidad de un mercado mundial de alimentos de enorme magnitud, no solo por China, pero principalmente por ella, seguida por un rápido incremento de la demanda de la India, a lo que hay que sumar la de todo el sudeste asiático.

Esta fue la gran limitación para la Argentina: no tuvimos un mercado mundial en continua ampliación justamente desde la posguerra y la aparición del peronismo. Fue así porque la posguerra redujo el mercado británico para nosotros, el único que entonces era de magnitud para los alimentos, cuando ni siquiera nuestra oferta era (y sigue siendo) de alimentos terminados sino de materias primas. En ese momento el grueso del mercado de alimentos, que estaba en Europa, quedó para la oferta integral francesa y de Estados Unidos.

Francia se sostuvo por la fuerza de su agro y de su industria agroalimentaria que, combinada con el renacimiento de toda la industria tecnológica alemana, en la posguerra reconstruyeron el desarrollo europeo. Por el otro lado, la super capacidad productiva de materias primas alimentarias y de alimentos de Estados Unidos, con la combinación de su industria de todo tipo fue la base de un mercado mundial que bloqueó la expansión del resto y que desde la inmediata posguerra pudo desarrollar su economía de gran capacidad productiva con el continuo crecimiento de la tecnología agraria.

Del bloqueo del mercado mundial alimentario a la economía bimonetaria y la dolarización inflacionaria

Sin un mercado mundial para los alimentos, no había para la Argentina una gran economía nacional capaz de expandirse, y sin mercado mundial para los alimentos, tampoco había posibilidad de desarrollo industrial en la Argentina, porque para el agro era una cuestión de poder político primero y de poder político combinado con negocios financieros después, que dieron origen al chaleco de fuerza bimonetario de la economía dolarizada con permanente inflación.

Fue una situación distinta a la de México o Brasil. En ninguno de estos países había una oligarquía agraria exclusiva. En México, fue borrada por la revolución campesina y la minería necesitó de la industria para desarrollarse, así que no hubo límite a la industria sustitutiva más que su atraso histórico. Por eso pareciera que la Argentina fue el único país latinoamericano cuya burguesía, entonces predominantemente agraria, pudo haberse transformado en una burguesía desarrollada, pero no lo hizo aunque fuera posible para no perder la facilidad con que accedió a la división internacional del trabajo, que se convirtió así en su bandera.

Y esa transformación parecía posible, como lo fue para Canadá por su vecindad a Estados Unidos, pero también para Australia, que entonces no dejaba de ser una colonia. En Brasil la industria estaba mucho más avanzada que en México aunque no tanto como en la Argentina, pero allí no hubo resistencia agraria porque su economía agraria no era una única y poderosa sino una economía principal cafetalera de magnitud mucho más reducida que la cerealera y de la carne argentinas y acompañada por otras todavía relativamente menos importantes, como la azucarera o la maderera, que facilitaron la industrialización, y tampoco había un marco político en que el peronismo se proponía industrializar con el salario en alza y derechos laborales.

Esa situación generó en la Argentina un divorcio entre la producción agropecuaria y la industria porque no tenían un mercado común para las dos. Para la producción agropecuaria, el mercado era el mundo, y como en la posguerra la Argentina no lo pudo reponer, la manera de reforzar el ingreso agrario era devaluar la moneda, mientras que para la industria la devaluación significaba achicar todavía más el mercado interno y hacía más difícil tener una estructura industrial lo suficientemente estable como para conquistar un espacio exportador continuado para las manufacturas.

De esa situación especial salió tanto la confrontación entre la Argentina agraria y la industrial como la oposición de la base económica que dio lugar a la oposición social y política entre el peronismo y el antiperonismo.

La caída del peronismo en la primera mitad de los años setenta y la de la Unión Soviética quince años después bloqueó la posibilidad de alcanzar un mercado que diera vuelta la situación nacional mediante la estrategia que había concebido Gelbard. Esta fue vender alimentos a la URSS para prestar esos ingresos en forma de crédito a Cuba para que sustituyera la maquinaria importada de Estados Unidos con productos argentinos, aunque, con todo, esa fórmula tenía una base muy angosta, porque dependía de un difícil equilibrio político.

El mercado mundial alimentario con China, el nuevo papel del agro y la perspectiva  industrial

La aparición de China en los noventa inauguró en gran escala la extensión de la industria a casi todo el mundo con la aparición de los mercados emergentes receptores de inversiones extranjeras con salarios más bajos, que ya en los años noventa empezó a perfilarse como una nueva posibilidad de crecimiento.

Sin embargo, esa posibilidad quedó trunca por la crisis financiera de 2008, debido a:

 1) la nueva revolución industrial requirió un desarrollo previo de los servicios en que desplegar la digitalización que primero debilitó la industria en los países avanzados;

2) ese desplazamiento de la inversión directamente productiva generó un exceso de inversión financiera que hizo más difícil el desarrollo industrial y deterioró el nivel de ingresos, lo concentró y lo volvió más fácil de valorizar y desvalorizar a través de las continuas subas y bajas bursátiles;

3) en consecuencia, la crisis se hizo habitual y el capitalismo más inestable;

4) eso facilitó el desarrollo comparativo de China, porque persiste una dirección central planificada, pero

5) sólo fue posible con el desarrollo interno del capitalismo en China, aunque se trata de un capitalismo controlado por el PC.

Todo esto presenta un completo cambio de perspectivas.

En primer lugar, el deterioro comparativo de Estados Unidos, que Trump quiso revertir en su mandato a través de un proteccionismo que, desarrollado en una economía mundial integrada, se convirtió en un retroceso para Estados Unidos, cuya mayor consecuencia fue una caída en gran escala de la inversión extranjera en ese país y la insistencia de las empresas tecnológicas en resguardar el mercado chino. Por consiguiente, se abre un escenario inimaginado hasta ahora.

En segundo lugarel desarrollo de China, la India y el sudeste asiático, implica un enorme mercado alimentario, tanto para las materias primas agrarias como para los alimentos elaborados, pero un agro y una industria alimentaria de semejante magnitud supone una industria manufacturera de todo tipo, en un momento en que ya no importa tanto el pasado industrial porque el centro de la industria está en transformación.

Si hay un país con una gran perspectiva en ese horizonte es la Argentina, y representa la gran oportunidad de terminar con la confrontación agro industria que caracterizó toda su historia.

El desafío de un acuerdo para un nuevo período y el peronismo como única posibilidad para construirlo

En ese sentido hay que aprovechar la propuesta del CAA al gobierno de exportar 100.000 M dóls del agro para 2030, que incluso podría ser mayor si hay un centro político capaz de dirigirlo. Esta propuesta posibilita terminar con las continuas limitaciones de la Mesa de Enlace, pero los problemas que aparecen no son pocos. La industria agroalimentaria y la exportación van a querer retener el cetro a través de un mayor ingreso en detrimento del salario y de los productores agrarios, pero la industria, la minería y una gran parte de la inversión extranjera solo van a tener un terreno propicio si el centro político negocia un tipo de acuerdo nacional del que obtenga un fuerte respaldo y que hasta ahora no tuvo antecedentes: éste es el gran desafío.

No es la única gran incógnita que se va a presentar. La otra es cómo se planta la Argentina en ese escenario internacional. Si tuviera que hacerlo sola, quedaría muy pegada a China, que es lo que trata de relativizar Alberto Fernández, porque conquistar la tranquilidad cambiaria será una lucha que todavía tiene muchas batallas por delante y la próxima es el FMI y un préstamo adicional para que se pueda reducir el déficit fiscal.

Por eso ahora no puede quedar demasiado pegada a China, pero esa es su configuración futura, lo que supone una tensión mayor con Estados Unidos. Sería mucho mejor desde todo punto de vista que la vinculación a China la pueda hacer junto con Brasil, a través del Mercosur, porque de esa manera será más firme su proyección futura. La razón es que en este mundo global para alcanzar el desarrollo nacional es necesaria la articulación regional, como fue la Unión Europea para Europa en la posguerra. Estados Unidos no pudo armar otra UE en Asia con Japón, porque estaba China, y la segunda gran región mundial quedó así, existente de hecho, pero no de manera formal, con eje en China, y es el sudeste asiático.

El espacio regional siguiente estaba destinado a ser el Mercosur, en los tiempos de Néstor Kirchner, Lula y Chávez, pero fue desbaratado por la crisis financiera de 2008 y después por Estados Unidos, Macri y Bolsonaro. Si se reconstruyera, ese espacio haría posible un desarrollo más fácil para la Argentina y su posterior industrialización en el ámbito del Mercosur. Si no fuera así, no va a haber otro espacio que lo sustituya y la mayor parte de América se convertiría en el patio trasero de Estados Unidos, que es la región que este país guarda para sí y que empezó con Canadá y México y se propone seguir con Brasil, y es una de las grandes incógnitas decisivas para la Argentina.

Con todo, la Argentina tiene condiciones para conseguirlo por su cuenta: la gran producción alimentaria, el desarrollo industrial, minero y tecnológico posible con la mayor expansión nuclear y satelital pese al retraso impuesto en la industria, a la vez que las posibilidades energéticas: gas, petróleo y litio para las baterías eléctricas y los autos eléctricos como posibilidad inmediata.

Lo primero, el desarrollo alimentario se convierte en ese horizonte en un gran potencial porque es el único que puede llegar a ser comparable al de Estados Unidos con una demanda interna mucho menor que facilita su excedente y en esa perspectiva el conjunto industrial se vuelve esencial.

Hay una enseñanza básica incorporada de la historia nacional contemporánea: el peronismo es la única fuerza política del país que entendió la trascendencia de la economía industrial. Y hay otra enseñanza que incorporar: aprender a conciliar la productividad y la competitividad con la base social del trabajo en el peronismo, una conformación más próxima a la de los países industriales que a lo que fue el peronismo hasta los años setenta y cuyo apoyo en la clase media se empezó a conquistar en esos años y con el kirchnerismo, pero que vuelve a estar en discusión desde la crisis de 2008 y el empeoramiento del nivel de vida y ahora porque este tránsito intermedio supone un ajuste, que es lo que surge de la confrontación latente entre el kirchnerismo y el FMI para lo que Cristina se corrió a un costado y que requiere en la actualidad una política algo diferente a la que ella llevó a cabo.

Lo que estamos viviendo ahora es un tránsito trascendental con una política más moderada, porque las posiciones más avanzadas son más difíciles de sostener, los grandes medios están sometidos más que nunca a las noticias falsas, la perspectiva empresaria y la derecha política y la profundidad de la crisis internacional limita las mejoras sociales, pero a la vez es imprescindible la unidad del peronismo: esa fue la gran jugada política de Cristina que le permitió sacar del medio a Macri, pero no con el contenido de los períodos presidenciales kirchneristas.

La mayor fuerza de la derecha requiere acuerdos con el centro porque hay un endeudamiento más gravoso, no se puede prescindir del FMI ni de cierto margen de ajuste para cumplir con los pagos, Brasil está por ahora del otro lado aunque sin duda se va a presentar una instancia posterior en la que se va a discutir esa posibilidad y México ya quedó incorporado al espacio económico estadounidense.

Son condiciones totalmente diferentes de las de diez años atrás, en las que tiene que consolidarse como una fuerza política capaz de encarar este nuevo período, que debe ser transitado sin una ruptura con Estados Unidos, como fue la protagonizada por Kirchner y Lula y que quedó relegada por la crisis internacional de 2008.  Su superación requiere tanto de China, como indirectamente de Estados Unidos, en este caso para que el FMI de vuelta lo que había convenido con Macri, que era el financiamiento para terminar para siempre con el peronismo en el gobierno y que se convirtió en un financiamiento para sostener un ajuste más blando, como única manera de salir de la gran falta de perspectiva que frente a la crisis tuvo el FMI de Christine Lagarde.

Se trata, en comparación, de un intermedio más neutral que el que pudo terminar con el peso gravoso de la deuda y que Macri, ayudado entonces por el FMI, pudo recomponer.

La otra cosa que hay que aprender es que se trata de una larga batalla, más larga de lo que parecía cuando Néstor era presidente, pero que –a su turno- la reversión del ajuste es inevitable y es lo que debe darle fuerza al peronismo.