Esta semana partió Diego Armando Maradona, el mejor del mejor deporte. El mejor por su virtud técnica universal y galáctica combinada con su humanidad y compromiso de clase con la que intentaba mezclarse con sencillez con el resto de los mortales.

Diego entendía como nadie que el futbol es masivo y pasional precisamente por su carácter igualitario al que pueden jugar y amar todos y todas, sin importar la contextura física o el origen social. Por eso era el mejor del mejor del deporte, porque lo bueno sólo puede ser popular. Nada hay de bueno en las pautas culturales que segregan y que suelen ser abrazadas por las élites.

Diego ayudaba a comprender a la Argentina en todas sus expresiones, alegre, desbordante de sentimientos sinceros, a veces contradictoria, inclusiva, pero por sobre todo talentosa y brillante, tanto que chocaba con los poderosos en todos lo órdenes. La Argentina es maradoniana, como describieron algunos, o tal vez Maradona expresó la esencia de nuestro país.

La élite oligárquica siempre humilló al pueblo con caracterizaciones peyorativas que ocultaran sus capacidades y talentos, para garantizar su sumisión y diluir el fracaso recurrente del proyecto de Nación dominante.

El ejemplo más reciente lo encontramos en la carta de presentación del país que hizo Macri ante los líderes del G20 en la reunión en Buenos Aires en el 2018: exhibió un video de los imponentes y diversos paisajes de nuestro territorio. Nada destacable para mostrar de los argentinos y argentinas porque somos una molestia para clase social expresada en el gobierno anterior, que le impide disfrutar a pleno de una Nación que imaginan propia.

Para furia de esa clase ricachona, rentista y bruta, los argentinos con mayor proyección universal no son sus estatuas de bronce que adornan sus parques cuidados o sus nombres de calle de barrios acomodados, son el Che y Evita, figuras que brillaron poniendo su inteligencia y liderazgo al servicio de la rebeldía contra el orden social establecido. La Argentina se proyecta al mundo en sus revolucionarios y no en sus “ilustres” de los manuales escolares mitristas.

Diego convertido en el mejor jugador del futbol del mundo a partir de triunfos en los que desplegó su calidad técnica y su visión de conductor estratégico de un equipo, es otro de los argentinos universales que acompañó a la rebeldía por conciencia de clase y convicción de pensamiento.

Cuestionó el orden futbolero injusto de la FIFA y recibió la respuesta del poder en el penal inventado por el árbitro Codesal en la final del Mundial 1990 contra Alemania, o cuando fue retirado de un brazo por una enfermera para realizarle un extraño control sanitario, al concluir el partido contra Nigeria en el Mundial 1994, hecho inédito e irrepetible en los campeonatos mundiales.

Sus apoyos explícitos a la Revolución Cubana y a la Revolución Bolivariana, su amistad con Fidel Castro, su compromiso con Néstor y Cristina y su acompañamiento a las expresiones populares de cualquier índole, le valieron ataques y descalificaciones permanentes de los voceros del poder constituido.

Sin embargo, Diego nunca dejo de actuar como creía, advirtiendo a los oligarcas que existe una Argentina que ellos ocultan pero que cada tanto irrumpe y se proyecta al mundo con un brillo autónomo y rebelde. Distante de su mediocre “sentido común”.

El pueblo universal llora su partida porque fue el mejor del mejor juego, pero también porque nunca dejo de ser un hijo de ese pueblo.

Eso es inescindible, por más que nuevamente los poderosos traten de apropiarse en sus vocerías indicando “lo que está bien y lo que está mal” de Diego, conforme a sus miopes visiones.

Vaya como ejemplo la ridícula carta del Presidente de Francia pretendiendo dar lecciones de corrección política.

 

 

https://www.eldestapeweb.com/politica/murio-diego-maradona/el-hijo-del-pueblo-2020112819011