Dicen los que saben que los procesos personales de duelo duran 3 años. La realidad es que a nuestro querido Aldo Pignanelli lo siento muy presente en mis diálogos internos.
El sábado pasado, en el último Congreso del Frente Renovador, muchos compañeros y compañeras lo recordaban como un militante dispuesto a concurrir a charlas federales por sus propios medios, sin importar el éxito o fracaso numérico de la convocatoria. Una cualidad no tan fácil de encontrar en el mundo de la política.
A Aldo lo veo todos los días en las actitudes de mi hija menor, que lleva su nombre en honor a él. Nuestra querida Aldana concurre a una escuela preuniversitaria comercial de su amada universidad pública y, para orgullo familiar, parece una economista en potencia.
Aldo también era docente de posgrado de la UNLP. Comparto con él la pasión por la docencia y su adoración por la Universidad de Buenos Aires.
Muchos pensamos en la falta que nos hace su persona en los momentos críticos económicos y financieros en los que vivimos. Después de la fuga de capitales del modelo neoliberal anterior, él explicaría perfectamente porque debemos “combatir al capital” y cuidar las reservas. Cuentas que él hacía a diario, tal como lo recuerdan Jorge Remes Lenicov y otros economistas.
Aldo nos enseñó que es posible hacer política de una manera generosa, que la salida a los problemas económicos es política y que mejor que decir, es hacer.
Mi padre era una persona abierta políticamente que mantenía sus convicciones. Algunos piensan que abanicamos muertos. Personalmente pienso en el sentido de la trascendencia y en cómo nos apropiamos de esos diálogos internos que heredamos y que nos redefinen.
Me quedo con sus enseñanzas que por siempre habitan en mí.