Hemos hecho mención en escritos anteriores de los cinco problemas básicos por los que los humanos podemos matar o morir. Comer, la economía. No ser comidos por un predador, la seguridad. La pulsión sexual, que garantiza nuestra continuidad como especie. La pertenencia, derivada de nuestra inexcusable condición gregaria. Y la que resulta menos natural de todas, no en su naturaleza sino en su tergiversación, el poder.
Hemos dicho también que la contradicción primordial que vivimos los seres humanos está entre el deseo y el miedo ¿puedo o no puedo? De aquí tenemos que ir al verdadero sentido de la palabra “poder”. ¿Es la posibilidad, la potencialidad de ‘hacer’ algo? ¿O es poseer, no un talento, sino un objeto u objetos?
Cuando nuestros ancestros homínidos comenzaron a utilizar herramientas, seguramente no todos tuvieron la misma habilidad para poder desarrollarlas, aunque a medida que las fueron elaborando y perfeccionando las incorporaron como necesarias para su vida cotidiana. Es totalmente probable que haya habido quienes intentaron y lograron apropiarse de lo desarrollado por otros. También es posible que haya surgido algún nivel de especialización en el trabajo a partir de los talentos que cada integrante de la comunidad demostraba. Seguramente habría cazadores más hábiles que otros, pero no necesariamente tendrían la mayor habilidad para trabajar la piedra y obtener un hacha o un cuchillo para procesar el producto de la caza, también es probable que otros tuvieran más habilidad para elaborar vestimentas a partir del cuero de los animales cazados y, en algún momento, algunos habrán desarrollado la habilidad para tejer fibras vegetales y de moldear el barro para hacer cacharros que contuvieran líquidos o sólidos. Seguramente, en el periodo de cazadores recolectores, algún grupo atacó a otro u otros para apropiarse de sus utensilios y armas; pero no más de lo que pudieran transportar por su condición de nómadas. Lo que es seguro es que a partir del descubrimiento de la agricultura y la posibilidad de establecer comunidades sedentarias alrededor de su fuente de alimentos, la elaboración de objetos excedió las necesidades del uso cotidiano y permitió la acumulación de ellos. Esto probablemente generó el concepto no solo de propiedad sobre tal o cual objeto, sino también el concepto de riqueza que implica la posesión abundante de algo que permite la seguridad de un uso futuro, entendiendo que lo abundante es lo que excede la cobertura de una necesidad inmediata. ¿Habrá sido el momento hipotético en que los humanos asimilaron el concepto de ‘poder’ como ‘tener’ por encima del concepto de poder como la capacidad de ‘hacer’ algo? Tal vez sea así, o por lo menos sea este uno de los caminos por los que la acumulación de bienes se asimiló a una de las facetas del poder.
Cuando Hegel plantea su dialéctica del amo y del esclavo, afirma que dos individuos luchan y el que más teme a la muerte, cede, convirtíéndose en el esclavo, y el que no temió, o temió menos, será no solo el vencedor sino el amo a partir de ese momento. Podría concluirse que a partir de entonces el vencedor ha tomado el poder, el dominio, y logrará que el vencido, de ahora en más el esclavo, su bien de uso, cumpla sus designios. Lo que no se dice es que el vencedor junto con el poder sobre la voluntad del otro, también adquirió el miedo, ya que el dominado siempre será visto como el potencial enemigo, como el que cuestionará desde el silencio o desde la protesta, desde la luz o desde la sombra, la condición del amo. El amo se constituirá entonces a sí mismo como sujeto único, entendiendo que la interacción se produce entre sujetos, y el esclavo será considerado por el amo como objeto, alguien a ser usado, sin voz ni voluntad propia.
El poder del amo se patentiza en la disponibilidad de la palabra, la propiedad del relato, el discurso único, la propiedad de la historia; y cuando el dominado pretenda tener voz para constituirse en sujeto será convenientemente reprimido, avanzando sobre la vida de esos objetos si el sujeto único, “el poder”, lo considera necesario.
A lo largo de los siglos, la lucha abierta o soterrada entre dominantes y dominados, entre el poder y los sojuzgados, ha sido una constante que ha operado mayores o menores modificaciones en la historia. Es dable considerar que esto no ha sido solo como consecuencia de este conflicto permanente, sino también como consecuencia de las modificaciones de los modos de producción de bienes y servicios que le convenían a los dominantes, la economía.
También los conflictos generados entre distintos grupos de poderosos que codiciaban los bienes de otros poderosos produjeron y siguen produciendo guerras.
Las modificaciones tecnológicas provocadas por las guerras y la competencia de los que detentan el poder, han hecho que los dominantes modifiquen las matrices productivas motivados por el objetivo de mejorar su situación con respecto a otros grupos competidores en modelos de riqueza y acumulación.
En ningún caso los cambios pergeñados por los poderosos han sido en favor de los pueblos sino por sus propios intereses, aunque en algunos casos la población general haya obtenido algún beneficio de estos cambios. Verbigracia, el paso de la esclavitud al proletariado al pasar de un modo de producción agrícola intensivo a un modo de producción industrial.
Será necesario pensar: ¿Hacia dónde se encamina la humanidad? ¿Hacia un mejoramiento de las condiciones de vida que posibiliten la felicidad de los humanos, o a continuar en una loca carrera de acumulación que aumenta las desigualdades y concentra el poder en pocos, que no solo provoca guerras, sino que agota las posibilidades del planeta y puede llevarnos progresivamente a la extinción?
Aunque pueda parecer absurdo, pareciera que el problema es filosófico. Las personas, en general, a partir de la pubertad y durante nuestra adolescencia, posiblemente vinculado a la explosión hormonal que despliega posibilidades emocionales e intelectuales que no teníamos de niños, comenzamos a tener interrogantes ontológicos. Queremos saber de donde venimos, no solo ancestralmente, sino que buscamos una respuesta a una incertidumbre de la que comenzamos a ser conscientes y algunos le han llamado angustia existencial. Aparece aquí en nuestro supuesto auxilio la impronta cultural que nos acompaña familiar y socialmente, la religión o la ideología. Ambas nos dan un plato predigerido, un cúmulo de respuestas que frecuentemente no son verificables,y que pretenden darnos respuestas ontológicas y escatológicas, entendiendo que la escatología es la búsqueda de los fines o el sentido espiritual de la existencia. Tal vez el problema es que mientras estamos ocupados en la búsqueda del por qué, a través de estructuras que también están intervenidas por ese poder, que las ha puesto a su servicio a lo largo de la historia que conocemos, el poder sigue su proyecto que no es otra cosa que el poder mismo. Si pensáramos que siempre hay un porqué, un cómo y un para qué. En el poder el por qué es el miedo a perder su condición de dominante, el cómo es el ejercicio de ese poder de dominio por todos los medios, esto es sin límites éticos ni morales, aunque la moral, una estructura abstracta, típicamente vertical y autoritaria sea un invento del poder por lo que se da la prerrogativa de violarla cuantas veces quiere, y … no hay para qué. El poder vive en el como, no piensa en las consecuencias de su conducta, por eso no tiene problemas
en agotar recursos no renovables, no respeta la vida humana, por eso no tiene límites para perpetrar genocidios, no respeta la vida animal, disfruta con la muerte y no le importa extinguir especies.
Mientras nosotros, los que por nuestra sensibilidad somos capaces de mirar a nuestros semejantes y conmovernos por quienes están a nuestro lado y por los que están peor que nosotros, usamos el grueso de nuestra energía en sobrevivir y emparchar el mundo y, solo un poquito de ella en cuestionar al poder.
Posiblemente el camino esté en que el poder resida en la comunidad y no en élites minoritarias que atrás del temor a perder el poder que tienen, incrementan la acumulación de riquezas en detrimento de las mayorías y desarrollan cada vez más fuerzas represivas que garanticen su dominio.
Desde hace años, gran parte del mundo ha desarrollado sistemas de gobierno basados en la democracia representativa. Lo llamativo es que no se observa demasiada diferencia con los países que aún continúan rigiéndose por los monstruosos y perversos sistemas monárquicos en que los reyes pretendían que su poder provenía de dios, tal era el discurso de los violadores del mundo, de la escoria ética de las sociedades.
La realidad nos demuestra que las democracias tienen poco de democráticas, ya que son las élites dueñas del poder económico quienes digitan la información y los procesos electorales. Lo hacen a través de medios de comunicación concentrados que manipulan información y consciencias y solo reflejan los intereses de los poderosos, y de sistemas judiciales corruptos que solo representan los mismos intereses. Con el agravante en nuestro país de tener una justicia con estructura monárquica que el pueblo no elige y se constituye en vitalicia, que se autoatribuye privilegios como no pagar impuestos y ni siquiera respeta la constitución. Que se caracteriza por un escandaloso nepotismo, llenando los tribunales de familiares, construyendo verdaderas bandas mafiosas.
Sigo pensando que la democracia es el único medio de repartir espacios de poder entre la comunidad, de depositar el poder en ella; el tema es ¿cómo ejercerla, cómo lograrla? Las nuestras son democracias en las que teóricamente todos tenemos voto, pero lo seguro es que no todos tenemos voz. En su planteo original en la polis griega, todos los integrantes tenían voz y voto. En las asambleas de fábrica, todos los integrantes tienen voz y voto. Es posible que este proceso sea calificado de lento, pero es innegable que en la actualidad los procesos solo son rápidos para los dueños del poder económico, ningún pobre conoce respuestas rápidas como no sean las de la represión. En toda estructura de base se ejerce la democracia directa, posiblemente este sea el camino.