Desde fines del siglo XIX, la sociedad argentina definió las reglas de juego de su convivencia. Descartada la monarquía, se eligió el sistema republicano de gobierno para que la división de poderes impidiera un retorno a los autoritarismos que pudieran burlar la voluntad de las mayorías.
Fue un buen intento, aunque nunca se logró la más mínima convivencia entre los sectores oligárquicos de poder y las mayorías populares, que lucharon por la supremacía de sus intereses.
Desde nuestra primer Constitución de 1853 hasta hoy, pueden entonces verse con claridad las distintas estrategias que las clases sociales han tenido en ese perímetro del orden jurídico, para predominar en la cruenta lucha por sobrevivir.
Resulta claro que los sectores populares se aferraron a un solo libreto posible: el voto soberano, la defensa el estado de derecho y, de última, salir a la calle.
Sin embargo, los sectores dominantes han manejado un inmenso abanico de alternativas que van desde el desconocimiento mismo del orden jurídico (1930, 1955, 1976), burdas proscripciones y fraudes, hasta las sutiles maneras de manipulación que significaron y significan hoy un ejercicio cruento del poder real.
Desde los años 80, la voluntad de imponer un modelo económico sangriento que deviene hoy en el más crudo neoliberalismo financiero, se desarrolló como un verdadero “modelo para armar”.
Sentadas las bases en los 90 –con complicidad, indiferencia y al menos ignorancia de los dirigentes del peronismo de todos los sectores– se entronizó al sistema financiero de los bancos como los verdaderos manipuladores de la piñata para pocos, lugar desde el cual jamás pudieron ser desalojados.
Pero eso no era suficiente, porque las reiteradas manifestaciones de la voluntad popular podían condicionar y a veces retardar para las oligarquías los procesos de dominación social.
El secreto, entonces, era (aunque el voto popular se impusiera), cómo manipular las reglas del juego, cómo imponer la voluntad de las minorías, cómo garantizar la impunidad de los poderosos, cómo lograr que se acepte socialmente que no existen premios y castigos, cómo mantener a las clases dominantes en zonas de confort inexpugnables, cómo fomentar la indiferencia, es decir, como seguir conservando el poder, aunque se pierda.
Los objetivos que había ahora que sumar eran obvios: cómo manejar las voces y como dominar los jueces.
El dominio de las voces fue relativamente sencillo; dinero y audacia: dinero para comprar medios y audacia hasta para suprimir por Decreto la vigencia de una Ley de Medios.
Y esto hay que decirlo ahora: ante la indiferencia o complicidad de los gobiernos populares, vacilantes y timoratos por sus propios sistemas de alianzas electorales.
El dominio de los jueces fue una trama más compleja: había que lograr la colonización de los ingresos y ascensos a las estructuras del Poder Judicial, donde los gobiernos populares se extraviaron en las estrategias para el desempeño del Consejo de la Magistratura, la mayoría de las veces “cambiando figuritas” sin valorar la importancia vital que las decisiones judiciales tienen en la Política (la actual Suprema Corte de Justicia se integra con –la candidez– el voto de 25 Senadores del Frente para La Victoria, PJ).
Esa Corte que se ha reservado el derecho monárquico de decir lo que quiere, cuando quiere y sin fundarlo.
Estas son solo algunas de las incontables formas de manipulación y violencia aplicadas, a este esquema móvil que tiene la estrategia neoliberal del capitalismo financiero, forzando el orden jurídico y reservándose el derecho a la impunidad.
Y el manómetro que mide esa violencia tiene aún un largo recorrido por delante, que se adaptará a las posibles profundizaciones que los gobiernos populares se animen a recorrer.
Manejar los precios y abastecimientos de los alimentos básicos de los argentinos, por ejemplo, puede estar en sus planes. Tienen con qué.
Pero ningún hecho político perdura sin un ambiente cultural que lo acepte. Hasta ahora nuestras voces son débiles y dispersas. Demasiados coristas desafinan.
Hoy gobernamos por decisiones esclarecidas, que hay que apuntalar en la lucha diaria.
El avance sostenido de alivios para el pueblo, la imposición de conductas políticas coherente y el predominio de su relato histórico indispensable, requerirá nuevas voluntades, nuevas fuerzas, nuevos sueños.
Muy buen documento, Pinda: se abreva en lo previo, se cambia en camino que se sigue haciendo al andar, se agrega en conjunto/s con Compañerxs con quienes se milita en todos los terrenos posibles, en todos los tiempos, se utilizan los métodos más eficaces posibles,…militemos siempre.
(Aprendí hace poco, mas allá que es un sino de mi vida, que militancia también se traduce como: “persuadir [en tarea no habitualmente fácil o simple o rápida] a una persona cada vez que se interactúa con ella, de la validez, lo valioso, empatico, importante y trascendente de sumarse a nuestros caminos, acciones, conocimientos, militancia”. Afecto mCB