El contexto

La invasión de Rusia a Ucrania, violatoria del principio de Derecho Internacional que prohíbe el uso de la fuerza y determina el reconocimiento de la soberanía territorial de los Estados, dio comienzo a una guerra que se ha transformado durante su primer año. Hoy asistimos a una confrontación geográficamente localizada, pero de naturaleza global por la diversidad de actores estatales y no estatales involucrados, y por los múltiples efectos mundiales que afectan a buena parte de la comunidad internacional.

Dos características sobresalen de este conflicto. Por un lado, los principales protagonistas —Rusia, Ucrania, Estados Unidos y la OTAN— recurren simultáneamente a retóricas justicieras y prácticas de escalamiento bélico. Por el otro, existen dos tragedias humanitarias que se sobreponen: la que padece primordialmente la población ucraniana con sus muertos y refugiados y la que sufren, en especial en el Sur Global, los sectores más vulnerables por hambrunas producto de la inseguridad alimentaria y por las consecuencias socioeconómicas planetarias derivadas de la inflación y los costos energéticos. Al tiempo que tales realidades justifican un creciente consenso internacional sobre la urgencia de poner en marcha un proceso de paz, la movilización de recursos económicos y militares de los dos lados indican la disposición hacia un conflicto prolongado y cruento. El primer aniversario de la confrontación se ha traducido en el refuerzo del ethos guerrero de Occidente, que descansa en el contundente liderazgo y suporte militar de Estados Unidos+OTAN a Ucrania y en su espejo ruso respecto a la nación ucraniana.  En Moscú, Kiev, Bruselas y Washington pareciera ser la hora de maximalistas que perciben a esta guerra como una oportunidad para reconfigurar sus diseños estratégicos de largo plazo. En todos los casos la geopolítica ha pasado a depender del poder duro basado en la fuerza dejando en segundo plano el empleo de valores y reglas, indispensables para alcanzar consensos colectivos multilaterales. Los dos bandos están más atentos a la confrontación militar que a propuestas para un cese de hostilidades y/o un armisticio, primeros pasos para abrir el diálogo.

La entrada de Brasil en escena

Brasil ha propuesto una iniciativa de paz porque la percepción de su diplomacia es que la principal amenaza es la guerra misma y no la acción de una de sus partes. Esta sería la distintiva diferencia con las razones que justifican la respuesta militarista de la OTAN y de Ucrania y, al mismo tiempo, lo que permite posicionarse desde una perspectiva crítica a la violación al Derecho Internacional que representa la agresión rusa. La decisión de presentar su propuesta con motivo de la discusión sobre una nueva resolución en  la Asamblea General de la ONU, aprovechando la ocasión del primer aniversario del conflicto, representó un paso en esa dirección.

La preocupación del gobierno Lula es subrayar la búsqueda de una paz “amplia, justa y duradera”. Esto apunta a una construcción política que solo puede ser alcanzada con la participación equilibrada de todos los actores involucrados. Al mismo tiempo Brasilia enfatiza que un empujón hacia la paz dependerá del mayor compromiso de actores internacionales con peso político, con mención específica a China.

Estos son los mensajes que se pretenden transmitir desde Brasilia: el sentido de urgencia para poner en marcha un sendero hacia la paz, y que sea el resultado de la negociación diplomática y no de la eventual victoria militar de una de las partes. Al referirse al contenido de una agenda de paz, el canciller Mauro Viera indicó que se requiere una agenda corta y básica que permitiese visualizar las precondiciones para llevar a las partes a una mesa negociadora.

En buena medida la política exterior resulta de un sutil equilibrio entre el imperativo doméstico y la responsabilidad internacional. En la presente coyuntura, Brasil se encuentra atravesado por la crucial necesidad simultánea de una despolarización interna y sosiego externo para recuperar su condición de potencia emergente de manera responsable. Esto tiene lugar en un contexto internacional muy distinto al de los inicios del siglo XXI, marcados por el intento de forjar un orden unipolar por parte de Estados Unidos con la “guerra contra el terrorismo” como leitmotiv.

La respuesta del gobierno de Lula 1.0 fue que “su” guerra era contra el hambre. Veinte años después, vuelve a plantearse una relevante diferenciación desde Brasil, pero desde otro lugar político y frente a una posición distinta de poder mundial de EE. UU. Mientras Biden insiste en la utilización de la guerra para cohesionar fuerzas domésticamente, para el gobernante brasilero el desafío de lidiar con la fragilidad del sistema democrático afectado por severas fracturas políticas nacionales reclama dialogo, pacificación y desarme. En este sentido, el gobierno Lula defiende la centralidad de la defensa pacífica de la democracia. Esta es la base legitimadora del activismo internacional que asume al promover una solución diplomática a la guerra rusa-ucraniana.

La posición brasilera enfrenta, sin embargo, diversos desafíos. En el plan doméstico, el voto de aprobación de la resolución de la ONU A/S-11/L7S condenando a la agresión de Rusia a Ucrania y demandando su inmediata retirada militar, al lado de las potencias occidentales, ha sido cuestionado por sectores internos  incluyendo a algunos del Partido de los Trabajadores.  Al mismo tiempo, la probabilidad de que Washington y Bruselas apoyen a la acción de Brasil parece remota, aún más después de las críticas que emitieron al plan lanzado por Beijing. Prevalece, en Occidente, la visión de que las iniciativas de paz cualquiera fuesen, sean apresurar los tiempos y favorecer a Rusia.

Entre los buenos oficios y un liderazgo periférico

Es indiscutible que hoy son escasos los recursos con que cuenta el gobierno brasilero para lanzarse en una cruzada por la paz en Ucrania. En términos diplomáticos, será esencial que Brasilia busque construir una red países asociados y de distinta procedencia regional, además del endoso de los órganos clave del sistema ONU. La diplomacia presidencial será la plataforma utilizada por el gobierno Lula para avanzar en esta dirección. Más que la intención de revindicar un multilateralismo del sur, la iniciativa de paz de Brasil representa una postura a favor del multipolarismo con el Sur.

Las articulaciones con socios de los BRICS como India y Sudáfrica, sumado a países como Turquía e Indonesia, buscan contestar la acusación de neutralidad por parte de los países en desarrollo al optar por no involucrarse, vía armamentos y sanciones, en el conflicto ucraniano. Al mismo tiempo, Lula busca sumar esfuerzos con otras propuestas de pacificación, particularmente la de China. Todos comparten aprehensiones frente a la escalada militar del conflicto y a las consecuencias económicas mundiales derivadas de la batería de sanciones a Rusia y de una potencial recesión después de años de pandemia. Este sentimiento recorre también a América Latina.

Resulta poco convincente, visto desde la periferia, que Estados Unidos y Europa aleguen que en esta guerra se juega la defensa de un presunto orden basado en reglas. Ese orden, de hecho, fue horadado por Estados Unidos y varios socios de Europa en distintas oportunidades desde el final de la Guerra Fría. A su vez, el fuerte esquema de sanciones a Rusia y el desacople entre Occidente y Moscú apunta a debilitar a Putin. No obstante, ello no parece acelerar la terminación de la guerra. De hecho, las acciones desplegadas, en particular, por Rusia, Estados Unidos y la mayoría de los países europeos apuntan a prolongar la confrontación.

Un comportamiento responsable sería el que procure una distensión entre las partes involucradas y la eventualidad de conformar una instancia de negociación. Una iniciativa de paz, como la de Brasil, puede comenzar con una fórmula genérica que, en su desarrollo conduzca a una alternativa realista a la guerra; lo cual no implica desconocer que en su momento habrá que precisar responsabilidades y reparaciones.

En la Segunda Guerra Mundial los países de Sur participaron en su condición de colonias o en razón de un alineamiento. Durante la Guerra Fría fueron escenario de disputas ajenas. En esta guerra con proyección global, si no apoyan el conflicto, sea del lado que sea, entonces son países que no existen; lo que remitiría a una especie de condición pre-colonial. De hecho, se estaría entre la opción de silenciarse, hablar en el vacío o insistir tozudamente en el valor de la paz. Es el momento de preguntarse por qué la paz y la negociación diplomática son percibidas en una guerra global como opciones tan disfuncionales para los que la promueven. Pregunta aún más necesaria cuando para gran parte de la comunidad internacional el conflicto plantea riesgos que pueden implicar resultados más crueles y letales, tanto para Ucrania como para el mundo.

Sobre la autora y el autor

Mónica Hirst es profesora de la Maestría de Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella(Argentina). Consultora independiente.

Juan Gabriel Tokatlian es vicerrector de la Universidad Torcuato di Tella(Argentina).

 

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