El odio, sentimiento abarcativo que invade la psiquis de quien lo experimenta, se constituye en un filtro que hará que el sujeto vea la realidad a través de él.
Como en todos los casos es sugerible preguntarnos no solo ¿por qué? en cuanto a su origen, sino también ¿para qué? Ya que todo lo que se sostiene, lo sepamos o no , tengamos mayor o menor consciencia de ello, está sustentado en nuestra subjetividad para permanecer como tal.
A partir de entender estos dos grandes interrogantes, o al menos hipotetizar sobre ellos: por qué y para qué, podremos establecer una línea que los une; me refiero al ‘cómo’, o sea a todo el andamiaje fáctico-conductual que será su manifestación.
Es altamente probable que el sentimiento de odio tenga, fundamentalmente, dos orígenes y ellos son: el miedo y la culpa.
El miedo y el deseo son sentimientos primigéneos en la regulación de la conducta para manejar nuestros impulsos y nuestros límites. Seguramente la contradicción primordial que vivimos los seres humanos está representada en la confrontación entre el miedo y el deseo.
Será el ¿puedo o no puedo? lo que finalmente permitirá la puesta en acto de una conducta puntual o sucesiva en el tiempo.
Cuando el miedo prevalece de manera sostenida sobre el deseo, la frustración consecuente podrá llevarnos a la depresión, que no es otra cosa que la declinación del deseo, o ese deseo insatisfecho puede llevarnos a observar que otros tienen lo que deseamos y generará hacia ellos, o lo que ellos representen, un sentimiento de aversión.
Aquí hay que hacer un alto para tocar un tema primario en el análisis de este conflicto, debemos incorporar el tema del poder.
Hay en general un concepto errado en la apreciación del poder. Poder es la capacidad de hacer, poder no es tener, sino poder hacer.
Podría alguien ser poseedor de La Pietà pero no podría hacerla, el poder fue de Micheangelo Buonarroti, que en su decir lograba sacar del bloque de mármol la escultura que estaba guardada dentro de él. Luego de finalizada la obra, su poder dejó de ser ejercido en ella, solo podría haber ejercido el poder de ocultarla al mundo, el poder de la avaricia y el egoísmo; pero al compartirla el poder se transfirió a los ojos de los otros, transmutó en el poder de admirar su belleza por todos los que hemos tenido la suerte de verla en persona o a través de imágenes.
¿Y por qué esta alusión al poder?
En la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel se dice que dos hombres se enfrentan en una lucha a muerte, pero uno de ellos se rinde ante el temor de morir. De aquí en más este será el esclavo que estará dispuesto a servir para no morir. El que no temió se convierte inmediatamente en amo, en el dominante y el esclavo en el dominado. Hay quienes dicen que en este mito Hegel marca el comienzo simbólico de la burguesía a través de la figura del amo y Marx considerará, posteriormente, que el esclavo será simbólicamente un nuevo sujeto constituido como el proletariado y el establecerá un discurso en defensa de sus intereses. Lo que en definitiva queda claro es que a partir de esta lucha se determinan un dominante y un dominado, una relación que por extensión podemos asumir como el establecimiento de una clase dominante y una clase dominada, que por supuesto, son mucho más antiguas que la burguesía y el proletariado. Lo que no se dice es que el vencedor, el amo, el que no temió morir, a partir de ser el vencedor se encontró con el miedo, ya que a partir de ese momento luego de vencer, durante todo el tiempo sentirá que debe defender su lugar de poder, llegando a la paranoia; y ese será el problema inicial.
La confrontación de los hombres que serán después amo y esclavo funge como acto confirmatorio de la propia existencia, de la consciencia de ser, es el sujeto que tengo enfrente el que me confirma a mi como sujeto, la otredad que confirma mi mismidad; pero es también al que viviré como amenaza de perder el poder conquistado, por eso a través de la historia el poder ha demostrado la voluntad de convertirse en sujeto único y considerar a los dominados como objetos. Cuando un objeto pretende acceder a la palabra y reconvertirse en sujeto el poder no lo tolera y si lo considera necesario reprime y mata, no extermina, sino no tendría quien le sirva y de quien servirse. El siguiente problema es que el dominado, aunque lo trate como un objeto y pueda llegar a matarlo es en definitiva su igual, mirado desde el punto de vista del dominante, su imagen especular, y dañar a quien es mi imagen y semejanza generará necesariamente culpa.
Tendrá entonces el poder dos problemas que lo perseguirán las 24 hs: la paranoia de perder su lugar de dominio y el sentimiento de culpa de dañar a un igual. El primer problema, la paranoia, lo soluciona con tropa mercenaria, que aunque surgida de las entrañas de los dominados, esté dispuesta a defender los intereses de sus amos y matar en su nombre. Para el segundo problema, la culpa, el poder encuentra una solución eficiente, no solo desconocer al dominado como sujeto transformándolo en objeto, a la vez le negará la condición de semejante y lo convertirá en inferior y despreciable, no valioso; este es el odio de clase, indudablemente menos costoso que la culpa desde lo emocional. Esto justificará la esclavitud, la explotación, la represión, el racismo, la xenofobia y el asesinato del que proteste, disfrazándolo de ejercicio de la ley.
Pero dentro del odio también hay matices, fundamentalmente porque las razones del odio no son iguales para todos los odiadores. El odio de clase de las clases dominantes, de los que realmente tienen el poder, reprime y mata, pero no extermina; sabe que necesita a los dominados como mano de obra, también a los desocupados, ya que la desocupación y el hambre son disciplinadores sociales. Este es el odio que remplaza a la culpa, un odio utilitario. Pero hay otros odios, el odio de la tropa mercenaria que cree ser parte de los intereses de sus amos y nos sus sirvientes y está dispuesto a matar y golpear a sus vecinos. Estos odian profundamente a los que representan a esos vecinos, al pueblo del que ellos en la práctica han renegado de ser parte, odian los discursos que sin nombrarlos los denuncian como desclasados. Capítulo aparte son los mercenarios de altos ingresos vinculados a los medios de comunicación. Sus manifestaciones de odio se parecen tanto a una impostura que ni siquiera está claro que odien, pero seguramente facturan. Estos tienen que odiar porque ya violaron su contrato de pertenencia con la comunidad y de esto no hay retorno.
Finalmente están los odiadores vocacionales, los que no reciben dineros sino que tienen como motor para su odio su propia frustración, su sentimiento de impotencia, su incapacidad de ser y de hacer, su necesidad de existir, los que son capaces de inmolarse para tener un minuto de fama, los que solo a través de la violencia pretenden establecer un nexo con la vida buscándola allí donde precisamente no existe. Estos, según necesidad, serán aplaudidos o silenciados por el poder real, son simples peones en el tablero de ajedrez de la realidad. Estos fueron la tropa genocida que protagonizó el holocausto en Europa.