El lenguaje dice de nosotros, frecuentemente mucho más en el cómo (hablamos) que en el qué (decimos). Parece un juego de dos realidades superpuestas en las que hay conectores variables que impiden la desaparición del vínculo pero que certifican el divorcio. Decididamente el relato de estas dos realidades es disímil pero referido al mismo objeto, la supuesta realidad, la que creemos o la que el discurso del poder nos impone por la capacidad coercitiva o por la creación de “sentido común” a través de los medios de comunicación corporativos del poder económico, el poder.
La cultura no es otra cosa que una resultante, la resultante de la relación entre los seres humanos y entre los seres humanos y el medio ambiente. Esto implica el modus operandi de cada sociedad, cada conducta está impregnada de ella. Así la historia y la antropología nos muestran que las poblaciones tienen características que las identifican según vivan en el llano o en la montaña, al borde del mar o alejados de él.
El vínculo con el medio determinará también el modo de producción. Pastoreo, pesca, agricultura, minería, industrias varias, producirán una impronta en la conducta y cultura de cada comunidad confiriéndole características distintivas. Así las mayores o menores dificultades para conseguir medios de sustento han moldeado conductas y cultura.
Y así también de acuerdo a la organización de cada comunidad, según que el poder resida en la comunidad o en una élite dominante habrán conductas de dominio por parte de la élite y de resistencia por parte de los más claros de la clase dominada. Las sociedades clasistas pueden ser más o menos represivas, más o menos controladoras y los mecanismos de control ser más o menos evidentes,pero siempre se traducirán en el lenguaje.
Pongamos ejemplos. La palabra atorrante es parte del lunfardo argentino y tiene un valor peyorativo y estigmatizante. Tiene dos posibles orígenes. Alrededor de las primeras décadas del siglo XIX se le daba como tarea a un esclavo tostar el café “torrar”. De allí si alguien se quedaba dormido mientras aguardaba el tostado se decía que torraba. La segunda hipótesis tiene que ver con el entubamiento de los arroyos de Buenos Aires en 1860. Se depositaron en la costa del río grandes caños hasta su entierro, en ellos solían refugiarse a descansar los indigentes. Los caños tenían grabado el nombre de su fabricante: A.TORRANT o A.TORRANS (parece no haber registro preciso). A partir de allí los indigentes eran los atorrantes, siempre con una connotación despectiva vinculada a su exclusión social que era básicamente una exclusión económica. Solidariamente, en el lenguaje popular torrar se generalizó como dormir y a la palabra atorrante se le alivianó la significación.
También como un acto de resistencia lingüístico a la clase dominante, en un país de economía primaria como el nuestro de principios del siglo XX, técnicamente una oligarquía, las clases populares le apocoparon su denominación y el ‘garca’ pasó a ser el que perjudica a otros, el cagador, en sabia asociación.
La destrucción por parte de la oligarquía terrateniente, producto del triunfo del partido unitario en el siglo XIX, de las unidades microeconómicas del campo, tuvo como consecuencia la migración de muchos pobres del campo a rebuscarse la vida en la ciudad poblando los arrabales. Esto trajo también la creación de otra expresión idiomática profundamente clasista y racista: “cabecita negra”. Negro era el pelo de estos migrantes internos mestizos de españoles y originarios. Hoy persiste el estigma en la expresión ‘negro cabeza’ que se asocia al pobre que tiene además como atuendo distintivo ropa deportiva y gorro con visera.
Escuchamos del establishment, o sea la voz de la clase dominante, que intentar hablar en las escuelas de pensamiento crítico es adoctrinamiento, no se considera tal estudiar una historia relatada por uno de los más conspicuos representantes de esa clase dominante, Bartolomé Mitre, diseñador de la “historia oficial”, una historia que deshumaniza a los actores de la historia real ocultando sus intereses humanos e inventando una mentira romantizada. Las maestras, inocentemente nos enseñan la palabra “denigrar”, o sea reducir a la condición de negro, para alguien que disminuye su valor. Así también a la invasión y el genocidio se les llama conquista, como si fuera el inicio de un noviazgo.
Y cuando logramos desembarazarnos del ‘algo habrán hecho’ y el ‘por algo será’, aparecieron en el lenguaje otras expresiones que curiosamente coinciden con algunos cambios tácticos en el ejercicio de dominación del imperio e inclusive en la geopolítica global. Sabemos que EEUU pasó de los mecanismos de acción directa con las dictaduras militares, a los mecanismos indirectos a través de la prensa, que siempre estuvo a su servicio, y del poder judicial. Cambiaron la ‘Escuela de las Américas de Panamá’, por la asistencia de jueces y fiscales a Miami desde la década del 90 para hacer ‘cursos’.
Ha hecho su aparición en nuestro lenguaje cotidiano el “como si”. Antes, si creía que alguien estaba enojado conmigo habría dicho: Fulano, parece estar o está, enojado conmigo. Hoy se dice: es ‘como si’ estuviera enojado conmigo. ¿Cuál será el porqué de esta afirmación a medias? ¿Está o no está? ¿Tendrá que ver tal vez con la virtualidad, con la incertidumbre cotidiana de un mundo determinado en su economía no desde la producción sino desde los manejos financieros? Con la percepción de una realidad tan volátil, que desde la prensa nos informan ascensos y caídas de las empresas que manejan el mundo en el orden de los miles de millones de dólares.
El problema indudablemente no está en el uso del “como si”. Esto es simplemente una reacción, un síntoma ante una realidad vertiginosa en sus cambios financieros y totalmente imprevisible en su devenir que los mercados nos obligan a aceptar desde el consumo. Simplemente flotamos en la superficie de una realidad que se nos impone desde el fondo del manejo económico de la vida en que somos efímeros, meros consumidores de bienes, servicios y minutos de fama propios o ajenos; por supuesto, solo los incluidos, los excluidos no cuentan.
Para jugar con el ‘como si’ puedo metaforizar que “es como si los ciudadanos de a pie fuésemos hormigas dentro de una habitación en la que los poderosos simplemente caminan.»