Hay que tener siempre presente que el sistema económico en que vivimos, que es el capitalismo, se caracteriza por la propiedad privada de las empresas y la defensa de la ganancia. La producción se desarrolla en ciclos, es decir que la producción y la carga de inversiones que la posibilitan, no son uniformemente anuales sino que tienen picos que se suceden periódicamente pero no de manera seguida. Por eso, tanto la producción como los ingresos son cíclicos: tienen un inicio de alza seguido por años de menor inversión hasta que se completa la amortización de esas inversiones. En estos años tampoco hay un aumento significativo de la ocupación y por lo tanto se produce un descenso de la inversión y la producción del ciclo, o lo que denominamos un ciclo descendente.

Hay otra vuelta al ciclo ascendente cuando la actividad se refuerza con nueva inversión. Generalmente, hay una serie de estos ciclos seguidos, poco diferenciados y que suelen denominarse ciclos cortos, presentes dentro de  ciclos largos. Cuando después de una serie de ciclos cortos se inicia una nueva fase de ciclo largo, la nueva serie de ciclos cortos está sujeta a condiciones diferentes. Ante todo, por la posibilidad de incorporar máquinas nuevas capaces de aumentar la productividad del trabajo, pero a la vez de absorber menos mano de obra, por lo que si esa mayor productividad no se traduce en mejores ingresos o en ampliar la producción, la mayor productividad no será acompañada de mayor demanda de trabajo ni mejores salarios.

Hasta ahora hemos estado hablando de ciclos productivos, es decir, de inversiones destinadas a la producción. Pero cuando hay que renovar las inversiones y, sobre todo, cuando se necesitan muchas más inversiones porque se está en presencia de un nuevo ciclo largo o de la posibilidad de introducir nuevas máquinas, y como las empresas compiten entre sí por obtener mayores ganancias, las que  lograron completar el ciclo exitosamente pueden autofinanciarse. O, en caso de incorporar nuevas máquinas, pueden  pedir crédito para comprarlas. Pero en esas circunstancias el pedido de crédito se extiende y aparece para el capital la posibilidad de invertir en prestar fondos o en créditos.

Habitualmente, los bancos están destinados a esa actividad por la que cobran una tasa de interés, pero cuando la crisis se extiende, los pedidos de crédito aumentan y se multiplican los proveedores de crédito, como en la actualidad, en que el capital destinado a préstamo es mucho mayor que el capital destinado a producir.

En estas condiciones, y particularmente desde 2008, se intensificó también la acumulación de capital sin destino posterior a inversión productiva, sino que simplemente se acumula, y obtiene ganancias porque el valor de las empresas, en condiciones normales muy atado a su capacidad de producir, está vinculado ahora preferentemente a su posibilidad de acumular. Esta se produce cuando un activo empresario es visualizado como capaz de valorizarse en el mercado, y como a través de ese medio puede obtenerse un mayor valor, a veces mucho mayor, la acumulación de este tipo, sin ninguna función productiva ni crediticia, adquirió mayor relevancia que las otras, y por eso el capital se acumula pero sirve cada vez menos para producir.

Esta es la consecuencia inicial de una crisis financiera extendida y lo que estamos viendo actualmente, en que la acumulación sin inversión se ha transformado en una mayor oportunidad de ganancias a través de la exclusiva valorización financiera, es obra de una crisis financiera tan extendida en el tiempo que parece no tener vuelta y conduce por lo tanto a una transformación del capitalismo.

Al mismo tiempo, el capitalismo se ha venido integrando paulatinamente. La integración es posible, más que en ningún sistema económico anterior, porque el capital de por sí siempre tiende a expandirse y no reconoce –en principio- ningún límite nacional, salvo para cuando a través del mismo obtiene ventajas, como con el de procedencia estadounidense. Por eso Estados Unidos, al reconstruir a Europa y Japón, integró al capitalismo desarrollado con el dólar, su propia moneda nacional e intensificó la presión imperialista sobre los países de menor desarrollo, haciéndolo más diferenciado para encontrar allí mano de obra barata para ciertas industrias que no llegaran a transformarlos en industrializados, pero esa situación se sostuvo hasta que la pudo sostener con su propia moneda nacional, que fue en 1971.

A partir de allí, en vez de buscar una moneda capaz de funcionar para la economía mundial, persistió con su propia moneda nacional pero auspició la formación de un sistema de crédito respaldado en el dólar y, con su desarrollo, también apoyado en las otras monedas nacionales capaces de funcionar como divisas, como la libra esterlina, el euro o el yen japonés.

Paralelamente, el sistema de crédito se ha transformado en un inmenso sistema de pagos derivado de las monedas, hasta un extremo de volverse cada vez más incierto, lo que vino acompañado por el fin del Estado de Bienestar de la posguerra y el comienzo, a mediados de los años setenta, de las políticas de ajuste, que se intensificaron durante los ochenta y dieron lugar al comienzo de la crisis en los años noventa.

Pero esas crisis estallaron ante todo en los países de menor desarrollo que venían intensificando su industrialización, que fueron llamados emergentes por su posibilidad de atraer más capital para las nuevas industrias, que –como estaba sucediendo en China- encontraban allí mano de obra más barata y se extendían por primera vez a todo tipo de industria, aún las más desarrolladas. Esto por tratarse de inversiones masivas que transformaban el conjunto del capitalismo hasta hacerlo cada vez menos diferenciado, por el impulso decisivo de China sobre las inversiones mundiales. Es decir, a instancias de China y de los países emergentes (que en realidad lo son por su industrialización) el capitalismo se transformó en esos años, y sobre todo en el primer decenio del nuevo siglo, en un sistema mucho más integrado.

Sin embargo, no lo fue para la Argentina. Como consecuencia del golpe de 1976 y de su herencia democrática, en que la clase gobernante, que sigue siendo la oligarquía terrateniente aliada al capital financiero que recicla sus excedentes y, más recientemente, a la burguesía agraria, de la industria agroalimentaria monopólica y a la nueva burguesía de los servicios privatizados, siguió bloqueando y limitando el desarrollo industrial.

Por eso, mientras en los noventa los otros países en desarrollo salieron de la crisis de entonces con más industria, la Argentina siguió el camino inverso: menos industria mediante más apertura externa, compensada con mayor deuda externa, y con la convertibilidad, que significó una igualdad imposible de sostener entre el peso y el dólar dado que se trata de monedas fruto de muy diferente estructura económica. La diferencia está sobre todo por la capacidad competitiva industrial, que en la Argentina ha retrocedido. Si bien con la convertibilidad se consiguió una estabilidad inicial de precios ficticia, esta terminó en la crisis de 2001, paralela a la crisis internacional. Así como la crisis internacional de 2001  fue encubierta haciendo creer que se trataba de una consecuencia del atentado a las Torres Gemelas, en la Argentina el fin desastroso de la convertibilidad fue tapado por los medios como si la gran crisis nacional de 2001, también verdadero antecedente de la de 2008, no hubiera sido causa de la convertibilidad, pero lo peor de ésta fue la aparición generalizada de la dolarización, intensificada después de 2008.

La transformación del capitalismo en un sistema mucho más integrado supone que lo que era una necesidad para América Latina en los años setenta, de una industria sustitutiva basada en el mercado interno, dejara de serlo en los noventa, cuando la alternativa era captar partes de industrias mundiales más complejas basadas en el fin del proceso de la industria sustitutiva, que se hizo presente en Brasil y en México, que además se integró al mercado industrial estadounidense, como lo hicieron los países del Asia Pacífico con China.

Pero la Argentina no pudo terminar su proceso sustitutivo. No hay que perder nunca de vista que esto fue como consecuencia de que entonces eso fue producto del bloqueo a la industrialización impuesta por la dictadura del 76 y su continuación en los ajustes de la democracia. Aunque esta política pudo modificarse en los gobiernos kirchneristas todavía bajo la misma pauta que en el pasado a raíz del bajo nivel industrial de fin de siglo, no respondía ya a una realidad latinoamericana sino a una particularidad argentina que había que superar lo más rápido posible, y esto es lo que hay que entender ahora.

Por eso, el PBI argentino, que hasta los años setenta estaba en el primer lugar en América Latina, quedó muy atrás del de Brasil o México. Incluso la recomposición encarada por Cristina después de 2008 no tuvo el resultado esperado y dio lugar a una recuperación económica insuficiente, que ella tampoco entendió (y nosotros tampoco). Esto porque la crisis financiera de 2008, al repetir las condiciones de lo sucedido en 2001, inauguraba una era de crisis insuperable, en que el capital financiero, se apoderó de la mayor parte del capital mundial de ese tipo y copar la alta tecnología.

En consecuencia la tecnología se aplica más lentamente pero no de manera decisiva porque no se sabe bajo qué condiciones se va a poder disponer de ella,. Se inauguró un capital que desea manejarse sin el dominio del Estado sino con el manejo de “su” propio mercado.

Por eso el combate, que ya empieza a perfilarse dentro del capitalismo más avanzado (crisis en Estados Unidos, fracciones de capital en distinta posición, incluso con empresas favorables a acordar con China), se traslada a todo el conjunto, incluso el del capitalismo chino forjado por el propio PC Chino. También por el capitalismo ruso, que hasta ahora cumplió una función muy distinta, que fue con una política nacionalista muy fuerte, restituir la fuerza cambiaria y monetaria rusa junto a una oligarquía que bajo esa garantía desarrolló a tal punto la industria de los armamentos que ésta puede frenar una incursión militar de la OTAN y amenazar a las grandes potencias, porque lo hizo con una industria de primera, lo que a su vez posibilitó un desarrollo industrial que elevó la competencia y calidad de muchas empresas haciendo que éstas puedan competir en Europa e incluso en Estados Unidos (como en el caso nada menos que de los motores de los cohetes).

Pero en la Argentina, la industria surgida del propio mercado interno, ahora minúsculo, ya es sólo una industria sin escalón superior de competitividad en circunstancias en que los países emergentes por su industria pueden exportarla cada vez más a China y a mercados desarrollados porque ganaron su inclusión en un mercado mayor al que nunca habían podido recurrir. Quedar atrapadas en un mercado inferior es una vuelta atrás. Esto no se ve si no se observa la evolución comparada del PBI argentino.

Que China y Rusia hayan adoptado el capitalismo, no es entonces una casualidad. Aunque en el caso de Rusia es consecuencia de que el sistema de “socialismo” aislado, no es un sistema superior, porque después de haberse universalizado el capitalismo y convertirse en un sistema mundial, sólo puede ser superado por otro sistema mundial.

China, una vez conseguido por el maoísmo el triunfo de la revolución y su implantación como estado nacional vencedor de la república de Chiang Kay Shek, hoy recluida en Taiwan, pero bajo soberanía china, puede llegar a disputar la hegemonía estadounidense porque lo hace desde el sistema mundial. De otra manera no hubiera podido captar inversiones y tecnología que, en forma aislada, disponer de ellas le hubiera llevado mucho tiempo. Es decir, participar en el sistema mundial donde hay un país –Estados Unidos- todavía muy por encima de los otros, y con el grado de integración alcanzado por el mismo desarrollo del sistema, fue la única manera de llegar a las tecnologías más avanzadas y disponer de un mercado mundial para los propios productos, y es ahora la única manera de desarrollar los propios.

Sólo avanzando sobre otros mercados, los países desarrollados alcanzaron más margen para acumular, pero lo hicieron avanzando sobre los menos desarrollados. De otra manera, pero también avanzando sobre otros países del sistema, ahora la misma China o los países emergentes que se están industrializando deben recurrir al mercado mundial para tener una acumulación de magnitud suficiente para desarrollar las nuevas tecnologías.

El mercado interno, así como era insuficiente antes para los países desarrollados, se ha vuelto insignificante ahora para los países que quedan aislados respecto a la magnitud que debe alcanzar la acumulación. De ahí que la exportación, así como es una limitación cuando restringe o empobrece el mercado interno, ahora es una condición para alcanzar un mercado interno más fuerte cuando se llega a disponer de ventas externas cada vez más avanzadas que es el riesgo de Rusia con su invasión a Ucrania, aunque en su caso pueda disponer de  su peculiar alianza con China, aunque es evidente que China elude por todos los medios esa situación.

Lo que es muy importante, quienes piden no pagar al FMI no tienen en cuenta las sanciones de Estados Unidos. Basta mirar el tremendo costo que significan para Cuba o Venezuela para entender que sería imposible sostenerlas en nuestro país, donde el gobierno de Cambiemos que recurrió al préstamo tuvo entonces el voto de una mayoría y en la actualidad hay una parte del electorado que lo sigue apoyando que está en paridad con el rechazo. Los argumentos de recurrir a juicios por la irregularidad de esos préstamos, que hasta fue reconocido por el FMI, tampoco tienen en cuenta cuanto tardarían en concretarse y cómo se sobrellevarían mientras tanto las sanciones. Son, desde todo punto de vista, imposibles de aplicar. Hay que tener en cuenta el terrible costo que esas sanciones tienen para Rusia y que hasta China trata por todos los medios de eludirlas: ni así parecen tener en cuenta el enorme golpe que significarían para el país, más aún en una economía que se ha contraído continuamente, aunque quienes sostienen estas posiciones parece que no lo advierten y hablan como si estuvieran en los años setenta. Ese es el problema del peronismo, que el mismo Perón siempre eludió. No sólo nunca se colocó en una posición que mereciera sanciones sino que después de la crisis de 1949 intentó atraer las inversiones estadounidenses incluso en petróleo.

La política económica de Guzmán consiste en batallar por mejorar las condiciones del crédito y disponer del mismo porque de lo contrario no habría dólares suficientes y el tipo de cambio escalaría hasta un nivel imposible de soportar. Su mérito consiste en que supo hacerlo conociéndolo desde adentro y que ha conseguido condiciones hasta ahora nunca reconocidas por el Fondo. Es cierto que hay límites, pero hasta ahora ha encontrado la manera de discutirlas desde adentro, sin salirse del sistema mundial, y ésta es consecuencia de la nueva condición del mismo, adquirida con el ingreso de China y de los países semiindustrializados emergentes que la clase dominante local soslayó para mantener sus privilegios. Un ejemplo es México, que pese a estar profundamente integrado a Estados Unidos, discute la política internacional estadounidense en América Latina respecto al rechazo de Cuba y Venezuela.

Al seguir interpretando la realidad mirando exclusivamente la situación nacional y sin tener en cuenta los cambios en el capitalismo mundial, quienes juzgan la política económica de Guzmán lo hacen con una ideología que se ha salido del contexto histórico. Perón, ante la vuelta al poder después de 18 años de proscripción, adoptó una mirada local y global muy diferente a la de los años cincuenta. En aquella época había sostenido una política anticomunista aunque en 1946 el peronismo reanudó las relaciones con la URSS que habían sido interrumpidas después de la Revolución de Octubre. La política anticomunista se debía al apoyo militar nacionalista inicial del peronismo, a la disputa por la hegemonía ideológica sobre la clase obrera, y también a la idea del comunismo local de que Perón tenía una ideología nazi, cuando lo que en realidad sostenía era una tercera posición respecto a la confrontación mundial, que llevaba implícita la neutralidad, juzgada entonces como favorable al Eje, la alianza en la Segunda Guerra Mundial de Alemania con Japón e Italia. Pero con Gelbard como ministro de Economía se inició una fuerte relación comercial con la URSS y el Partido Comunista local tuvo una posición más cercana al peronismo. O sea que la ideología peronista construida en el primer peronismo fue modificada por la política de Perón a su vuelta. Sin embargo, la izquierda peronista combatió a fondo a Gelbard y no lo defendió cuando fue atacado por la derecha, a la muerte de Perón, aunque pocos años después, ya derrotada la guerrilla, esta posición varió completamente.

Esa descolocación ideológica es lo que sucede ahora con el socialismo, que sigue apostando a una revolución obrera cuando no ha habido ninguna de las pocas comenzadas que se afirmara, y la soviética terminó siendo muy diferente porque la URSS de entonces era un país mayoritariamente campesino y esto fue determinante en el destino de la revolución. De la misma manera, la revolución cubana tampoco pudo ser una revolución obrera, pero sobre todo para el trotskismo, esas revoluciones tenían que ser dirigidas por la clase obrera, y esa fórmula subsiste en la actualidad, cuando la revolución tecnológica modificó drásticamente las condiciones sociales de la Revolución Industrial, que impuso a las máquinas como eje de la producción.

De esa manera se determinó el protagonismo social de la clase obrera, mientras que con el desarrollo tecnológico lo que hay en la actualidad es una pobreza generalizada por el crecimiento del desempleo debido a que la manipulación digital de las máquinas, sustituyó a su manejo manual y es improbable que se vuelva atrás en la revolución tecnológica, sino que seguramente aparecerá una forma de combate social generalizado para crear un salario universal para ocupados y desocupados y así producir al máximo de productividad y poder repartirla socialmente, y ésta será también una creación del nuevo sistema mundial a construir colectivamente.