Podían haber desgarrado el cielo los sonidos de erkenchos, quenas y zampoñas que dibujan el rosto de Milagro, y resuenan ancestrales en los cotos de Gerardo Morales, a pesar de ese Morales.

Podían haber llorado las vidalas que dibujan los rostros de los hallados en el Pozo de Vargas, en Tucumán. Y los cantos del azúcar amargo que fundamentaron zambas narradoras de luchas, dolores y esperanzas.

Los cantos a mineros, labradores y copleros de Castilla.
Los de alerta y desafío de un Marziali adornado con las guitarras luminosas de Cuyo, invitando por cogollo al brindis por el nuevo tiempo.
Los de Armando y Hamlet diciéndonos que la esperanza no muere y el destino nuevo es indisoluble de un ayer combativo y un mañana de Patria Grande.

Podrían haber gritado su majestuosidad las montañas catamarqueñas heridas en su corazón minero.
O una chaya anunciando el próximo digno y alegre carnaval.
O las mujeres recordando su presencia en la historia, con las canciones de Ariel Ramírez.
O los amores delicados representados en la Tonada del viejo amor.

Podrían haberse juntado copleras para gritar sin altavoces sus orígenes, que son los mismos de Evo. La baguala ya es una altavoz en sí misma y nos devuelve orígenes milenarios.

Podría haberse reafirmado
en verduleras litoraleñas que las aguas son nuestras y ya les echaron el ojo. Y también la fiesta, chamameceando de lo lindo con miles de bailes abrazados.
Podría habérsele sacado polvo al asfalto, a pura chacarera.

Tal vez hubiese sido posible encontrar lo que Santiago Maldonado buscaba en su camino, al compás de un loncomeo y su cultrum.

Y qué decir de una tonada cruzando la cordillera, de un tango y una milonga yendo y viniendo entre dos orillas, de un Ayala recordando por décimas los atropellos históricos al Paraguay, pero también su propia dulzura en una guarania melancólica y amorosa.

Cuánta ausencia de la canción que trazó el camino de la Patria!!
Cuánta Patria desnudada en la canción!!
Cuánta Patria cantada con una sola mirada, que también es necesaria, pero pareciera empecinarse en su exclusividad para representarla.

Y cuánta ignorancia.

Si no levantamos el grito, correremos el riesgo de instalar una vez más la inercia de suponer los quehaceres culturales como frívolos pasatiempos, cuando en realidad debieran ser las vías regias hacia el pensamiento crítico de las mayorías populares y la recuperación de sus mitos y místicas colectivas.

Las crisis sociales también podrían definirse por la canción que se cante, pero ojalá entre nosotros no sea necesario recurrir a una seguramente estúpida estadística.

Por suerte tenemos un excelente Ministro de Cultura, que sabrá cómo lidiar con cierta zoncera girando alrededor.