En general, uno no pensaría que las palabras puedan entablar una guerra; pero si podemos pensar en las palabras como elementos, como objetos abstractos, como símbolos con sonido y escritura, casi ‘seres a los que damos vida’ con existencia gráfica y sonora. Como cualquier elemento su funcionamiento estará determinado, no necesariamente por su función específica sino por la que quien las use determine.
Se puede martillar con una pinza y ello no la convertirá en martillo, también se puede martillar con una palabra o con un conjunto de ellas, hay variedad de verbos que sirven a tal efecto.
Hay palabras que nos ubican en el tiempo y en el espacio, administran la subjetividad de las cantidades o nos dicen el como de las cosas, como los maravillosos adverbios. Palabras que nos designan o nos permiten señalar y designar a otros; pero lo que sí es notable es que hay palabras que abren espacios, simbólicamente puertas, y otras que los cierran. Quiero referirme a ellas y al espacio en el que juegan.
El espacio no es otra cosa que la realidad, o lo que cada uno de nosotros considera realidad, por pensamiento propio o impuesto, y consciente o inconscientemente cada vez que nos referimos a ella ejercemos una práctica racional y emocional indivisible que es el análisis.
La llave del análisis, la que libera sus puertas y sus paredes, creo que es el sustantivo, interesante nombre de lo visible y lo invisible, de lo concreto y de lo abstracto, poseedor de una función totalizadora. Cuando digo piedra, digo todas las piedras, del planeta tierra o del universo; mas cuando a ese sustantivo le agrego una calificación de grande o pequeña o cualquier otra, necesariamente achico la piedra en su concepto, la limito, determino una definición y toda de-finición finiquita, decreta el final del análisis.
El lenguaje de la ciencia es sustantivo, registra hechos o conceptos y los relaciona, hace abstracciones o concreciones; pero siempre abre puertas a conocer más, a profundizar en todas direcciones las múltiples posibilidades de la realidad o del pensamiento, inclusive de la sensibilidad.
El análisis sustantivo es siempre una puerta a la aventura, una decisión de caminar un camino que no necesariamente tendrá un destino conocido, sino más bien incierto; es más, la incertidumbre puede ser frecuentemente uno de los grandes motores del análisis. Lo que sí es claro, es que este análisis sustantivo se nutrirá de hechos, y en todo caso de miradas sobre la realidad que tengan una fundamentación que las sostenga, con la aclaración de que son miradas a la espera de hechos que las certifiquen.
Como sostenía Karl Popper, uno de los grandes aportantes a la lógica científica, lo que hoy conocemos como epistemología, con su planteo de falsación: “Toda verdad científica debe ser falsable, la afirmación que no sea falsable no es ciencia, es religión”. Entendemos como falsabilidad la condición de cualquier conclusión del análisis científico, o en este caso de la realidad, que ante la aparición de nuevos elementos sustantivos para ese análisis pueda modificar dicha conclusión.
Entonces, si el sustantivo abre puertas ¿Quién las cierra? Parece ser el adjetivo, el que califica, y cuando lo hace pone un freno al análisis.
No expreso esto para condenar al adjetivo, tiene gran utilidad para establecer categorías, para definir lugares, para opinar sobre si algo nos resulta agradable o desagradable, para transmitir
descripciones a nuestros semejantes. Tiene al menos tres características que veo como sobresalientes: Sus posibilidades aditivas o acumulativas, o sea que se pueden sumar adjetivos. Por ejemplo: bello, esplendoroso, etéreo, etc. También podemos decir: criminal, terrorífico, inhumano, y así seguir calificando por lo positivo o lo negativo. Es obvio que establece límites; después de ser emitido tiene el valor de una sentencia que se pretende indiscutible para quien la pronuncia. Y, en tercer lugar, se presenta como la gran herramienta de expresión de nuestra subjetividad, todo lo que hay guardado en nuestra memoria emocional.
Mientras el sustantivo se refiere a cosas, permitiendo el análisis al observarlas como hechos o como objetos para intentar su comprensión, configurándose entonces como representante del pensamiento objetivo, que por otra parte quizá sea el que nos permita la mayor cantidad de acuerdos entre los seres humanos, (por eso la ciencia tiene una utilización y aceptación generalizada en toda la humanidad que tiene acceso a ella), el adjetivo remite a la subjetividad, que rebosará en significantes culturales y personales que marcarán necesarias diferencias entre nosotros.
No me parece que esta realidad de las palabras deba calificarse como mala o buena, en un intento de ser objetivo pretendo ser descriptivo de las herramientas lingüísticas con las que construimos nuestros discursos. Pero siempre podemos configurar a las palabras como armas y establecer entre ellas la guerra mencionada al inicio de este texto.
Si expongo, por ejemplo, una tesis científica, sea desde las ciencias físico matemáticas o desde las ciencias sociales, con una consiguiente demostración a partir del análisis objetivo (sustantivo); esta podrá ser cuestionada desde otro lugar de análisis para demostrar su certeza o error con los medios presentes de comprobación. Pero si la respuesta a esta exposición es una calificación sin fundamentos, surgida del parecer de alguien o algunos, tal respuesta será una mera exposición emocional de la subjetividad de los que la pronuncian o encubrirá detrás de una expresión subjetiva una intención objetiva de un interés oculto.
Según el diccionario de la RAE, la primera acepción mencionada de la palabra charlatán es: que habla mucho y sin sustancia, esto es sin fundamento. Tengo la certeza de escuchar a diario, comunicadores que hacen exhibición notable de cataratas de adjetivos sin una demostración racional basada en hechos que los justifique. Frecuentemente abundan en referencias a opinadores que tampoco justifican sus dichos, simplemente hacen afirmaciones y adjetivaciones sin demostración. Se me hace inevitable recordar a Platón en su apología de Sócrates, del que dice que dijo a sus jueces: Ustedes que dicen ser sabios no pueden dar razón de sus asertos, en cambio yo, solo sé que nada sé. Justamente el crimen de Sócrates fue el ejercicio de la mayéutica, método al que llamo así por ser su madre partera, mayeuta en griego. Afirmaba que la verdad estaba dentro nuestro y había que sacarla a la superficie, por eso su interminable cadena de ¿por qués? para encontrar el fundamento de cada afirmación. Otra de las acepciones del diccionario de la RAE para la palabra charlatán es: embaucador. Al que le quepa el sayo que se lo ponga, dice un viejo refrán. Yo creo que les calzaría justo a muchos empleados comunicadores de los medios de prensa vinculados al gran capital.
Nuestra mente podría ser comparada con un iceberg, que como sabemos tiene mucho más hielo bajo la superficie del agua en que flota que lo que muestra en superficie. Lo que sobrenada representa nuestro consciente, y por debajo el inconsciente. Esto no es una simple afirmación, sabemos por las neurociencias que filogenéticamente, o sea en el proceso evolutivo, nuestro sistema límbico, la parte del cerebro en que se asientan las emociones y la memoria, son previas a la corteza cerebral, donde se cumplen las funciones racionales; por lo tanto es imposible que cualquier proceso cerebral sea exclusivamente racional, siempre nuestro inconsciente, donde radican nuestras emociones, nuestra subjetividad, estará presente.
Cómo manejar un adecuado equilibrio entre los sustantivos y los adjetivos cuando hablamos de otros o estamos desarrollando un relato. Creo que el tema no pasa por ensalzar al sustantivo y condenar al adjetivo, ambos necesarias herramientas del lenguaje que se muestran imprescindibles para la comunicación humana. Además, queda claro que somos seres pensantes pero también emocionales, por lo tanto es natural a nosotros expresar nuestra subjetividad y nuestro raciocinio. La garantía de ecuanimidad, de equilibrio en el discurso, estará dada por un sustantivo abstracto: honestidad; que por supuesto puede ser adjetivado calificándonos de honestos… o no.
En la antigua Grecia surgió una palabra que todavía sobrevive aunque ha modificado sus significados, la palabra es: “idiota”. Así se denominaba a los ciudadanos que se negaban a participar en política. Siendo los griegos muy afectos a la participación en su democracia, dedicaban horas a analizar el devenir de los acontecimientos que consideraban de interés público y su mejor resolución. ¿Estaremos nosotros inmersos en una sociedad de idiotas que se niegan a pensar y solo repiten los adjetivos sin sustento que les dicen los charlatanes?