El ingreso al bloque de países del sur global trajo una discusión que parece atrapada entre dos enfoques: el hiper-occidentalismo y el sinofilismo.

La reciente invitación a la Argentina para unirse como miembro pleno del BRICS a partir del 1 de enero de 2024 ha desencadenado un infrecuente e interesante debate en plena campaña electoral. Sin embargo, estuvo plagado de arraigados lugares comunes, omisiones de realidades globales, y propagación de ideas anacrónicas. En lugar de una discusión acorde a los tiempos contemporáneos, parece que estuviésemos atrapados entre dos enfoques naïve que, al fin de cuentas, obstruyen una deliberación ponderada: el hiper-occidentalismo y el sinofilismo. En el fondo, no hay intercambio de ideas; existen dos monólogos que se tornan auto-referenciales.

El hiper-occidentalismo incluye diferentes corrientes de pensamiento, algunas de las cuales expresan, con argumentos más propios de la Guerra Fría del siglo XX, una postura férreamente anti-China, mientras que otras promueven un alineamiento tenaz con Estados Unidos como si el plegamiento (bandwagoning) o el contrapeso (balancing) fuesen las únicas opciones estratégicas disponibles. Por otro lado, el sinofilismo presenta diversas manifestaciones, aunque es importante señalar que no siempre sus seguidores tienen un profundo expertise sobre China; varios propugnan, por motivos y objetivos distintos, una mayor influencia china en el escenario internacional. A pesar de las variaciones entre estas posturas, lo que prevalece en ciertos casos son interpretaciones simplificadoras y carentes de matices sobre el mundo, las relaciones internacionales y las alternativas de inserción de la Argentina.

Es crucial resaltar que, como síntoma característico de esta época, una parte no insignificante de la élite sigue aferrada a mapas cognitivos y narrativas sobre la política exterior que no se corresponden con la mutabilidad y complejidad de la realidad global. Esta falta de sincronización entre percepciones y contemporaneidad se manifiesta en una serie de fenómenos inquietantes, tales como la obsolescencia cognitiva, la desconexión temporal, y la adhesión dogmática. En otras palabras, sectores influyentes de la dirigencia argentina mantienen creencias, valores y conocimientos que carecen de relevancia o aplicabilidad en el contexto actual. Esto implica la existencia de una brecha significativa entre lo real y lo ilusorio. Se trata, en esencia, de puntos de vista que no solo están desfasados respecto al presente, sino que además ignoran las tendencias y retos fundamentales que están configurando el sistema global.

No obstante, es importante reconocer que el caso argentino no es un fenómeno especial o aislado; existe una abundante literatura en el campo de las relaciones internacionales que ofrece una comprensión sólida de cómo los mapas cognitivos y los sistemas de creencias de las élites ejercen una influencia significativa en las políticas exteriores. Como lo señaló Jeffrey A. Hart en su trabajo sobre Latinoamérica titulado “Cognitive Maps of Three Latin American Policy Makers”, las políticas exteriores de los estados de la región están fuertemente influenciadas por los mapas cognitivos y sistemas de creencias de sus élites. Algunas de las razones son las siguientes. Primero, las acciones de política exterior suelen estar menos limitadas por la opinión pública o las burocracias en comparación con otras partes del mundo. Segundo, los líderes tienden a adoptar enfoques dogmáticos en la formulación de políticas priorizando la coherencia entre sus anuncios y sus ideologías; lo que a menudo reduce las posibilidades de prácticas incrementales, graduales y pragmáticas. Y tercero, se observa que los cambios en el liderazgo de los países latinoamericanos a menudo desencadenan profundos virajes en las políticas exteriores que reflejan las creencias y valores de los nuevos mandatarios. Lo anterior afecta la capacidad de comprender y aprovechar el sistema internacional, al tiempo que tiende a producir marchas y contra-marchas estratégicamente contraproducentes para los intereses nacionales de los países del área.

Si bien estas premisas pueden parecer generales, son fundamentales para contextualizar el debate sobre política exterior argentina. En nuestro país, carecemos de una opinión pública atenta y exigente respecto a los asuntos mundiales y de un esquema institucional enraizado y con relativa autonomía en el frente externo. A ello se agrega la tentación de tomar decisiones improvisadas, la gravitación casi excluyente de la política interna en ciertas coyunturas, o la actuación como “free riders” en el escenario internacional sin evaluar cuidadosamente las implicancias de mediano y largo plazos de cada decisión contemplada o adoptada. De allí que los mapas cognitivos erróneos pueden afectar de manera sustantiva la inserción del país. Es importante recordar que, en esencia y en tanto política pública, la política exterior más exitosa es aquella que alcanza un sutil balance entre el imperativo doméstico y la responsabilidad internacional.

Premisas para dosificar nuestra participación

Nuestra perspectiva en este debate no apunta a ser una posición intermedia entre el hiper-occidentalismo y el sinofilismo. Sugerimos localizar la discusión en un plano distinto y quizás más promisorio a favor de un intercambio fundado de ideas, posiciones y recomendaciones. Al analizar la eventual participación de Argentina en el BRICS — algo que solo sabremos con un gobierno entrante — , debemos sopesar los desafíos y las oportunidades que van más allá de los eventuales dividendos económicos que, sin duda, son trascendentes, pero que tal vez no sean tan evidentes y tangibles a corto plazo.

La participación en BRICS cobraría más sentido estratégico si se concibe al grupo como lo que en realidad ha devenido: una plataforma política y diplomática que puede revitalizar la posición de Argentina en un cambiante escenario internacional. Un país como la Argentina que viene padeciendo un prolongado declive debe tener un norte preciso: reconstruir poder y recobrar influencia. Para ello sugerimos lo siguiente: en primer lugar, si bien es evidente que China ha sido el principal impulsor de la expansión del grupo, esto no impide que analicemos de manera más rigurosa los propósitos de los otros países que también han mostrado interés en que el grupo se amplíe. Los BRIS de BRICS cuentan y comprenden que, de alguna manera, el aumento en el número de miembros fortalece su capacidad de acción tanto de manera colectiva como individual. No se trata únicamente de lo que “ganó” Beijing; la ampliación no fue impuesta, sino que se gestó y negoció, y todos entendieron que también algo ganaron.

En segundo lugar, cabe destacar que el aumento en el número de miembros en BRICS ha agregado una capa adicional de complejidad al proceso grupal. Esta dinámica nos lleva a reflexionar sobre las lecciones aprendidas de otros mecanismos que no lograron, en la práctica, un equilibrio adecuado. El G7, por ejemplo, ha demostrado ser un grupo muy exclusivo que, habiendo intentado y fracasado en la incorporación de Rusia, se ha tornado una agrupación que, al menos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, ha quedado supeditada a Estados Unidos y su agenda. En general, las cumbres continúan celebrándose, pero el impacto global de estas reuniones y sus conclusiones es mucho menos ostensible que hace algunas décadas. Por supuesto que constituye un pilar del Occidente (más Japón) más industrializado, y su poderío es elocuente. Sin embargo, su accionar no moldea completamente el escenario mundial y es visto cada vez más desde el “sur global” como un ámbito que sólo registra las preferencias de sus miembros con escasa consideración del mundo emergente de la Posguerra Fría y de sus demandas. En el fondo, el G7 parece seguir operando como si la Guerra Fría nunca hubiese terminado y como si Occidente fuera el insuperable centro de gravitación del mundo.

Sin duda, el liderazgo de China se ha fortalecido en las últimas décadas y ahora se enfrentará al desafío de persuadir a una gama más heterogénea de actores dentro de un BRICS ampliado y, en consecuencia, deberá ser más concesivo para la obtención de acuerdos. En este contexto, el nuevo BRICS puede ofrecer un espacio para un “compromiso constructivo” de parte de China. Estaríamos entonces ante la necesidad de que todas las partes se involucren en un diálogo político más inclusivo y de una toma de decisiones más equilibrada en los asuntos globales. Es cierto que ya existían tensiones dentro del grupo, como lo demuestra la histórica disputa fronteriza entre India y China, y la posibilidad de que surjan nuevas tensiones no es inimaginable. Sin embargo, lo crucial es que el BRICS no se estanque, sino que se fortalezca y mejore su capacidad de negociación. En últimas, ninguno de sus miembros actuales vetó el aumento de nuevos países y todos se acomodaron pues en conjunto procuran aumentar su reconocimiento, visibilidad e incidencia.

En tercer lugar, no debe olvidarse que en el BRICS ya existen contrapartes fundamentales para la Argentina. En particular, Brasil, que desempeñó un papel crucial en el impulso de la membresía de nuestro país, es nuestro principal socio estratégico, la figura más destacada en términos de nuestro comercio bilateral y un actor clave en la gestación y proyección del MERCOSUR. China, por su parte, se posicionó como el principal importador de productos argentinos y el segundo destino más importante de nuestras exportaciones en 2022, además de ser uno de los mayores inversores en Argentina durante las últimas dos décadas. India, en el mismo año, ocupó el quinto lugar en términos de nuestras exportaciones y ya triplica nuestro comercio con países como España. Sudáfrica, por su lado, desempeña un papel esencial en la Zona de Paz y Cooperación en el Atlántico Sur, establecida en 1986, y que Argentina ha buscado reactivar en los últimos años. Todos los países del BRICS han acompañado desde hace tiempo la posición del país en el tema Malvinas y, en especial en lo que respecta a la necesidad de reanudar las negociaciones entre nuestro país y el Reino Unido sobre la soberanía de las islas. Ciertamente, rehusar un análisis de costo-beneficio basado en la evidencia disponible, así como de la evaluación realista de las tendencias globales en diferentes esferas, para decidir la aceptación (o rechazo) de sumarse al grupo sería algo incomprensible.

En cuarto lugar, incorporarse al BRICS no debiera ser concebido como la panacea diplomática ni como el terreno para emprender iniciativas apresuradas o precipitadas. La mejor manera para la Argentina de dosificar su participación en un BRICS ampliado es a través de una diplomacia prudente y moderada. Nuestro país, en su estado actual y en el futuro inmediato, no se encuentra en posición de elevar su perfil por encima de sus capacidades. En vez de optar por la sobreactuación o el retraimiento, es preferible seguir una diplomacia basada y desagregada en temas precisos, acciones cautelosas y logros tangibles.

BRICS debiera ser analizado como un espacio que promueve un reequilibrio dentro de un sistema internacional distinto al de la Guerra Fría, antes de ser visto como una alianza contra el G7 o como un simple seguidor de China (esto último implica estudiar y entender mejor el caso de India y la relación con su vecino). Identificar al BRICS como un foro para un soft balancing y no como el lugar para desplegar una counter-hegemony es relevante. Brasil, India y Sudáfrica, al igual que la Argentina si ingresase, buscan re-equilibrar las relaciones internacionales, no desestabilizarlas; son los países claves para mostrar que una cosa es no ser parte del Occidente clásico y otra distinta es ser anti-Occidental.

Un BRICS ampliado deberá convivir, seguramente, con cierta tensión derivada del hecho de que algunos países del grupo están insatisfechos con el orden existente y desean aportar a su transformación y otros son revisionistas y quieren rehacerlo. No comprender estos matices podría llevar a que un nuevo gobierno, diferente al actual, rechace la invitación, lo que además de una bofetada a Brasil que procuró sumarnos, podría hacer que el país sea percibido como un abanderado tardío de un Occidente que tampoco es lo que fue en el pasado.

Y en quinto lugar, es imperativo que la dirigencia argentina actualice sus mapas cognitivos para reflejar la realidad continental y mundial. Estereotipos, prejuicios, anacronismos y ligerezas no pueden ser el repertorio central del modo en que pensamos y actuamos en materia internacional. La crisis actual en el orden global puede interpretarse como el ocaso de una larga pauta histórica de predominio de Occidente (sus valores, reglas, instituciones, intereses y creencias) que se extendió durante tres siglos. Esto podría marcar el inicio de una nueva era cuyos contornos aún se encuentran en proceso de definición. Algunos analistas señalan el cambio hacia un nuevo orden más política y culturalmente diverso y plural, pero al mismo tiempo, económica e institucionalmente interconectado y disputado en una escala más amplia.

Es importante comprender que esta transición hacia un mundo post-occidental no implica la desaparición ni la decadencia de Occidente, aunque ya no ostentará una posición preponderante. La participación de la Argentina en el BRICS representa, en este particular momento, una valiosa ocasión para aumentar nuestro conocimiento y comprensión sobre el mundo no occidental y nutrirnos material y culturalmente de ello. Podemos, además, complementar eso mediante la construcción de coaliciones temáticas o de nicho con los miembros actuales del BRICS y con algunos de los países que se incorporarán en 2024.

En suma, la invitación a la Argentina para unirse al BRICS representa un reto y una alternativa estratégica que debe ser aprovechada con sensatez y sin aspavientos, centrándose en los intereses nacionales a largo plazo.

 

FUENTE:
Cenital
https://cenital.com/la-argentina-y-el-brics-oportunismo-u-oportunidad/

Autores:
Juan Gabriel Tokatlian
Bernabé Malacalza