Recientemente, señalé que una vez más—como sucede cuando se anuncia e indaga el “regreso de la geopolítica”—la noción de Estado revisionista recuperaba un lugar decisivo en los análisis sobre la política mundial. Cuando se habla y escribe sobre tal tipo de Estado se refiere, básicamente, a una condición de insatisfacción: un Estado insatisfecho con el orden internacional vigente y con la distribución de poder prevaleciente. Por ello, dicho Estado tiende a ser agresivo y extremoso: el propósito principal es desbaratar y, de ser posible, sustituir las reglas, principios e instituciones existentes en el plano global. En ese sentido, a mi entender lo más elocuente de Donald Trump 2.0 es que aspiran, él y la coalición gobernante, a transformar a Estados Unidos en una potencia revisionista, combinando una política pendenciera, expansionista y abusiva frente a adversarios, aliados, socios y súbditos por igual.
Con ese telón de fondo, menciono dos reflexiones muy estimulantes a los fines de evaluar la Argentina presente. Erin K. Jenne, profesora de relaciones internacionales de la Central Europe University, publicó en 2021 un texto en International Affairs sobre el revisionismo en política exterior. Ella lo define como las prácticas “orientadas a reconfigurar fundamentalmente la posición de un Estado en el sistema internacional y/o con relación a los Estados vecinos”. A su turno, Jenne subdivide el revisionismo en el frente externo en dos tipos: el sistémico y el lateral. El primero se manifiesta, entre otros, a través del retiro de organizaciones y regímenes internacionales con el propósito de alterar las instituciones mundiales y rechazar la autoridad de organismos supranacionales. El segundo se despliega no sólo en actitudes irredentistas frente a los vecinos, sino también a través del “endurecimiento de las fronteras, el aumento de restricciones migratorias, y la prohibición de asilados” de países próximos.
Por otro lado, en 1994 Randall L. Schweller, profesor de ciencia política de la Ohio State University, publicó un texto en International Security sobre el retorno de los Estados revisionistas y el plegamiento (bandwagoning) en política exterior. A su entender, los Estados (en especial, del entonces Tercer Mundo) no se alineaban con actores poderosos en razón de cuestiones de seguridad, sino para obtener dividendos tangibles: existía una “expectativa de ganancia” cuando un gobierno se plegaba activamente a una potencia, fuese revisionista o favorable al estatus-quo. En clave anglosajona, los Estados periféricos buscaban más “profit” que “security”, y si eso lo ofrecía más un poder revisionista pues el alineamiento era con ese mejor “proveedor”.
Vuelvo entonces al principio. El segundo mandato del presidente Donald Trump expresa hoy el mayor intento de enraizar el revisionismo en materia internacional. El primer mandato del presidente Javier Milei apunta a replantear plenamente la política exterior del país en una línea que, siguiendo, a Erin Jenne, podría denominarse un revisionismo más sistémico que lateral; al menos hasta el momento. A su turno, Milei ha sido el mandatario más audaz y ambicioso en medio siglo en su intención de abrazarse sin reservas a Washington, procurando lograr apoyos financieros y beneficios materiales que sostengan su propuesta libertaria interno. En consecuencia, quizás sea conveniente estudiar más profundamente las relaciones exteriores de la Argentina en tanto proyecto revisionista periférico. Entender sus pilares, discernir sus lógicas, detectar sus contradicciones, ponderar sus logros y precisar sus alcances.