Para el monetarismo, que es centrar la política económica en la de índole monetaria, la inflación es una consecuencia del déficit fiscal o de una oferta monetaria excesiva que alienta un exceso de demanda y la suba de los precios. Bajo esa óptica, enarbolada siempre como una lógica probada que no admite discusión, si se contrae el gasto público usando menos ingresos del Estado en gastos sociales y empleo público, la suba del dólar se contendrá. De la misma manera, si el BCRA, que tiene a su cargo la oferta de moneda, la eleva, éste exceso se trasladará a los precios y se provocará inflación. Por consiguiente, el congelamiento de la oferta monetaria aseguraría terminar con la inflación. Sin embargo, el gobierno aplicó una política de reducción del déficit fiscal primario, que es el empleado en el gasto público, y la inflación no desapareció sino que se intensificó, pese a que tuvo momentos en que disminuía, pero no por mucho tiempo y siempre sin conseguir volver a los niveles en que no había un límite tan estricto para el gasto público. Apelar a la suba de la tasa de interés para controlar el dólar resultó absolutamente inútil para bajar la inflación. El congelamiento de la base monetaria tampoco sirvió para bajar la inflación. El fundamento que sostiene la receta es equivocado o hay, además, un elemento que funciona de manera distinta a lo que supone esa decisión.

En primer lugar, lo que no se tiene en cuenta es que si la moneda cumple una doble función, de hacer frente a las transacciones y de posibilitar el ahorro, en la Argentina estas funciones están divididas: el peso, la moneda local, se usa para las transacciones, y el dólar se usa en gran medida para ahorrar. Por consiguiente, si el dinero disponible se usa para las transacciones y para el ahorro, una parte del mismo será convertido en otra moneda, preferentemente dólares para posibilitar el ahorro. El motivo es la alta inflación existente, ya que si se ahorra en pesos, esa masa de ahorro se irá depreciando continuamente hasta quedar reducida a una mínima parte de su valor original. Vale decir que el origen de la inflación es la continua compra de dólares para que una porción minoritaria de la población pueda ahorrar, ya que para hacerlo se requieren ingresos suficientemente holgados para superar el costo de vida en permanente ascenso. A grandes rasgos, sobre un total de 12 M de trabajadores, los que compran dólares regularmente son poco más de 1 M. Con familias que en promedio tienen de 3 a 4 componentes, habría unas 13 M de familias de las que sólo 1 M compra dólares para ahorrar, algo así como el 7,7% del total, un promedio alto pero indudablemente mínimo si se lo expresa en posibilidades de ahorro. Sobre esa realidad, restringir el gasto social y el salario a través del recorte del gasto público y de la política de reducir la capacidad de empleo en la industria para bajar la inflación sólo tendrá por efecto reducir la proporción de los que pueden ahorrar y sostener la compra de dólares como un privilegio para una minoría.

El problema es que para ahorrar hay que comprar dólares y la compra de dólares genera inflación. La razón es muy simple: en una economía mundial, la fortaleza de una moneda reside exclusivamente en su capacidad de vender o de exportar. Si bien a la Argentina le reportan ingresos fundamentalmente las actividades primarias está bien fomentar la exportación de sus productos, pero no especializarse exclusivamente en ellos, como parece ser la política del gobierno, porque son insuficientes para sostener el valor de la moneda, y más con una política que tiende a fomentar la importación y a reducir la capacidad industrial, porque la obtención de divisas a través de la exportación es la manera de llegar a una moneda fuerte o, por lo menos, que pueda cumplir con sus funciones. Las divisas existentes en el mundo no existen más que por la fortaleza de la producción, que reside en su capacidad competitiva o su productividad comparada, pero no una falsa productividad asentada en salarios cada vez más bajos sino en condiciones tales en que la capacidad competitiva que se expresa en la exportación, de lugar a una fuerte capacidad de importación y a un mercado interno con una capacidad de compra cada vez mayor, como lo muestran los países más avanzados, los emergentes en serio, que tienen una capacidad productiva cada vez mayor, y no en los modelos económicos que han llevado a una persistente baja de las condiciones de vida, de los salarios, del poder de compra, a continuos cierres de empresa y a ver en peligro su capacidad de emergentes por la de fronterizos, adjudicados por las calificadoras de la era de la especulación financiera, que lo adjudican, como en el caso de la Argentina, a la entrada de capital especulativo y a la creación de capital ficticio destinado a esfumarse.

De esta manera, la compra de dólares para asegurar que se cumpla una función que corresponde a la moneda local pero que ésta no puede cumplir reduce el apoyo de las monedas en las reservas constituidas por moneda dura y debilita la capacidad de la moneda, es decir, genera el fenómeno de que se necesite cada vez más moneda para las transacciones y para adquirir en el exterior la posibilidad de ahorro. Y el desbalance de la moneda, su continua reducción de valor ante las divisas, no sólo se debe a la incapacidad de exportar productos de alto valor agregado, sino a la exclusividad en vender productos con poco valor agregado, en pagar intereses al capital prestado en continuo crecimiento y hasta en comprar moneda extranjera que sirva para ahorrar, porque el exceso de compra de moneda extranjera es una expresión de la debilidad de la moneda local y un motivo indiscutible de inflación. Y si se absorbe moneda mediante deuda en forma de Leliqs y por esos títulos se pagan intereses, funcionan de la misma manera que una deuda: es un pasivo con vencimiento por el que encima se paga un alto interés.  Aun quienes intentan explicar que “los precios no suben porque sube el dólar, en realidad el dólar sube como un precio más (aunque de los más importantes) porque aumenta la cantidad de dinero a tasas mayores al 40% anual” (Daniel Falcón, Política monetaria. La tasa de interés también es emisión monetaria, Clarín, 8/9/19). Aunque critica muy bien una tontería del monetarismo y pone en claro el papel del dólar en el sistema monetario argentino, Falcón no se puede terminar de desprender del enredo propio del monetarismo, ya que si el dólar sube su precio en moneda local es tan claro como el agua que su traslado a los precios provocará inflación.