Las exportaciones de bienes y servicios favorecen, como es sabido, el progreso económico. Además de proveer dólares constantes para importar las máquinas y equipos que no se fabrican aquí, estimulan mejoras en los procesos productivos y contribuyen, en gran medida, a evitar los problemas que implica el endeudamiento externo. Más aún: los salarios y empleos en las empresas exportadoras locales suelen ser, según diversos estudios, los mejores y más dignos de cada sector.
Sin embargo, nuestro país ha tenido en las últimas décadas un crecimiento modesto y desparejo en este campo. Por un lado, hubo importantes saltos en las cantidades y los precios exportados en 1995, 2008 y 2011. También, se diversificaron las ofertas de manufacturas originadas en el complejo agrícola y en otras actividades que requieren una mayor capacidad técnica.
Es dable destacar, con relación a estas últimas, el desempeño que tuvo la industria del vino, de los automóviles, del software, la biotecnología, los tubos de acero, la química, el turismo receptivo y la comunicación audiovisual. En el caso de los vinos han sido notables los resultados que produjo la cooperación entre bodegas para instalar la marca argentina en distintas góndolas del mundo.
Asimismo, y a pesar de los pocos acuerdos comerciales que se formalizaron en el mismo período, la mayoría a través del Mercosur, se avanzó en la apertura de otros mercados. China, Vietnam, India, Argelia, Indonesia, Egipto. De hecho, estas naciones componen, junto a Brasil, Estados Unidos, Chile, España, los Países Bajos, Canadá y el resto de los limítrofes, los principales destinos de las ventas externas. Un conjunto multicultural y polifónico en el que prevalecen los países emergentes, con Brasil a la cabeza, y dos regiones: Sudamérica y el Asia Pacífico.
Pero los vaivenes en la política económica, sumados a la inestabilidad y a la competencia en el orden global, provocaron, por otro lado, limitaciones y despropósitos. Entre estos, un largo estancamiento en los volúmenes negociados.
La suma exportada al final de la década pasada fue inferior, por ejemplo, a la registrada en sus comienzos. 60 mil millones de dólares versus 80 mil. Y cerraron numerosas firmas exportadoras, con la consiguiente concentración de la actividad en pocas manos, sobre todo las de grandes empresas extranjeras.
Así las cosas, y tomando en cuenta que estamos en los albores de una nueva gestión, sería conveniente aunar esfuerzos políticos, empresarios y sindicales para definir el rumbo de los próximos pasos.
Es imperioso dejar atrás, por caso, la supuesta contradicción entre consumo interno y exportaciones. Y si bien la actividad exportadora es de naturaleza privada, el papel que le corresponde al Estado, como lo demuestra la experiencia internacional, reviste suma importancia. En este marco, un repaso rápido de las iniciativas que se impulsaron en nuestro país y en otras naciones de similares recursos permite entrever los posibles contenidos de una agenda común.
En primer lugar, cabría subrayar la necesidad de consolidar y defender los mercados actuales. En el Mercosur, en América y en Asia. También se debiera abordar el debate sobre el acuerdo Unión Europea-Mercosur que tanta hojarasca provocó en la última campaña electoral. Y todo esto, sin perder de vista las posibilidades de colocar, además de granos, harinas proteicas, carnes y aceites, otros productos orgánicos o con alto componente tecnológico que demandan el resto del mundo y las cadenas globales de valor.
En segundo lugar, habría que identificar nuevas oportunidades, y las correspondientes estrategias, para expandir las exportaciones tomando como base el empuje privado y la labor de las representaciones diplomáticas. En particular, en África y el Sudeste Asiático.
Al respecto, cobra singular relevancia el apoyo del sector público para continuar difundiendo la marca argentina en las principales ferias y exposiciones internacionales. Como así también para organizar misiones y rondas de negocios y otras plataformas logísticas en puntos clave del intercambio global.
Por último, se tendrían que priorizar los programas públicos, en las esferas nacional y provincial, que tiendan a simplificar los trámites, acelerar la devolución de impuestos y dotar de infraestructura y de nodos de transporte, eficientes y económicos, a los corredores productivos. También, desarrollar mecanismos que faciliten el acceso al financiamiento y a los seguros de exportación. Y, por supuesto, aquellos que promuevan la investigación de base y la calidad de la producción y las mercancías fortaleciendo, entre otros institutos, el Sistema Nacional que tuve la ocasión de propiciar muchos años atrás.
El desafío es complejo. Los pronósticos de los expertos sobre el futuro de la economía mundial y las cotizaciones de las materias primas no son alentadores. Las grandes potencias arman y desarman conflictos con mensajes telefónicos y en otras zonas del mundo priman la incertidumbre, cuando no la desconfianza. Y China, que con su dinamismo interno multiplicó la demanda de alimentos, ya no crece como antes.
Pero es de esperar que el Gobierno, luego de reestructurar la deuda pública, preste atención a ensanchar este camino a todas luces virtuoso. Aunque solo cuente, como decía el filósofo, con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón.
Eduardo Sguiglia es Economista. Ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos
https://www.clarin.com/opinion/exportar-camino-virtuoso_0_GxGYtUCk.html