Hablar de la palabra o las palabras es hablar de comunicación y hablar de comunicación implica hablar de individuos que se comunican, que transmiten y comparten información; podría decirse que lo que más compartimos los humanos es información, más que el espacio físico, ya que la misma lo trasciende a partir de la tecnología. Cada hecho, idea o circunstancia de nuestra vida que es compartido, es puesto en común, que no es otra cosa la comunicación. Podríamos decir entonces que tenemos una vida individual, la del mundo de las ideas y las emociones personalísimas que nos habitan; pero que en la construcción de nuestra subjetividad están necesariamente ligadas a los otros, y una vida comunitaria en la que hechos, ideas y emociones tienen una puesta en común.
El espacio que hemos llamado personalísimo delimita una situación de secreto voluntario o involuntario, ya que las acciones o pensamientos que no son comunicados permanecen virtualmente como secretos, al menos hasta que decidimos ponerlos en común; esto trae como consecuencia el cierre de un círculo, el hecho o la idea se completan con el relato, es este el que los hace nacer al conocimiento de la comunidad, necesario para cerrar un circuito que les de permanencia y habilite su existencia, la puesta en común, la incorporación a la memoria comunitaria, independientemente del número de integrantes que tenga esa comunidad.
Los humanos somos seres lingüísticos y el lenguaje parece ser el mayor exponente de la sistematización de símbolos, es el encadenamiento de estos símbolos el que dará origen al relato. Y el relato es la comunicación en el tiempo, es la organización de la memoria. El relato da la sensación de existencia y de realidad. Tan importante es, que el relato de una realidad inventada y distorsionada puede ser creído por los integrantes de una comunidad; el poder económico a través de los medios de comunicación masiva echa a mano permanentemente a este procedimiento.
El relato no es la mera referencia de un acontecimiento, se transforma en parte de él, lo simboliza y lo resignifica, generando una dinámica propia entre el recuerdo y el momento en que este es evocado, inventa la historia que servirá de sustrato al presente y al futuro.
Pero el objetivo de este escrito no es hablar de lo dicho sino de lo no dicho. Asumiendo que todo hecho se completa con el relato, lo no dicho puede constituirse en un amorfo conjunto de emociones que no han encontrado organización a través de un relato, en donde cada fracción de recuerdo es un símbolo en sí mismo porque no ha logrado sistematizarse. Así, los hechos felices pueden diluirse en quantos de memoria emotiva, pero los dolorosos, aquellos que no encontraron un cauce para su duelo, quedan agazapados en la oscuridad de la memoria emotiva para asaltarnos en el momento en que algún evento reavive el símbolo, algún detalle de la experiencia dolorosa; el dolor no relatado puede ser un cadáver insepulto. De aquí el poder sanador de la palabra, esta es la base de la psicoterapia, la curación, el alivio del dolor psíquico a través de la palabra.
Muchas de las personas que han sido sometidas a torturas y tratos crueles, a violaciones o abusos, sea por lo conmocionante de la experiencia, sea por el contexto no continente desde el punto de vista social y familiar en el momento en que se produjeron los hechos, por el terror propio o ajeno, se han visto impedidas de expresar el relato de lo vivido.
En nuestro país, las violaciones de los derechos humanos por parte del terrorismo de estado (dejando sentado que sólo los estados pueden violar los derechos humanos, las acciones de los particulares son simplemente delitos), fueron perpetradas en una semiclandestinidad, en una modalidad de cuasi secreto que servía a los fines de aterrorizar a la población, de producir en ella la certeza de que “saber” era peligroso, de que “enterarse de algo” era ingresar en un territorio de riesgo.
Todos tenemos alguna idea formada sobre lo que es la mafia, esta organización delictiva nacida en Sicilia, Italia, cuyos integrantes son secretos, aunque todos los conocen, y que no se hace cargo de sus crímenes abiertamente, aunque presume de ellos. Se dice que la palabra “mafia” proviene del árabe, del vocablo “mafí”, que significa: “lo que no hay”; por extensión, mafia sería: “lo que no existe”. El objetivo de este secreto a voces no es el secreto mismo sino aterrorizar a sus víctimas para que no sean capaces de denunciar a los mafiosos, de tal manera que ellos gocen de impunidad y la población tenga una total sensación de vulnerabilidad. Resulta bastante parecido a lo vivido en nuestro país, sólo que el lugar de los capo mafia estuvo representado por los dueños del poder económico, representantes de empresas propias y multinacionales, y sus matones a sueldo fijo fueron las fuerzas armadas y de seguridad actuando como un ejército de ocupación.
Mientras la sociedad mantenga el silencio y la discusión sobre la tortura y el terror no se haga pública, ellos están ganando, están logrando su objetivo: la invisibilidad de sus crímenes y el olvido que los transforme en leyenda. Hemos logrado instalar en la conciencia colectiva el tema de las desapariciones y el robo de identidad a los hijos de las compañeras desaparecidas nacidos en cautiverio, debemos hacer lo mismo con la tortura. La desaparición cesa cuando el cadáver del desaparecido es hallado y la familia puede reencontrarse con él y darle sepultura, mientras no haya relato, en algún lugar de la psiquis la tortura sigue ocurriendo.
Hasta aquí lo que tiene que ver con lo que quienes sufrieron no pudieron relatar, lo que no pudieron poner en palabras frente a su comunidad para que su dolor recayera sobre los hombros de todos y se hiciera soportable y superable. Pero también las palabras y los relatos pueden ser usados para producir futuras tragedias, relatos que nos hacen pensar en el huevo de la serpiente.
En estos días hemos asistido a varios hechos llamativos; un intento de magnicidio que no queda claro si tuvo como objetivo concretar el magnicidio, altamente posible, o enviar un mensaje mafioso sobre la vulnerabilidad de los dirigentes políticos, en definitiva generar terror. Han aparecido vínculos entre los perpetradores del atentado y sectores del poder económico, que casualmente, están relacionados políticamente con políticos reclaman ante otros eventos la intervención de las fuerzas armadas. Posiblemente en este caso las construcciones lingüísticas remitan en un lenguaje críptico a la promesa de un terror futuro como el que ya existió en un pasado reciente. Por otro lado en un reciente evento empresario de gran trascendencia, uno de sus representantes de fuste reclamó el olvido del pasado “para seguir avanzando”.
Así como el no relato habilita la continuidad de la tortura que se sigue ejerciendo en cárceles y comisarías; la no deliberación pública sobre sucesos como el intento de magnicidio y los mensajes de odio esgrimidos por un ‘ejército’ de comunicadores, o el reclamo de la intervención de las fuerzas armadas en cuestiones que deben ser resueltas por la sociedad civil, conjuntamente con las referencias a olvidar el pasado, posibilita la naturalización y banalización de estos fenómenos por parte de medios de comunicación hegemónicos que pretenden manipular la subjetividad social incorporando este relato a la condición de sentido común.