La historia muestra que hay formas y mecanismos de subordinación de unas naciones sobre otras. La fuerza y la razón. La tradicional, y de antigua raigambre, es por el poderío bélico militar. Hoy día el concepto guerra total y guerra cognitiva incluyen operativos más tecnológicos y virtuales, menos perceptibles y más profundos.

La otra es por la razón financiera de la moneda. Existe una guerra de monedas que es una guerra de subordinación. La moneda se nos presenta como racionalidad occidental, nos alinea y es una deriva del poder. Medimos, ponderamos y mostramos la realidad, y hasta los sentimientos, con y en moneda.

Quien emite la moneda maneja el poder financiero; quién la controla, controla la sociedad. Y como los precios son monetarios, quien maneja la moneda, maneja los precios. En una economía dolarizada los precios se determinan en función de quien emite los dólares.

Y el dominio por la moneda reconoce orígenes.

Uno es el comercio y los términos de intercambio a precios inequitativos: se vende (exporta) a precios bajos, se compra (importa) a precios altos. La ganancia/pérdida por términos del intercambio es un indicador de cómo cambia el poder adquisitivo de las exportaciones en términos de importaciones debido al cambio de precios internacionales. Es decir, las pérdidas por términos del intercambio muestran que las exportaciones compran menos importaciones, presionando sobre la necesidad de divisas y el saldo de la balanza comercial.

Los estudios más analíticos indican que en 2023 en Argentina y hasta junio, el acumulado es de 4.387 millones de dólares de deterioro del saldo de la cuenta corriente. Un monto equivalente a los u$ 4.374M pagados por intereses al FMI en el período 2020-2022.

No es nuevo. En su discurso ante la Asamblea Legislativa del 1º de mayo de 1952 (diario de sesiones del Congreso Nacional, pag. 19) el presidente J. D. Perón informaba: “Los organismos técnicos del Estado han probado fehacientemente que los precios que percibíamos por nuestras exportaciones eran un 40% inferiores a los que pagábamos por nuestras importaciones ¡y que desde 1913 a 1946 contando en valores de ese periodo, la República Argentina perdió 21.000.000.000 de pesos!.” Un monto que duplicaba la deuda externa argentina que Perón canceló en 1952. Puede inferirse que la industrialización trunca de Argentina que desvela -entre otros- a Carlos Abalo encuentra parte de su origen en la AFI.

El otro origen del dominio por la moneda es el financiamiento a través de la deuda pública externa.

La introducción de monedas presentadas como buenas, fuertes, deseables, dignas y poderosas es un incentivo para desplazar la moneda nacional. Y un buen motivo para repudiarla y fugar con aquella. Como en las historias de amor. La mirada pacífica de Washington parece pedir que lo lleven a un lugar más digno de ser vivido, un paraíso fiscal, por ejemplo.

Los imperios se han valido de ambos mecanismos de dominación y sus combinaciones posibles. Inglaterra fomentó a Bolívar y endeudó a la Gran Colombia. Mostró los dientes con las invasiones inglesas y la Baring Brothers financió a Rivadavia e inició el fantástico fraude de la deuda externa argentina.

Las arquitecturas financieras internacionales (AFI) y sus instituciones como el dinero abrevan en ese concepto de poder y planifican no sólo para mantener, sino para incrementar esas cuotas de poder.  Nada es inocente si de dinero se trata.

La moneda es el hecho político-instrumental del dinero. Moneda y dinero solemos presentarlos como sinónimos, aunque dinero proviene etimológicamente de un tipo de moneda latina, el denario, una moneda del imperio romano.

Suele aceptarse que el dinero es todo activo o bien aceptado como medio de pago o medición del valor por los agentes económicos para sus intercambios y cumplir con la función de ser unidad de cuenta y depósito de valor.

Pocas instituciones son tan importantes para el bienestar humano e incomprendidas para el saber popular como la institución del dinero.

Varios mitos se han desarrollado para evitar la comprensión simple de que el dinero es deuda social pública. Veamos: 1) el mito del dinero como criatura del mercado para facilitar el trueque y evitar costos asociados a los intercambios bilaterales; 2) el mito del dinero objeto con valor intrínseco derivado de los metales preciosos y que es fácilmente transportable y divisible; y 3) el mito de la neutralidad económica pues no hace más que simplificar las transacciones, sin afectar a las decisiones de empleo, consumo e inversión.

Estos mitos son integrantes del sentido común neoliberal para impulsar que la emisión de moneda no debe estar en manos del Gobierno porque es ineficiente y emite para pagar sus gastos sociales con los que compra la voluntad popular. Así de simple impregnan la teoría económica dominante y se conocen como el enfoque metalista del dinero. Y argumentan a favor de la independencia del Banco Central y proponen su incendio y aniquilación como lo formula el desvarío libertario.

Es conveniente repasar estos argumentos: a) Dado que el dinero es un fenómeno del mercado, el control del Estado sobre el sistema monetario reduce su eficiencia; b) como el dinero es un objeto con un valor intrínseco es inherentemente escaso por lo que el gasto gubernamental expulsa al consumo y la inversión privados; c) el monopolio sobre la emisión de la moneda es una consecuencia de la apropiación estatal del dinero privado.

La conclusión neoliberal de todos estos argumentos es obvia: el poder de emisión debe quedar limitado ya que el Estado tiene el incentivo perverso de gastar en exceso, el objetivo demagógico de controlar la acción política y degradar el valor de la moneda.

Es preciso desenmascarar el mito del trueque como origen del dinero emergente de las transacciones espontáneas y beneficiosas en las que los agentes participan voluntariamente, donde ninguno de ellos tiene ningún poder sobre otro, y en las cuales la intervención del Estado produce ineficiencias considerables. La génesis del dinero es la historia de una relación social de poder que nos dice que emerge como un bien público.

Y si es un bien público….

Dentro de la complejidad de las obligaciones surgidas de una deuda social específica, una autoridad -el Banco Central por cuenta y orden del Estado y bajo criterios de soberanía monetaria- ejerce de árbitro de las deudas públicas y privadas, determina la unidad de cuenta en que se miden las deudas y ejecuta las liquidaciones de esas deudas.

Esa autoridad es la institución que impone obligaciones no recíprocas a la población y asume un rol redistributivo. Este rol se lo ha arrogado en algunos casos en interés de la equidad y la justicia, mientras que en otras ocasiones en aras de la colonización y la esclavitud.

El dinero no es una creación del mercado sino una criatura del Estado, una relación de poder social de crédito-deuda, que está codificada por una autoridad o institución de poder (una antigua autoridad religiosa, jefe tribal, o un cuerpo administrativo primitivo, como un palacio de Mesopotamia o una polis griega, y más tarde una monarquía, un poder colonial, o un estado-nación moderno).

Lejos de ser un simple medio de intercambio neutral, la historia del dinero como criatura del Estado indica, en cambio, que es un medio de distribución, una herramienta para transferir recursos reales de una parte a otra de la sociedad, sujeto a la relación de poder del contexto histórico específico.

Para comprender la AFI hay que analizar la historia del dinero como poder social redistributivo que no sólo es un bien público, sino que también es un monopolio público que puede ser aplicado a los intereses del establishment o a las necesidades populares.

Esa aplicación es campo de la política que impone deudas ineludibles y coercitivas a la población y establece como se liquidan esas obligaciones fiscales.

Son los impuestos los que necesitan dinero para poder ser cancelados

…y crean así la demanda de una moneda que de otra forma no tendría valor y que se aplica como un medio de aprovisionamiento del gobierno en términos reales, no financieros.

El Estado Nación es emisor monopolista y nunca depende de la recaudación de impuestos, ya que siempre puede pagar emitiendo más pasivos propios. Puede gastar siempre pero en la medida en que haya bienes y servicios reales a la venta.

Y el Estado no puede recaudar moneda a través de impuestos si no lo inyecta antes a través del gasto.

El Estado no necesita dinero de impuestos para gastar; necesita recursos reales, maestros de escuelas públicas, profesionales de la salud, fuerzas de seguridad, obras públicas, inspectores de alimentos y cualquier otro recurso necesario para cumplir con el interés general.

El Estado moderno sigue cumpliendo una función redistributiva en la economía, donde recolecta recursos reales (mano de obra) del sector privado, y luego los redistribuye de vuelta al sector privado más equitativamente en forma de dotaciones de infraestructuras, educación pública, investigación, sanidad, y cualquier otra política de bienestar social. El papel de los impuestos en las economías de mercado modernas no es el de un mecanismo de financiación, sino un mecanismo real de transferencia de recursos.

Debido a que los impuestos crean demanda de dinero, también se han usado como vehículo para lanzar nuevas monedas. Fue el caso de la experiencia argentina de la década perdida de los 90 cuando el gobierno soberano no fue capaz de cumplir con sus deberes para con los ciudadanos utilizando su propia moneda nacional.

En la convertibilidad, se requería que se mantuviera un tipo de cambio fijo con el dólar estadounidense, renunciando así a la soberanía monetaria y sometiendo las decisiones de gasto público al mantenimiento de la paridad. Este régimen aborta la capacidad del gobierno para gastar moneda nacional. La emisión de nuevos pesos en Argentina podrían ponerse en circulación sólo después de la adquisición de dólares que se mantenían en las arcas del BCRA.

El gobierno de Argentina tuvo que tener superávit externo o pedir prestados dólares antes de aumentar sus gastos en pesos. Como importador neto, Argentina perdió dólares a lo largo de la década de 1990, reduciendo así la cantidad de pesos en circulación, asfixiando la economía y acentuó un proceso de concentración oligopólica que deja los precios actuales en la exclusiva decisión de mercado.

Para hacer frente a esta crisis económica, las provincias utilizaron su poder constitucional para emitir bonos, lo que permitió sortear la escasez de moneda nacional.

Las cuasimonedas (patacones, lecops, por ejemplo) comenzaron a circular a pesar de la falta de confianza en la moneda y la inexistencia de leyes de curso legal que obligaran a las personas a usarla. Pero las provincias permitieron al público pagar sus impuestos y facturas de servicios públicos con los nuevos bonos, y pagaron a los empleados estatales con ese nuevo formato. Los impuestos eran una condición suficiente para crear la demanda de una nueva moneda fiduciaria, y las provincias tenían que gastar la moneda antes de poder recaudarla mediante impuestos.

Los impuestos no financiaron a estas provincias, sino que les dieron más espacio fiscal para llevar a cabo políticas internas mediante el lanzamiento de nuevas monedas. Los bonos circularon a través de la economía privada y se utilizaron hasta que se abandonó el sistema, se restableció la soberanía monetaria en pesos y el gobierno argentino adoptó una agresiva política fiscal expansiva con la administración de Néstor Kirchner.

Este episodio demuestra que los impuestos no financian el gasto del emisor de moneda; en su lugar, sirven como un vehículo efectivo para lanzar una nueva moneda.