Por eso son incomparables los países de menor desarrollo con los de mayor desarrollo, salvo que el de menor desarrollo haga todo lo posible por acentuar su industrialización o elevar su nivel tecnológico, como hacen con regímenes económicos diferentes Corea del Sur por un lado y China por el otro.

En cambio, la política de Cambiemos  apuesta a la reprimarización de la economía, frena la industria y lleva el aporte de las ramas primarias y su industria vinculada,  a ser las que aporten casi el 70% de las divisas provenientes de las exportaciones. Esta especialización que los liberales ortodoxos llaman normal,  es la que hace poco más de setenta años –cuando aparentemente empezó la anormalidad local- formaba parte de una división internacional del trabajo y respondía  a la provisión de materias primas para los países especializados en bienes industrializados.   Todo ello entonces era posible para un país que tenía la tercera parte de los habitantes que tiene ahora, o de la que tienen países prósperos en ingresos y en riqueza, con economías primarias pero con poca población, como los emiratos petroleros.

Estados Unidos, que es aún el país más desarrollado del mundo, no se especializa en nada: es tan proveedor de materias primas como proteccionista para la industria. Esto es lo que usa el presidente Trump para enfrentar la amenaza de China que planifica transformarse en pocos años, en un país desarrollado con una política de desarrollo industrial y tecnológico y buscando proveedores de materias primas en todas partes, incluso en Estados Unidos.

El monetarismo para bajar la inflación funciona en países desarrollados, que ya tienen sus costos en niveles competitivos en las ramas más avanzadas y la inflación no es, en primer lugar, una cuestión de costos.

Pero en la Argentina, como en todo país no desarrollado, se deprecia continuamente la moneda nacional en relación con las divisas porque es, ante todo, una cuestión de costos y de menor productividad, que da lugar a una producción comparativamente más cara.

Por eso, desindustrializar para combatir la inflación y enfrentarla con la política monetaria es algo que hay que estar demasiado tomado  por una ideología que impida la reflexión para entenderlo.

En nuestros países, una política monetarista en esas condiciones sólo puede llevar a reducir los salarios y abaratar los costos debido a la menor remuneración de la mano de obra, que –ya no es ningún secreto- parece ser la preocupación central del gobierno del presidente Macri.

No hay que olvidar que  Occidente empezó a enterrar el Estado de bienestar a final de los años setenta, continuó  durante los ochenta, y terminó de definir el mundo que quedaría al terminar el siglo XX. Limitó primero la experiencia soviética, que en la posguerra había amenazado con influenciar a Occidente (que por eso éste tuvo que adoptar el Estado de Bienestar), después acumuló fuerzas para terminar con ella y al mismo tiempo facilitó la ganancia y empezó a erradicar las políticas sociales, al  mismo tiempo  redujo el Estado para que prosperara el mercado -que se basa en la iniciativa individual y la ganancia, mediante el monetarismo.

En el monetarismo, la participación del Estado se reduce al manejo de la oferta de dinero –de hecho  lo hace a través de un Banco Central independiente del Estado-, precisamente porque reduciendo la oferta de dinero se puede limitar la expansión de la economía y el empleo, bajar los salarios y aumentar la rentabilidad del capital.

La cuestión es que de esa manera se presenta otro tipo de crisis como la que apareció en 2008,  que es resultado de usar la deuda para que la economía funcione, pero que lleva a la crisis financiera y a otro peligro impensado que fue en los años ochenta y  noventa,  encontrar mercados emergentes que ofrezcan más alta rentabilidad con sus bajos salarios.  Ahora bien, si estos países de  mercados emergentes dirigen la nueva riqueza adquirida (a través del Estado) al crecimiento económico, pueden convertirse en una competencia para los más desarrollados, como le pasa a Estados Unidos con China-También  sucedió con Corea del Sur. Pero China amenaza la preeminencia de Estados Unidos.

Por eso el presidente Trump trata de imponer un nuevo orden económico con marcado sesgo proteccionista para defender su propio desarrollo y afirmar su fuerza militar, aunque su deuda supere al 100% del PBI (claro que tiene la moneda más fuerte del mundo para soportarlo) y el déficit fiscal pueda escalar hasta los 900.000 M de dólares en 2019 para limitar la competencia de los demás

El monetarismo de Macri, Dujovne y Sandleris no tiene en cuenta esta realidad. Su monetarismo solo sirve para desalojar la búsqueda de la competencia en las ramas avanzadas de la economía abriendo indiscriminadamente las importaciones y no utilizar el potencial primario para eso, sino para pagar la deuda,  a la larga habrá más deuda, menor crecimiento y la inflación tampoco va a desaparecer del todo, sino que sólo se logrará acotarla mediante un interminable ajuste que amenaza con empobrecer aún más al país.

Se debe reconocer que el peronismo tampoco terminó de ponerse al día con la economía mundial y sus nuevos desafíos. El proteccionismo tiene que ser selectivo, porque ya no se puede recrear una industria exclusiva para el mercado interno, sino hacerla competitiva mediante su integración al mundo, pero defendiendo la creación de ramas cada vez avanzadas y de altas tecnologías y utilizando también para ese objetivo las ramas primarias como el agro tradicional y la nueva energía de Vaca Muerta y el litio, afirmando esa política desde el Estado, como trata de hacerlo nada menos que Trump.

Quizá, la crisis argentina es también tan profunda porque son muchas cosas en que sus fuerzas políticas tienen que ponerse al día.