Cuando nos gana la sensación de no entender claramente lo que está sucediendo, es posible que estemos perdidos en medio de una maraña de efectos sin tener claro cuáles fueron sus causas. Esta desorientación se extiende en general a las acciones con que intentamos responder a la realidad que nos toca, más aún cuando observamos que muchas de ellas se contraponen entre sí. ¿Podría decirse entonces que estamos sin rumbo? ¿Qué hacer para recuperar el rumbo?
Como siempre, si buscamos el origen del hilo puede ser que logremos desentrañar la madeja. Esto es válido para la conducta humana en general, mas como la conducta humana no depende de vidas individuales, aisladas del conjunto, sino de una interacción permanente de unos con otros, hay que analizar contextos. También es válido para la política, ya que la política no es otra cosa que la consecuencia de la relación entre los seres humanos. Donde hay dos personas, hay política, las decisiones que los involucren en su interacción abarcarán tanto lo objetivo, las cosas, como lo subjetivo, por ejemplo, las creencias; allí donde haya dos reunidos en mi nombre yo estaré presente, dice el evangelio.
La política no es otra cosa que la confluencia entre las miradas de los integrantes de una comunidad, con acuerdos y conflictos, con agrupamientos diversos que pretenderán, en base a los intereses que los unen, marcar rumbos.
En nuestro país un sector ha logrado imponer su mirada desde un discurso que anticipaba el perjuicio de las grandes mayorías expresado a través de una conducta particularmente agresiva y plagada de violencia verbal. Una violencia que vocifera adjetivos calificativos sin dar razón lógica de sus afirmaciones, con planteos económicos que resultan objetivamente opuestos al interés de la mayoría y oculta detrás de su ferocidad la defensa de los intereses de las minorías económicamente dominantes en la sociedad. Esto resulta para muchos de nosotros, no solo angustiante, sino por momentos incomprensible. ¿Es que todos se volvieron locos o tenemos una epidemia de estupidez? ¿Cómo votar a alguien que nos está avisando que pretende destruir la salud pública, la educación pública, aumentar la pobreza y dañar a los jubilados? Qué paralizaría la obra pública, cosa que hizo, que a través de liberalizar las importaciones viene a destruir la industria y generar desocupación, cosa que ya ocurrió en la dictadura cívico militar y en el menemato. Qué viene a destruir el estado que en muchos casos actúa como un dique de contención para los abusos de los poderosos. ¿Es que nadie escuchó su discurso ni lo analizó?
Por esto que se hace necesario buscar causas, buscar orígenes que hagan entendible esta realidad y en base a esto establecer propuestas conductuales que nos lleven a recuperar la confianza y el acuerdo de una población inerme ante el avasallamiento de derechos y el retroceso en la calidad de vida del conjunto. Una población que apoyó su propia desgracia, que votó lo que traería como consecuencia la desocupación y el hambre, la negación de las posibilidades de educación y de acceso a la salud, la destrucción de la industria y por ende de las fuentes de trabajo; y también la enajenación de los recursos naturales del territorio que habitamos.
Solo entendiendo la lógica de la conducta humana podremos entender la lógica política de las masas. Pero para entender la lógica de la conducta humana en principio debemos partir de que los humanos vivimos en comunidades y justamente poner algo en común es comunicar, por lo tanto tenemos que entender la lógica de la comunicación.
En la teoría de la comunicación humana, Paul Watzlawick nos dice que es imposible no comunicarse, el silencio ya comunica. También nos dice que la comunicación puede ser digital o analógica; entendiendo que lo digital tiene que ver con la palabra, lo dicho o lo no dicho, un circuito que se abre o se cierra en la transmisión, cual un circuito eléctrico. Lo analógico tendrá que ver con la gestualidad, amable o amenazante, se basa en la comparación del gesto y por extensión en las conductas que observamos en el otro, entendido el otro como lo externo a uno mismo. Se dice que nos saludamos con la mano abierta como un antiguo gesto que informa que no venimos armados, que nuestra intención es amistosa.
Lo analógico está cargado en nuestra subjetividad, se carga en nuestro bagaje de información como elementos simbólicos desde el momento en que nuestro sistema nervioso comienza a permitirnos la percepción de lo interno y de lo externo a nosotros a través de la diada placer displacer. Lo analógico se basa en la comparación de dos cosas, así leemos el límite y así leemos el gesto. Luego, a medida que crecemos adquirimos la capacidad social de comunicarnos a través de un medio de gran complejidad simbólica que es el lenguaje. A partir del progresivo dominio del lenguaje iremos ingresando al territorio de lo digital, la palabra dicha o no dicha que se comporta como elemento objetivo regido desde la racionalidad.
En el fenómeno comunicacional Milei, lo digital, la palabra, ha sido el elemento secundario, quizá hasta pasó en gran medida desapercibido; lo primario ha sido claramente la gestualidad, el grito, el desborde. Todo lo que encontró eco en una sociedad enojada, frustrada, indignada, descreída de promesas de políticos que en algunos casos no la representaron y en otros fueron desacreditados por una prensa hegemónica que trabajó sin cesar para imponer el discurso del descrédito y la desconfianza.
Marshall McLuhan, un filósofo de la comunicación, publicó un libro en los años 80 titulado “El medio es el mensaje”. Mc Luhan sostenía que el hombre en estado natural estaba desnudo y cuando comenzó a cubrirse con pieles no solo inauguró la ropa, sino que constituyó con esta una prótesis de la piel, el medio que permite en principio soportar el frío y también protegerse. Analizó que antes de la escritura la comunicación oral tenía el alcance de los metros a los que la palabra resultara audible. En ese sentido la palabra, el lenguaje, es también un medio de alto contenido simbólico que nos permite la comunicación, extendido luego por otro medio que fue la escritura, que permitió trascender no solo la distancia sino también el tiempo. ¡Qué decir de la tecnología que tenemos en la actualidad! ¿Pero por qué el medio es el mensaje? Si queremos cruzar de un continente a otro y no tenemos barcos o aviones esto será imposible, de la misma forma que si armados de fe los creyentes desean hacer una peregrinación, caminando 60 km desde la ciudad de Buenos Aires hasta Luján, de no tener un buen calzado la caminata será imposible. El medio que es el calzado va a ser prevalente sobre la fe del caminante.
No es difícil entonces entender que el medio elegido por Milei y los intereses que representa fue la violencia verbal y el desborde para seducir y hacer creer que podía representar el descontento y la frustración popular, el gesto fue el mensaje y el discurso intelectual quedó disimulado. El mismo método que Steve Banon, el coach de Trump, le enseñó a este.
El discurso enfurecido de Milei, montado en la antipolítica tiene un importante acondicionamiento previo ya presente en el macrismo en donde se puso a los empresarios por encima de los representantes políticos de la sociedad, ya que ¿cómo iban a robar si eran millonarios? sin preguntar de dónde salieron sus millones; pero también en el “que se vayan todos del 2001”, en la historia de la Banelco para aprobar la pérdida de derechos laborales y en el corralito que se comió los ahorros de la clase media, o sea pequeños comerciantes, pymes y asalariados de ingresos altos, los que podían ahorrar. Curiosamente vemos personajes que se repiten en este nuevo capítulo de nuestra historia y que fueron protagonistas o partícipes necesarios del 2001 y sus antecedentes; Bullrich, Caputo, Sturzenegger entre ellos. Pero toda mentira, para ser creíble debe ser verosímil, y para ello debe tener partes de verdad. Venimos, a partir de haber recuperado la democracia, no fundamentalmente por la lucha popular, que existió y llevó a los militares a la aventura de Malvinas pretendiendo de esa forma garantizar su permanencia en el poder, sino por los errores de una dictadura bastante estúpida en sus valoraciones geopolíticas creyendo que el imperio anglosajón se dividiría para apoyarlos. Llegamos entonces a la democracia con poca dirigencia social y mucha dirigencia política, la mayoría con más fotos que combates en su haber que hubieran generado grandes compromisos con los intereses populares. Lamentablemente esto permitió la conformación por parte de algunos de una “casta” dirigente que rápidamente se fue diferenciando del pueblo en su crecimiento económico cooptada por relaciones corruptas con los sectores económicos dominantes. Está claro que la clase dominante, los dueños de la economía, nunca dejaron el poder. Los representantes populares han logrado, cuando fueron electos,acceder al gobierno pero no al poder.
Por otra parte, el kirchnerismo, único gobierno que logró recuperación económica y estado de bienestar, no se caracterizó por ejercer una buena comunicación ni por hacer partícipes de sus realizaciones al grueso de la población; y la historia demuestra que la construcción en la que no participamos genera poca pertenencia.
Ha pesado entonces más el lawfare y el discurso periodístico de acusar de corrupción de la que no se han encontrado pruebas, que el riesgo de la destrucción del aparato productivo y las fuentes de trabajo. A esto indudablemente se debe sumar la ineficiencia del gobierno de Alberto Fernández que logró crecimiento macroeconómico pero sin mejorar la economía familiar. Desde las cifras, elemento objetivo, mantuvo más o menos los mismos niveles de pobreza que dejó Macri; pero desde la subjetividad resultaba inconcebible que un gobierno supuestamente peronista no llevara pan a la mesa de su pueblo.
Hoy me resulta inevitable pensar en el tango de Cátulo Castillo “La última curda”. El peronismo que viene “desde el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”, ese “subsuelo de la patria sublevado”, en el decir de Raúl Scalabrini Ortiz; en su desunión y en su falta de propuesta nos hace correr el riesgo de pensar que “la vida es una herida absurda”. Y si bien la necesaria autocrítica hace imperioso el “contame tu condena, decime tu fracaso”, debe sacudirse “la pena que me ha herido” y negarse a hablar de “aquel amor ausente” para volver a “ese viejo amor” que es la comunicación con las masas.Volver a enamorar con militancia y propuesta, no simplemente respondiendo a las tropelías del gobierno de ultraderecha resignándose a ser el reaccionario que se defiende. Hay que volver a marcar agenda con propuestas.
La pelea interna y las luchas de egos se parecen demasiado a “buscar en un licor que aturda, la curda que al final termine la función corriéndole un telón al corazón”